viernes, junio 22, 2012

ESTADO PARALELO: Esquemas de Privatización

Lobeznos disfrazados de caperucitas

La lucha contra la privatización de las más importantes instituciones públicas creadas en las décadas de los años 1940s/50s ha sido el eje del movimiento popular exitoso de los años 1980s/90s, que tuvo, eso sí, algunos contrastes o derrotas con formas parciales de privatización, no ya la venta directa o la subasta pública, pero la apertura del mercado a otros actores comerciales y financieros, esto con la apertura bancaria de los 1990s y los derivados de la aprobación del TLC en los 2000s.

Costa Rica ha sido uno de los escasos países que resistió la aplicación de las propuestas establecidas según el libreto del Consenso de Washington, o por lo menos, la aplicación a la letra. De hecho buena parte de las propuestas iniciales de los años 1980s no se terminaron de aplicar, a pesar de haberse acordado con apoyo legislativo en forma de cartas de intenciones y otros instrumentos similares frente a los agentes financieros multilaterales.

Las décadas recientes han mostrado las bondades y absurdos de los acelerados procesos de privatización de instituciones y empresas públicas en muchos países de América Latina (que se concretaron en varios países en la década de los 1980s), y en la última década se ha podido ver como algunas decisiones de aquella época se revierten y en diversos países se impulsan las nacionalizaciones o cuando menos las regulaciones más intensas sobre el uso y abuso que las empresas multinacionales realizaron con el botín obtenido años antes.

No obstante, el hecho de que no se realizaran grandes ventas públicas de instituciones completas, por cientos de millones contantes y sonantes, no implica que no se haya impulsado una serie variada de formas de privatizar servicios y funciones, para beneficio de empresas que muchas veces aparecieron disfrazadas de bondadosas entidades de bien social y subrepticiamente penetraron, vía favores y negociados, la administración y la gerencia superior de las instituciones (incluyendo juntas directivas) para lograr sacar el financiamiento público (o inmensas donaciones y préstamos) de las arcas del Estado y pasarlo, no ya vía subsidios o excepciones de impuestos, sino directamente con la sustitución de los funcionarios públicos y las oficinas públicas, por las entidades privadas y los empleados o codueños privados de esos lobeznos disfrazados de caperucitas.

El desmedido crecimiento del Estado Paralelo y su consolidación, legitimación y generalización en todas las esferas del sector público, es uno de los elementos centrales de la llamada ‘ingobernabilidad’. En los últimos 30 años ha ido penetrando todas las esferas del Estado, pero en especial el gobierno central, donde no sólo hay una multiplicidad de instituciones en cada sector con repetidas funciones, sino que cada una de ellas pretende abarcar funciones de las otras y agilizarse, utilizando cada vez más esas estructuras organizacionales variadas, controlables y moldeables que pretenden ser  y no ser Estado. 

No es nada nuevo o que no se conozca harto, pero quizás falta un poco de esquematización, como hacer un manual para que se pueda contrastar con lo que pasa en cada sitio específico  y poder, en diversos casos, discernir entre las prácticas que se han ido legalizando y las que son claramente violaciones de la legislación vigente, pero quedan ocultas… o para desgracia de los ‘lobeznos’ terminan por sufrir serias garroteadas.

Los disfraces incluyen diversidad de formas organizacionales y jurídicas, así como mezclas funcionales de varias de ellas; las que también, por supuesto, son parte del ordenamiento jurídico empresarial y se utilizan desde décadas de forma adecuada y ajustada a criterios éticos y legales estrictos; pero, en otros casos, han sido los ‘Caballos de Troya’ del proceso privatizador disimulado y subrepticio.

Resulta muy atractivo actuar en los límites de la esfera privada con fondos públicos (los que, en años más recientes, se ha pretendido que NO son públicos) mediante esas entidades creadas por decreto, o por directrices ministeriales, o por juntas directivas, o por bancos y hasta entes multinacionales, que tienen diversidad de nombres, tamaños y formas.

Más allá de las objeciones sobre la proliferación de leyes e instituciones hasta la náusea, tan repetida y utilizada como excusa por funcionarios, políticos, gobernantes y pre candidatos de diversos partidos –desde el Municipio a la Corte Suprema-; esta forma de existencia de un NO Estado que utiliza (y muchas veces derrocha, desperdicia, desvía) fondos públicos hace del gobernar un laberinto. Pero además resultan ser una forma de evadir las leyes (incluidas las referidas a la administración pública, contratación administrativa y enriquecimiento ilícito) o al menos de hacer más complicado e ineficiente su aplicación. 

Comisiones especiales, entes de máxima descentralización,  Unidades Ejecutoras creadas a propósito de algún plan, programa o proyecto, en muchas ocasiones se atribuyen o les asignan tareas que por ley competen a otras instituciones y así crece generosamente la maraña de acuerdos de directivas, directrices o decretos que legalizan la violación de leyes, hasta que se declare inconstitucional o ilegal.

Generosamente también, se utilizan empresas disfrazadas de fundaciones o que desarrollan subcontrataciones, así como adjudicatarios de licitaciones que ganan con una oferta técnica que no cumplen ya que subcontratan o renegocian; o por el contrario entes que actúan a tal velocidad que cuando se descubren los desvíos de fondos ya estos se han cuasi perdido en la maraña de contratos –muchos con las conocidas ternas falsas-, subcomisiones y subcontrataciones.

Estas y otras múltiples formas han complicado de tal forma la acción del Estado y del Gobierno que no habrá forma de solventar alguna acción hacia la Gobernabilidad sin tratarlas con detalle y vislumbrar su superación.  La superación del Estado Paralelo es una pre-condición de la Gobernabilidad, más allá de que se apliquen o no las privatizaciones o cierres de instituciones ya obsoletas y que subsisten como fuegos fatuos en las ramas de los guayabos.