martes, octubre 25, 2011

RIESGO Y SOSTENIBILIDAD EN CIUDADES CENTROAMERICANAS: lo urbano y lo regional




…había dispuesto de tal modo la posición de las casas
que desde todas podía llegarse al río
y abastecerse de agua con igual esfuerzo
y trazó las calles con tan buen sentido
que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor


Gabriel García Márquez
“CIEN AÑOS DE SOLEDAD”


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I. RIESGO Y CIUDADES ¿SOSTENIBLES?

1. El riesgo es inherente al habitar


Desde las primeras construcciones propiamente humanas, aquellas que implicaron algún grado de estabilidad y sedentarismo, los grupos sociales debieron utilizar materiales locales y depender de las posibilidades ofrecidas en su ambiente, pero a la vez buscar aquellos sitios que ofrecían condiciones mínimas para prolongar su estadía.

Desde comunidades muy antiguas como Catal Juyuk (que se levantó alrededor del 7000 AC ), a las grandes civilizaciones que construyeron la ciudad más antigua de América, Caral (3500 AC) y portentos de la planificación urbana como Tiahuanaco (ciudad/puerto ), la cercanía a lugares con altos niveles de fertilidad o materiales para desarrollar instrumentos -como valles, lagos y faldas de volcanes-, estuvieron vinculados a los riesgos elementales de tal localización, y fue mediante la cuidadosa planificación de la construcción y los diseños precisos que lograron prolongar su existencia y sobrevivir como edificaciones mucho más allá de la capacidad social y cultural de sobrevivir como sociedades.

Las deficiencias relativas a la subsistencia social, por carencias en el abastecimiento, o la sequía, o la reducción paulatina de la riqueza de los materiales, o la degradación de los suelos, dieron al traste con el aporte portentoso de los arquitectos y constructores, cuyas obras todavía sobreviven como monumentos a su grandeza y a la vez a la falta de destreza para la subsistencia social.

No todas fueron ciudades de civilizaciones aplastadas por otras, (como en el caso de Cuzco o Tenochtitlán), sino que más bien fueron procesos propios de su dinámica social y ambiental o productiva, la que llevó al abandono del sitio urbano y la desintegración de la sociedad que las creó.

En algunos casos, la arquitectura cumplió, pero no así los planificadores sociales y de la producción ni los políticos/sacerdotes. Pero no siempre fue así, no solo por el relativo aislamiento del diseñador del espacio habitacional y su falta de comprensión del complejo contexto social, económico y político; sino también porque en muchos casos fueron sus diseños o la construcción defectuosa de estos los que fallaron y siguen fallando, creando así diversidad de riesgos para los ocupantes de tales espacios habitables o urbanos.

Pero aún antes, los grupos nómadas, con sencillos cobertizos transportables o basados en lo disponible en los alrededores, debieron localizarse en sitios en que pudieran obtener sus alimentos y cubrir sus mínimas necesidades. La selva, las cuencas de ríos, las costas, las faldas de volcanes, etc., implicaron cada una sus específicos tipos de riesgos, es decir posibilidad de pérdidas y daños para la comunidad correspondiente.

Es claro que la cercanía a volcanes ha sido una localización privilegiada por la fertilidad y la disposición de materiales rocosos y minerales de gran utilidad en la vida cotidiana; pero también las costas (de lagos y mares), o las cuencas de ríos, de donde no solo se extraía alimentos sino que a la vez constituyeron los principales medios de transporte (lo que permitió el intercambio, la variabilidad y el aprendizaje de avances alcanzados en otros territorios) y por supuesto trajeron el peligro de la destrucción total o parcial en momentos de erupción, huracanes, marejadas, crecientes o inundaciones.

El proceso de ocupación humano de la tierra ha implicado desde la localización en zonas que propician y facilitan la obtención de los recursos básicos para la subsistencia, a la extracción exhaustiva de recursos hasta su agotamiento o destrucción, contaminación o perjuicio del entorno tanto por la propia explotación extrema como por la disposición también depredadora de los residuos, incluyendo los residuos del proceso de explotación y los remanentes estériles luego de la extracción –como en la minería a cielo abierto-.

En ambos casos se ha dado un proceso de construcción de riesgo, de posibilidad de ocurrencia de daños y pérdidas, en función de la manera en que se realiza la ocupación del territorio, tanto para efectos productivos como propiamente residenciales o de servicios básicos, es decir los asentamientos, pero además para efectos de la manera en que se construye sobre ese territorio, en otras palabras la forma de diseñar y construir las estructuras, la ciudad,…la arquitectura.

El concepto de riesgo consiste en las posibilidades de ocurrencia de daños y pérdidas, tanto humanas como materiales, en situaciones concretas de concurrencia de características del territorio junto a su forma de ocupación o transformación y construcción.

Partiendo de esta concepción, el proceso de generación de riesgo está inmerso en todas las formas de actividad humana en diversos grados, pero en particular en el diseño y construcción de su hábitat. Así, el conocimiento y reducción hasta límites aceptables del riesgo es lo que se considera una gestión apropiada. Ello implica una rectificación de las prácticas destructivas, del diseño que lo evade sin resolverlo y de la normativa que permita una determinación del impacto ambiental (y su control) de la actividad humana, ya sea esta la construcción de estructuras o ciudades, el desarrollo regional y lo productivo en general.

A lo largo de los siglos, la construcción de viviendas es uno de los ejes de la economía y, a la vez, una de las más importantes demandas sociales y financieras, tanto de los países, como de las comunidades y de las familias. No obstante, todavía millones de familias construyen sus propias viviendas con escaso o ningún apoyo financiero más allá de sus propios ahorros, y, por lo tanto, difícilmente disponen de los conocimientos técnicos o el apoyo de diseñadores y constructores profesiones, y menos aún, toman como un criterio de importancia la gestión del riesgo frente a desastres.

Incluso es común el hecho de que conozcan los riesgos y hayan sido víctimas de situaciones de desastre pero asuman que no tienen otra salida que vivir en el riesgo. Otras tantas familias resuelven su necesidad habitacional por vía de programas gubernamentales o privados, formales, sin que se apliquen adecuadamente las prevenciones elementales frente al impacto de los eventos destructivos, de origen natural o humano, esto ya no en función de una decisión propiamente familiar, sino por las carencias técnicas o institucionales que tales programas presentan en muchos países; carencias que llevan incluso a ignorar a propósito reglamentos o requisitos de localización, diseño y construcción con la excusa de que se trata de situaciones de emergencia.



2. De Yucatán a Darién: el istmo, su geografía como condicionantes de la economía y lo urbano/regional.

Desde la época precolombina se ha documentado en Centroamérica la ocurrencia sucesiva – y a veces simultánea- de eventos de origen hidro-meteorológico o tectónico en muy diversas escalas y dimensiones. Pero también, son conocidos ampliamente desde siglos atrás los múltiples y diversos impactos de ellos en las condiciones de habitabilidad y producción, tanto en poblados dispersos como en las diversas aglomeraciones, incluyendo las antiguas capitales coloniales, las zonas bananeras en sus orígenes, los poblados costeros del Caribe y las costas del Pacífico.

Tanto la literatura especializada, como la histórica, y la ficción, describen con detalle la desaparición y traslado de las más grandes ciudades y capitales coloniales centroamericanas, los cambios radicales en zonas de producción y las gigantescas pérdidas por destrucciones apocalípticas en relación con terremotos o inundaciones: Antigua Guatemala (1527, 1717 y 1773) y Managua (1931 y 1972) pero antes León Viejo (1609), San Salvador (1576, 1659, 1854 y 1986), Tegucigalpa en 1998, Cartago en 1841 y 1910.

En todo el istmo centroamericano la población entera ha vivido a lo largo de los siglos en condiciones de riesgo múltiple derivado de su condición de contacto entre dos grandes masas continentales al norte y al sur, lo que a la vez lo privilegia en su geografía y su biodiversidad típica del trópico húmedo, y simultáneamente lo impacta periódicamente por estar localizado sobre enormes fallas de escalas macro regionales, innumerables fallas locales y una densa y continua cadena de volcanes que la recorren a todo lo largo y han generado inestables llanuras aluviales junto a grandes y abruptas cuencas caudalosas.

A ello se suma la presencia del océano Pacífico y el Mar Caribe y la rutinaria temporada de huracanes caribeños que coincide con la temporada lluviosa del Pacífico. Ello llena lagos y alimenta las avenidas y crecidas que, año tras año, bajan súbitamente de las altas pendientes e inundan casi plenamente las planicies costeras en ambos litorales.

Es en esas condiciones en que se han ido consolidando las viejas ciudades coloniales y en todo el istmo se constituyeron estructuras urbano regionales con alta preeminencia de la ciudad capital.

La rural y lo urbano se han intercalado por la articulación de una macrocefalia de la capital y su red de pequeñas o medianas ciudades a lo largo de las carreteras internacionales –en particular a lo largo de la costa del pacífico- desde México a Colombia –interrumpida únicamente por la zona de Darién-.

La región se ha constituido y reconstituido a los vaivenes del devenir económico y político no sin pocas invasiones e intervenciones militares a lo largo de los siglos XIX y XX, de manera que un capitalismo dependiente o periférico, basado en la oferta de materias primas y agro exportación fue dando paso a la inversión en el sector financiero, terciario y de servicios a las empresas multinacionales que se asentaron desde los años 60s con el impulso del MERCOMUN.

En ese proceso la destrucción de bosques primarios y la acción agrícola e industrial, altamente depredadora, fue primero en función de la explotación bananera o ganadera, y luego en función de la minería o explotación ilimitada de la madera; pero continuó con la apropiación de playas y paisajes o con la segregación de masas campesinas y la destrucción violenta de la cultura indígena precolombina y los pueblos indígenas considerados inútiles a las necesidades medias de explotación capitalista en el modelo impulsado por las multinacionales a lo largo del siglo XX.

En los años recientes se han ido consolidando procesos acelerados y profundos de transformación de la estructura productiva, que cambian radicalmente el uso tradicional del suelo en amplias áreas y se están iniciando otros nuevos procesos, como los variados megaproyectos turísticos y marinas, el canal seco, la recuperación de cuencas, la minería a cielo abierto, las grandes represas, la exploración petrolera, los nuevos grandes puertos o la ampliación del Canal de Panamá, los corredores logísticos y corredores biológicos –ambos centroamericanos-, con sus nodos estratégicos en diversos puntos del territorio nacional, en particular las ciudades portuarias y las capitales nacionales.

Los nuevos tratados regionales y extra-regionales, que buscan la consolidación del modelo de apertura y la apropiación cada vez más intensa del territorio por las grandes empresas multinacionales, expresan también una etapa de impulso de una organización productiva donde, cada vez más la población de la región no es útil como fuerza de trabajo y se expulsa o se ve obligada a migrar, para alcanzar niveles mínimos de supervivencia, convirtiendo a algunas seudo economías en simples receptores de remesas.

Finalmente, por el lado del desarrollo institucional es obvia la crisis y la escasa capacidad de gobernar por parte de los entes centralizados, pero a la vez se han estado impulsando procesos para derogar la regulación excesiva, innecesaria y paralizante, pero NO se ha desarrollado paralelamente la capacidad local e institucional para orientar las inversiones públicas y privadas de manera que eviten la creación de riesgos nuevos, prolonguen los existentes o generen procesos depredadores de la riqueza y la biodiversidad en todas las escalas del territorio, desde lo local hasta lo regional.


3. Lo construido que contradice la con la geografía

El choque entre lo construido y las condicionantes del medio es una característica común a las ciudades centroamericanas, al margen de cuáles hayan sido sus orígenes; así, tanto las antiguas ciudades coloniales, como los nuevos megaproyectos portuarios, tienen en común un diseño urbano que deja de lado elementos esenciales condicionados por la geografía.

Tanto las que están sobre zonas montañosas como las que su ubican en o cerca de las costas tienden a desarrollar patrones de organización espacial que priorizan principios económicos o patrones tradicionales que no toman en cuenta rasgos elementales en términos a la adaptación al medio.

Desde la red vial a las construcciones en altura, se enfrentan en vez de adaptarse a procesos locales, como las condiciones de los suelos o la localización en sitios de alto potencial de riesgo; pero a la vez, contribuyen con ese riesgo agregando estructuras y poblaciones, con sus desechos, que elevan en vez de mitigar el riesgo como resultado de la ausencia de decisiones que pongan como prioridad la permanencia segura de sus habitantes.

La estructura productiva (industrial, comercial, de transporte, habitacional) destruye y no reconstruye un hábitat humano adaptado a las nuevas circunstancias y a la vez, olvida las lecciones del pasado: por ejemplo, todo el aprendizaje de convivencia con el sismo de la vivienda indígena que fue abandonado por la implantación de la ciudad y vivienda española –pesada y sin resistencia incluso frente a terremotos menores-, lo que continúa hasta nuestros días, aun cuando ya se dispone de conocimientos técnicos suficientes para construir con seguridad.

La magnífica adaptación de la vivienda caribeña y tropical victoriana, que utilizaba la construcción con pilotes (frente a la inundación), al igual que la vivienda indígena precolombina de las costas, se ha ido abandonando y reemplazando con pesadas construcciones a ras del suelo, y claro, por debajo del nivel normal de las llenas anuales en las ciudades de ambas zonas costeras: pacífica y caribe.

Aunque las ciudades centroamericanas, incluidas sus capitales, son relativamente pequeñas, con unos pocos millones de habitantes las más grandes, su construcción y crecimiento ha carecido de los mínimos equilibrios y desde sus trazos originales, de unos pocos cuadrantes, se extendieron sobre sus territorios agrícolas aledaños siguiendo los caminos entre fincas, y sin organizar en cada caso el diseño (habitacional o industrial e institucional) con respecto a las características físicas del territorio (geográficas, geológicas, hídricas, etc.).

Así, se fueron llenando las vías hacia el mar o hacia los países vecinos, dado su carácter de corredores estratégicos, logísticos o comerciales, y dada la base económica original: la agro-exportación, ya que la preeminencia de la economía extractiva no solo se da en la producción agrícola o minera, sino también en la organización de las ciudades.

En tales condiciones la idea de ‘sostenibilidad’ está muy lejos de ser considerada y más bien, se dan procesos evidentemente depredadores del medio que ponen en riesgo millones de pobladores y obligan a derrochar otros tantos millones en reconstrucción todos los años.

II. DIVERSOS TIPOS DE CIUDADES:

4. La costa del pacífico vs el caribe


EL CARIBE

Como se da en Belice, que tiene su capital a 80 km tierra adentro, Belmopán, luego de que su antigua capital y principal aglomeración, Ciudad Belice, fuera casi destruida por un huracán en 1961, los demás países centroamericanos, excepto El Salvador, tienen importantes ciudades caribeñas.

Las principales ciudades del Caribe centroamericano son Puerto Barrios en Guatemala, Puerto Cortés y La Ceiba en Honduras; Puerto Cabezas y Bluefields en Nicaragua.

Todas ellas han sufrido el impacto de variados huracanes a lo largo de toda su existencia y de hecho han sido destruidas casi hasta sus bases en varias ocasiones por huracanes como Fifí, Mitch, Katrina, Épsilon y tantos otros desde tiempos inmemoriales. Bluefields (en Nicaragua) fue casi totalmente arrasada por el Huracán Juana en 1988, lo que afectó ampliamente a todo el país: “Bluefields es solo un punto de referencia, ya no existe”, dijo un primer informe del responsable en la región por parte del gobierno central.

Limón en Costa Rica y Colón o Porto Bello, en Panamá han estado a salvo de los vientos destructivos y sin impactos directos gracias a su localización hacia el sureste, pero no se libran de las intensas lluvias que bajan abruptamente de las cercanas cadenas montañosas, y constituyen barreras respecto de sus ciudades capitales en los valles inter-montanos (CR) y la costa del pacífico (Panamá).

El tamaño relativamente pequeño de la costa caribe de la región, respecto de la magnitud de los fenómenos hidro-meteorológicos caribeños y del Océano Atlántico, lleva a que durante seis meses al año todo el litoral sea vea amenazado por tormentas tropicales y huracanes, lo que tiene un enorme impacto en su actividad económica y social. De hecho muchos huracanes tienen tal dimensión que terminan cubriendo e impactando varios países y ciudades a lo largo de toda la costa, de Panamá a Belice.

Si bien, no es normal y más bien muy poco común la identificación de tsunamis en el caribe, la amenaza sísmica SI es algo permanente y que está presente en la historia urbana del caribe centroamericano, pero que ha afectado poco precisamente por la escasa población y la muy puntual concentración de ésta en las ciudades mencionadas, incluso con terremotos tan importantes como el de Limón, Costa Rica, de 1991 que llegó a 7.7 en la escala Richter pero provocó muy pocos daños humanos.

En general las ciudades caribeñas fueron esencialmente puntos de salida y llegada desde tierra adentro y no asentamientos importantes para gobierno y la administración. Desde el puerto de Colón, en el extremo caribeño del Canal de Panamá, a Puerto Barrios en Guatemala, las ciudades/puerto fueron menos que secundarias, a pesar de su importancia como puerto y punto de contacto con Europa y el este de EEUU durante el auge cafetalero y bananero.

El caso de Nicaragua fue el extremo, pues sus ciudades del caribe estuvieron casi totalmente aisladas hasta finales del Siglo XX y todavía no tienen especial significación en la economía nacional, menos aún en la configuración de la institucionalidad; todo ello a pesar de la enorme contribución de la cultura caribeña a la diversidad cultural del istmo en su conjunto.

De hecho, en Nicaragua, durante el auge de la explotación del oro en California, se generó un proceso de paso utilizando el Río San Juan, pero esto solo contribuyó al crecimiento de la importancia de la ciudad de Granada, al extremo este del gran lago, muy cerca de la costa del pacífico.


EL PACÍFICO

La costa pacífica, fue, por el contrario, la más poblada, explorada y construida desde la colonia, iniciando por supuesto con Panamá Viejo, desde dónde se lanzaron las aventuras de reconocimiento de toda la costa sur de Centroamérica en busca del llamado ‘estrecho dudoso’, claro encontrando el Cocibolga, el gran Lago de Nicaragua y llegando luego el caribe en lo que hoy es zona limítrofe entre Nicaragua y Honduras: el cabo de Gracias a Dios.

El istmo se localiza en medio de dos grandes placas tectónicas y con una cadena montañosa central que se levanta sobre la zona de subducción de la Placa Cocos bajo la Placa Caribe, localizada precisamente frente a la costa del Pacífico de Centro América. Así el istmo, está por supuesto sometido a la constante ocurrencia de sismos; más aún cuando la cordillera centroamericana está compuesta por una serie de volcanes activos en cadena, muy cerca de la costa pacífica, que cada tanto se encargan de generar enjambres sísmicos y otros impactos destructivos, como flujos piro clásticos y nubes de ceniza que pueden cubrir incluso, ya no solo varias ciudades, sino también varios países.

Las ciudades costeras del pacífico están exactamente frente a la zona de subducción en la plataforma continental, de Guatemala a Costa Rica, dónde la zona se levanta por la llamada Cresta del Coco, pero al sureste de la cual se extiende la Placa de Nazas y La Zona de Fractura de Panamá (ZFP) que es un sistema de fallas con dirección norte-sur, de gran actividad sísmica, que atraviesa el istmo, y son las que produjeron terremotos como el de Puerto Armuelles (Panamá) en el 2003.

Si bien, la zona costera propiamente tal no tiene otra ciudad capital más que la de Panamá, en el resto del istmo se encuentran importantes puertos comerciales, como Puntarenas en Costa Rica, Corinto en Nicaragua (muy cerca de la antigua capital León), y en el Golfo de Fonseca el principal puerto hondureño: San Lorenzo junto con el salvadoreño de Cutuco, localizado al lado de la ciudad de La Unión, que es la más grande ciudad de la costa salvadoreña, aunque todavía el principal puerto salvadoreño sigue siendo Acajutla, que sufrió ya un sismo de magnitud 6, en el 2009, causándole importantes daños.

Puerto Quetzal es el más importante del pacífico guatemalteco, está conectado con la ciudad de Guatemala por una moderna autopista, pero sigue siendo una ciudad/puerto relativamente pequeña. Es decir, el puerto es importante pero no tanto la ciudad, como en otros del caribe, el puerto es solo parte del corredor hacia las zonas altas tierra adentro.

Si bien las ciudades capitales centroamericanas, con sus principales manchas urbanas, no son portuarias, excepto en Panamá, sino que se encuentran tierra adentro, es también cierto que estas ciudades capitales estarían aisladas del mundo sino fuera por esos corredores comerciales y logísticos a lo largo de las carreteras que los comunican con sus puertos caribeños y del pacífico, donde se ubican variedad de ciudades intermedias, que aunque de poca población, si tienen altísima importancia logística e institucional, pues ahí se concentran los muelles y las refinadoras petroleras, así como los principales puntos aduanales de exportación de fruta y en las últimas décadas las principales áreas de expansión turística que dependen de estas ciudades costeras para su abastecimiento. También ahí se ubican varios de los principales aeropuertos.

Son estas ciudades costeras y ciudades puertos del pacífico las que están no solo frente a la amplia zona de subducción (de la placa Coco bajo la Placa Caribe), sino expuestas a la llegada de tsunamis, no solo por la alta sismicidad en la zona de subducción y sus múltiples fallas locales, sino por la altísima sismicidad océano adentro en el pacífico, desde, por ejemplo, las cadenas volcánicas de las islas hawaianas o japonesas.

Sin embargo, los diseños de estas ciudades, incluso de las instalaciones más recientes, distan mucho de tomar previsiones básicas y algunos puertos todavía en construcción no las toman de acuerdo con estándares básicos. Por otro lado, precisamente muchos de estos mega-proyectos portuarios (tanto en el pacífico como el caribe) y las ciudad/puerto que surgen o dónde se ubican, no toman las medidas protectoras mínimas adecuadas para proteger no solo condiciones de los humedales o lagos y zonas de pantanos aledañas a la playa, sino tampoco la población local que se dedica, por ejemplo, a la pesca y captura de crustáceos en los manglares y bosques salados, como es el caso específico del nuevo puerto que se construye en La Unión, El Salvador, donde el municipio tiene muchos nuevos costos y las empresas del puerto no pagan prácticamente nada de impuestos o se han negado a cumplir con su parte.

En general las ciudades portuarias de la región, tanto en el Caribe como en el Pacífico, se localizan en terrenos influidos por la dinámica costera (erosión, corrientes, marejadas, etc.) y de desembocadura de grandes ríos, con partes muy planas y con extensos esteros y humedales de riquísima biodiversidad.

En estas ciudades hay muchas barriadas de comunidades de pescadores y productores de otros artículos de origen marino o del manglar (conchas, etc.). Pero hay también producción agrícola tradicional, incluyendo maíz y caña en zonas que no son adecuadas. Las viejas tierras deforestadas de sus bosques salados fueron utilizadas para plantaciones (como algodonales –El Salvador, Nicaragua- o bananales –Costa Rica, Honduras o Guatemala-) y se contaminaron por años con insecticidas y otros productos químicos.

Durante las últimas décadas en muchas de estas ciudades costeras centroamericanas, sino en todas, se impulsaron proyectos turísticos que están en marcha, pero no se han desarrollado por completo en todo lado (en buena medida por la crisis financiera y la ruptura de la burbuja inmobiliaria), aunque si hay presión por las tierras que podrían utilizarse en tales proyectos, lo que ha impactado en los precios del suelo y afectado seriamente a los residentes y pobladores locales en trabajos tradicionales, como producto de lo cual se ha incrementado un proceso de segregación social y territorial desde la costa.

5. Ciudades de altura en valles inter-montanos:


En zonas poco inundables, a diferencia de las llanuras aluviales, se ubican buena parte de las más importantes ciudades centroamericanas, en valles inter-montanos y territorios muy quebrados con múltiples columpios y de más fácil control de la dinámica de los ríos, pero a la vez de gran calidad y fertilidad y con capacidad de soportar temporadas secas sin altos peligros de incendio y apropiadas para la agricultura, con áreas más bien de uso forestal en peligro por sobreexplotación y dificultades por erosión en laderas.

Hay tierras de partes planas en la base de los numerosos valles, pero altas, con facilidad para drenar, integradas a los procesos estandarizados de explotación agrícola de escala micro empresarial y de mediana empresa, pero no tienen grandes inversiones, excepto las tradicionales sembradíos de café, maíz o caña, así como otros granos básicos y todavía están en bajos niveles de uso de tecnología.

La infraestructura básica facilita el alcance progresivo de metas de producción y mejoramiento de la condición de zona de desarrollo agrícola en consolidación, pero ha sido destruida parcialmente, en múltiples ocasiones, por crecientes que dañan puentes seriamente y dejan barriadas de la periferia en aislamiento por horas o días.

Las ciudades capitales, desde San José a Guatemala, se asentaron en zonas de alto riesgo pues son atravesadas por ríos o barrancos, y sobre todo sobre áreas de altísimo riesgo sísmico. No obstante se presentan diversas situaciones, según el tipo de barriada para confrontar eventos peligrosos:

a. Las familias menos vulnerables y con más capacidad de resistencia colectiva y facilidad de acceso a los mecanismos institucionales tienden a sufrir muchos menos pérdidas, dado su alto nivel económico y su capacidad privada para construir con las mejores técnicas y el más capacitado apoyo profesional.

b. Las barriadas pobres normalmente están localizadas en los peores sitios, dónde las tierras son más baratas, o se localizan en la ribera de alta pendiente de los ríos urbanos, sin costo alguno; pero ahí se concentran también las peores condiciones sanitarias, de acceso a servicios y de riesgo de desastres.

Estas ciudades de tierra adentro tienen dos características básicas: la condición de capitales nacionales y los procesos de conurbación de ellas sobre las ciudades aledañas. También concentran los procesos de industrialización de la segunda parte del SXX, con sus maquiladoras y ‘zonas francas’, que trajeron no solo un nuevo tema de riesgo industrial, sino la aglomeración de población en barriadas en sus inmediaciones.


6. Capitales centroamericanas: su reubicación y reconstrucción urbana.

Las capitales centroamericanas, aparte de otras ciudades, han sido destruidas casi totalmente y han sido re-localizadas varias veces en varios países, pero no solo en tiempos coloniales. Los impactos de terremotos es lo más importante que han sufrido las capitales de pie de montaña y cerca de volcanes desde el siglo XIX.

Lamentablemente, las relocalizaciones no han sido suficientes como para librarlas de nuevos desastres y el proceso de reconstrucción no ha tenido en cuenta criterios elementales, incluyendo en algunos casos aspectos básicos como construir con diseño antisísmico después de haber sido destruida por un terremoto, así que décadas después es destruida de nuevo, como es el caso de Managua en 1931 y 1972, o San Salvador, etc.

El tema de las relocalizaciones sí es algo que se quedó en la colonia, pero no solo por desastres relacionados con el sismo, sino también por explosiones volcánicas severas. Pero, en la mayoría de las ciudades capitales la reconstrucción ha sido sobre los mismos escombros y en pocas ocasiones se ha resguardado una parte de la ciudad, restringiendo la construcción y extendiéndola hacia otras zonas aledañas, como forma de prevención, como es el caso de Managua también luego del terremoto de 1972.

Un caso de particular atención y que no se replicó fue el impulso del uso de reglamentos para la construcción anti-sísmica y el cambio en el uso de materiales en el caso de Costa Rica, luego del terremoto de Cartago de 1910.

A partir de ahí se impulsaron algunas medidas básicas, pero sobre todo se impulsó el abandono inmediato de la construcción con materiales tradicionales (de la casa típica colonial española) como adobe o bahareque, al margen de que con ambos materiales se pudiera obtener buenos diseños anti-sísmicos.

El hecho es que la construcción de las ciudades, y en particular la expansión urbana masiva a partir de los años 1950s se realizó primero en madera y luego con materiales prefabricados o bloques de concreto con estructuras reforzadas (concreto reforzado). Ello dio como resultado un nuevo paisaje urbano compuesto de casas de madera, livianas y resistentes al sismo en particular en el valle central de CR.
Aunque también se construyó con madera desde los años 1930s en los pueblos bananeros, con esos magníficos diseños de máxima adaptación al medio; casas con techos de media agua de hierro galvanizado (‘zinc’) y corredor frontal con jardines trasero y delantero, llenaron el paisaje urbano y semi-rural de los alrededores de la ciudad de San José y su Área Metropolitana. La predominancia de la madera, sin embargo, llevó a otra importante vulnerabilidad: el incendio.

Esta experiencia no se repitió en otras capitales centroamericanas, aunque también habían sido afectadas por fuertes sismos y, no obstante, en casi todas ellas se carecía de un código anti-sísmico moderno hasta, inclusive, finales del Siglo XX.

En términos de relocalización Managua es un ejemplo de lo que puede hacerse bien y lo que puede echarse a perder. En efecto, luego del terremoto de diciembre de 1972 expertos de diversas partes del mundo llegaron a contribuir con la reubicación, relocalización o rediseño de la ciudad, al final de lo cual se hizo un nuevo trazado en el mismo sitio, pero hacia el sur, fuera de la zona delimitada como de más alto riesgo (dado el trazado de las fallas tectónicas) más alejado de la costa del Lago Xolotlán o Lago de Managua.

Los nuevos diseños urbanos previeron una extensión en forma de semi-círculos concéntricos alejándose hacia el sur de la costa del lago y conectando las dos principales vías internacionales, la vieja carretera sur –interamericana- y la carretera norte –hacia Honduras-, así como la carretera hacia la zona del Lago Cocibolga, el gran lago, y la zona fronteriza del pacífico sur con Costa Rica. Ello implicaba la construcción de una nueva ciudad multi-nodal, con diversidad de puntos de intersección de vías, dónde se ubicarían centros cívicos con edificios públicos diversos y desconcentrados.

El plan dejaba la zona de las ruinas de la antigua ciudad de Managua deshabitadas y sus alrededores más inmediatos convertidos en parques y zonas de recreo. No obstante, este diseño funcional y seguro se fue abandonando poco a poco al permitirse la reutilización del centro (en las ruinas), y al reconstruir el propio gobierno (en los últimos 30 años) gran cantidad de obras institucionales en tierras que habían sido declaradas de altísimo riesgo.

San Salvador y Ciudad de Guatemala también han sufrido impactos por terremotos pero en ningún caso, después de la colonia, se intentó trasladar la capital hacia otras zonas, sino que se mantuvo habitada la misma área de mayor impacto y se continuó con la expansión de baja altura por toda la periferia, dando a luz estas amplísimas extensiones de más de cien mil hectáreas con muy bajas densidades.

Tegucigalpa no ha sido destruida por sismos, aunque sí por las inundaciones relacionadas con el Huracán Mitch –y antes por el Fifí en 1974-, pero es altamente vulnerable y un fuerte sismo (7 Richter, por ejemplo) podría causar gravísimos daños a sus habitantes, muchos de los cuales literalmente cuelgan de los cerros, y en particular El Picacho (al norte de la ciudad de 1240 mts), ya que la capital está sobre tres fallas tectónicas importantes (El Reparto, El Bambú y El Berrinche) más otras 15 que han sido detectadas.

La reconstrucción post-Mitch no ha tomado en cuenta esta grave situación y la ciudad ha seguido creciendo con escasos, si hay alguno, tipo de previsión tanto frente al sismo como a la inundación. De hecho, mantiene bajísimos niveles de control de su construcción y el uso de energía, por lo que también, como las otras ciudades centroamericanas es altamente vulnerable al incendio.

Los criterios de sostenibilidad básicos, relativos al diseño vial y residencial (ciudades jardín, etc.) no forman parte de este crecimiento, que ha seguido más bien los patrones típicos de los antiguos caminos de fincas, que se trazaron según las necesidades de los productos (café, caña, ganado, etc.) y por tanto constituyen laberintos que surgen, como ramas de árboles, de las vías regionales internacionales, las que mantienen todavía en buena parte el antiguo trazado colonial, sobre el cual se localizan las nuevas urbanizaciones junto a los grandes centros comerciales o parques industriales.

7. Ciudad-región, la conurbación y crecimiento de baja densidad


Las ciudades extendidas tienden a cubrir amplias zonas, valles enteros, y unir antiguas ciudades, decimonónicas o coloniales, en una sola mancha urbana semi-discontinua, pero a la vez enmarañada, con sistemas de circulación no diseñados, sino nada más establecidos desde la época en que se construyeron las antiguas carreteras o caminos que conectaban esas viejas ciudades, pero que ahora se van convirtiendo en barriadas dormitorio, o los suburbios de los centros institucionales y comerciales del SXX.

La conurbación no es completa, sino partida, pero se organiza según los momentos de auge y decadencia económica, los conflictos militares o las décadas de guerra, con sus migraciones masivas de ciudad a campo o viceversa en cada uno de los países. Todo ello sin un plan maestro sub-regional o regional que trace las grandes dimensiones y ejes, a la vez que determine en sus diversas escalas, las condiciones y reglas para la construcción que recibirá a las nuevas generaciones o las poblaciones de reciente o próximo arribo.

En efecto, las migraciones regionales al interior de cada país han sido un elemento esencial de la constitución de las ciudades y nunca se han previsto como parte consustancial de la conformación de las ciudades, tanto las cabeceras regionales como las capitales. Así, por ejemplo, en las décadas de guerra en varias ciudades capitales se presentaron migraciones hacia regiones y ciudades rurales, y al final de los conflictos, se dieron retornos que en algunos casos fueron ciertamente masivos (como en Managua) sin que hubiera previsión alguna que permitiera abastecer de las necesidades mínimas a los nuevos habitantes.

También las migraciones internacionales han tenido inmensos impactos en las ciudades, tanto las capitales, como las nuevas manchas urbanas masivas, pero también en las cabeceras departamentales o provinciales. En algunos casos, el impacto se da densificando barriadas o poblados enteros, en otros todo lo contrario, dejando zonas casi fantasmas deshabitadas por la emigración hacia ciudades mayores o puertos y zonas costeras en auge en busca de trabajo, y claro, este mismo efecto tiene la consabida migración internacional.

Esta crecimiento conurbado se da sobre antiguas amplísimas zonas de cultivo, como el café, en zonas de montaña, y creando condiciones de desestabilización de los terrenos, al subir las calles paralelas a los ríos o riachuelos de montaña, que crecen abruptamente en épocas de lluvia con la desaparición de la antigua capa vegetal, el bosque virgen o la plantación, que tenía algún sistema de control de aguas lluviosas, ahora perdidos.

Como consecuencia es común que se presenten deslizamientos y barrios enteros arrasados por las correntadas que bajas por los riachuelos convertidos en torrentes y arrastran las viviendas y los pobladores, destruyendo todo tipo de infraestructuras y causando altísimas pérdidas económicas y humanas.

En las zonas costeras, sobre las antiguas plantaciones bananeras o fincas algodoneras y ganaderas, también se extienden las manchas urbanas, aunque en mucho menor escala que en las capitales del interior, a lo largo de las carreteras costeras o litorales y en los principales puertos, y claro, son sujetas de impactos anuales con la temporada lluviosa del pacífico de casi ocho meses, y principalmente en los dos meses de más intensa lluvia anual: octubre y noviembre.

Aparte de la ausencia de diseño urbano en términos de las estructuras viales y las orientaciones del crecimiento, hay una serie de razones adiciones para cuestionar la posibilidad de sostenibilidad en el crecimiento continuado de las ciudades centroamericanas, en particular las ciudades capitales:

a. En primer lugar el tema del control relativo y manejo de las aguas residuales, pues en prácticamente ninguna de las ciudades capitales o principales puertos existe una solución equivalente para el volumen de demanda. Con excepción de algunos puertos que han iniciado en años recientes, prácticamente en las últimas dos décadas, el diseño y construcción de emisarios submarinos, la realidad es que en la mayoría de los casos las aguas residuales se lanzan sin tratamiento a los riachuelos y que se convierten en verdaderos colectores abiertos que llegan hasta las costas, que como en el caso de la Bahía de Panamá y el Golfo de Nicoya –CR-, están altamente contaminados.

b. El segundo aspecto es la destrucción de cobertura vegetal natural o de las antiguas plantaciones agrícolas, en las periferias de las ciudades, en particular en las zonas más conurbadas. El crecimiento en baja densidad y poca altura ha ido destruyendo miles de hectáreas, muchas de las cuales son la esencia de las áreas de acopio de aguas subterráneas, que luego sirven para desarrollar los acueductos de servicio a la población de la propia ciudad.

Con excepción de la Gran Área Metropolitana de San José, no hay en toda la región otra ciudad que presente una clara zonificación de protección a sus acuíferos en forma de anillo verde periférico, y que sirva además de zona de contención entre la zona urbanizable y la zona de reserva boscosa o parques nacionales. Lo más común es un crecimiento de escasas, sino nulas limitaciones, que como en el caso de Tegucigalpa sube por los cerros aledaños y los urbaniza casi por completo, o como en el caso de Guatemala baja hasta los barrancos profundos que atraviesan la zona metropolitana y también los saturan de habitaciones y cobertizos hechizos a manera de viviendas mínimas con altas densidades y muy limitados ingresos.

Estos dos elementos determinan un grave problema y obstáculo en la sostenibilidad relativa de las ciudades de la región, y además son disparadores del riesgo y la vulnerabilidad asociada con sismo e inundaciones. 


8. Ciudades urbanas ilegales bajo riesgo en CA:


En las ciudades centroamericanas la vivienda urbana con sus dos grandes tendencias (unifamiliar o en conjuntos) se ha construido con escaso o ningún nivel de diseño; tenemos ciudades ilegales e informales, lo que contribuye a su vulnerabilidad.

Una característica central de la ciudad centroamericana, tanto en la costa como en la montaña, son los barrios de muy escaso ingreso, barrios espontáneos u ocupaciones ilegales (chabolas, tugurios, barrios nuevos) están caracterizados por el uso de materiales de desecho o improvisados, pero especialmente por ser combustibles –madera seca, plásticos, cartón- y a la vez por su construcción laberíntica, estrechos pasillos y rutas sin salidas lo que implica:

1. dificultad para atender incendios
2. propensos a accidentes por estrechos del tránsito
3. alta contaminación por confusión de pasillos y desagües
4. casi imposibilidad de habilitar con agua potable
5. peligrosidad en la accesibilidad a cableado eléctrico (aparte de materiales inadecuados como cable telefónico)
6. dificultad para desalojo de desechos sólidos
7. alta peligrosidad por uso de combustibles para cocinar o alumbrarse (gas, leña, candelas, canfín, gasolina, etc.)
8. escasa ventilación y extremo hacinamiento, que implica alta vulnerabilidad en epidemias como dengue, cólera y similares



En barrios urbanos de sectores de ingreso mayor repiten algunas características por utilizar materiales combustibles y la inexistencia de hidrantes o acceso a servicios contra incendios; pero a la vez la búsqueda de ‘seguridad’ frente a probables robos crea trampas cerradas con barras y múltiples candados imposibles de abrir en caso de incendio o terremoto y que prácticamente impiden el rescate de bienes muebles

La localización inadecuada NO es exclusiva de los sectores de menor ingreso, sino que al contrario la búsqueda de ganancias fáciles por parte de urbanizadoras y la tolerancia de los municipios y departamentos de control de obras –según el país- ha permitido la construcción de urbanizaciones, condominios horizontales y edificios en altura para viviendas en zonas de alta pendientes con tierras frágiles, sin estudios de suelo o diseños adecuados a las condiciones de suelo y probabilidad de sismo o deslizamiento.

La construcción en cauces de ríos, a orillas de lagos y frente a las costas o en humedales y llanuras aluviales o de inundación, así como en áreas de usual impacto de huracanes es algo normal y usual en prácticamente todos los países, siendo escasos aquellos protegidos con diques o bordas; y más escasos aún los diseños de viviendas en pilotes, con alturas y materiales apropiados para humedales o zonas de inundación o ‘llenas’ por mareas extraordinarias en ciclos de varios años.

La construcción y el diseño de viviendas apropiadas para resistir impactos horizontales por vientos huracanados o ciclónicos, ha llevado en algunas sociedades a crear estructuras pesadas y resistentes a tales vientos, pero que se mostraron frágiles frente al impacto del sismo –como muchas casas japonesas típicas-. En forma similar la vivienda construida con patrones importados de climas distintos y diferente recurrencia del sismo se muestra inadecuada para resistir terremotos comunes o lluvias de ceniza en nuestras ciudades, como en el caso de San José –CR- en los años sesentas.


9. Responsabilidad y expectativas

La ciudad y vivienda sostenible es una noción que debe ser construida antes de plantear los desafíos de alcanzar su realización. El término sostenible de por sí es una suerte de acertijo y tiene múltiples significados o definiciones en la amplísima literatura ‘verde’, ‘ambientalista’ o de ‘desarrollo en armonía con la naturaleza’, etc.

Es un término que puede significar poco, como construir simplemente con algunos materiales o abastecimiento energético que reduce el desperdicio o la emisión de CO2, hasta implicar la reducción de riesgo o el aumento de la seguridad de sus habitantes por vía de hacer construcciones adaptadas integralmente a su espacio, tiempo y uso saludable, perdurable y seguro.

En medio se pueden encontrar discusiones de qué tanto se debe incluir para facilitar el alcance de resultados o porque se enfatiza la disciplina o profesión del que define: así será muy distinta la definición del arquitecto a la del biólogo, la sociólogo o de geógrafo a la del ingeniero, etc.

El diseño arquitectónico no se puede hacer sobre planos vacíos, hay un entorno inmediato, una ciudad, una región, un país, una cultura; hay principios y conceptos sobre sostenibilidad y control adecuado del uso energético o disposición de los residuos. El diseño espacial de la menor escala (el dormitorio, espacio común, los servicios), es decir el plano interno del apartamento, es apenas una pequeña dimensión que se encuentra en un edificio en altura con vientos, sol y lluvia tropicales.

No se trata nada más de tener una buena planta de 60 metros, hay que tener un diseño espacial total, que incluye el cambio en el tiempo a lo largo de las temporadas anuales y de la ciudad y el país en el mediano y largo plazo, es decir a lo largo de la vida del edificio: las familias crecen, envejecen, requieren de nuevos servicios y demandas a lo largo de su vida familiar.

Al optar por una perspectiva más integral y multidisciplinaria de ‘sostenible’ se deben incluir requerimientos que partan de la localización y adaptación climática, geográfica y estructural según las condiciones del terreno, meteorología, altura y coordenadas (vivienda tropical con especificaciones inmensamente distintas de las regiones con estaciones marcadas, o extremas como las árticas)….
Las ciudades, para ser sostenibles, y al reconstruirlas de manera sostenible requieren de superar algunas deficiencias típicas de los procesos de reconstrucción:

A. los proyectos de reconstrucción normalmente nunca llegan a realizarse y las familias por sí mismas desarrollan sus propias prácticas reconstructivas sin tener presente los riesgos repetidos que se reconstruyen con sus nuevas viviendas. Es lo normal que sean proyectos individuales y que cada familia avance en sus propios términos, con sus propios medios, conocimientos, destrezas y capacidad financiera –que usualmente es muy baja sin apoyo institucional privado o público-

B. Los proyectos de reconstrucción estatales o privados pero para grupos de viviendas, aunque se hagan en distancias típicas de zonas rurales- deben partir de una evaluación de daños adecuada y precisa, pero deben diseñarse en función de las transformaciones usuales de las familias y las comunidades y sus condiciones culturales, étnicas o socio-económicas:

PERO los problemas para la aplicabilidad de las restricciones o regulaciones son múltiples y no se han superado prácticamente en ningún país de Latinoamérica y el Caribe.

En primer término, hay una gran debilidad jurídica, los reglamentos son desconocidos (en particular en zonas rurales o conglomerados urbanos pobres) y son poco utilizados por constructores de diversa condición, no solo los auto/constructores; de hecho existen muchos ejemplos de diseños de arquitectos, ingenieros o técnicos que hacen caso omiso de algunos aspectos de los reglamentos en sus obras en razón de costos o de conceptos, asumiendo que tales limitaciones son demasiado onerosas y excesivamente rigurosas: suponen que sus obras podrán tener una vida útil suficientemente larga como para que no haya necesidad de cumplir con restricciones relativas a eventos que probablemente no ocurrirán o se presentarán en grados relativamente más benignos.

En segundo término, las instituciones carecen de capacidad de control y de ninguna manera los municipios tienen el soporte técnico y financiero para controlar la aplicación de los reglamentos emitidos por ellos mismos. Los municipios y otros entes contralores tienden a limitarse a cobrar las tarifas y sellar los planos, es decir papel y dibujos, pero lo que se construye puede ser muy distinto; en particular en viviendas individuales de bajo presupuesto, las que comúnmente se modifican en el sitio de construcción y terminan siendo muy distintas de lo que está dibujado en los planos constructivos aprobados.

Los elementos generadores de riesgo vinculados a la arquitectura tampoco pueden verse como un asunto de los arquitectos, ingenieros y constructores, sino como el sumario concatenado de actos generados en diversas dimensiones sociales, incluidas las económicas, políticas, culturales, ideológicas y hasta militares.

Los arquitectos no diseñan y construye lo que se les antoje –aunque a veces lo parezca- sino lo que el medio social les demande y les permita. De hecho son simplemente excluidos del proceso generador, el diseño y construcción de más del 60% de las viviendas que se construyen en muchas de las ciudades latinoamericanas, incluidas todas las centroamericanas, claro.

Los últimos dos siglos permitieron la introducción de múltiples aportes técnicos, tanto en materiales como en diseños e investigación, pero la vivienda popular ha seguido en altísimos porcentajes siendo algo que se construye con poquísimos recursos económicos y muy rudimentarios conocimientos, tanto del diseño, como de la construcción o las posibles adaptaciones para proteger adecuadamente a sus habitantes.

Ni la legislación, ni los controles estatales, ni la directa intervención de los profesiones y sus organizaciones han logrado superar las condiciones obligadas por las restricciones económicas, de manera que hoy día se siguen desarrollando las barriadas pobres en las ciudades donde decenas de miles de familias se aglomeran y se hacinan en condiciones infrahumanas y en los sitios más peligrosos –que son los más baratos o no tienen precios, en particular porque se obtienen por ocupaciones ilegales-.

La enorme, casi increíble riqueza de la construcción popular y sus aportes a la arquitectura requieren todavía los estudios que den cuenta de sus múltiples posibilidades para solucionar problemas agobiantes para las poblaciones crecientes de nuestras ciudades.

Hay una carencia generalizada de evaluadores de daños y defectos constructivos relativos a la ocurrencia de desastres por inundaciones y sismos, lo que crearía a la vez la oportunidad de generar procesos de formación profesional o técnica que redundaran en casas y asentamientos más seguros y menos costos en caso de emergencias al disponer de técnicos locales disponibles para atender de inmediato las situaciones críticas dispersas.

No son los arquitectos los únicos o directos responsables, obviamente, pero si son los constructores y diseñadores los más inmediatos actores con conocimientos técnicos suficientes para intervenir o denunciar así como persuadir y enseñar (según sea el caso) a los pobladores, clientes, empresarios o políticos, de manera que se reduzcan aquellos espacios habitables o de trabajo que implican serios peligros para sus usuarios.

En particular y con más énfasis cuando se refiere a espacios de uso colectivo o masivo (como estadios o iglesias y balnearios u hoteles), y todavía con más intensidad será la responsabilidad en el diseño y construcción de sitios donde se aglomera población especialmente vulnerable (como hospitales, hospicios, escuelas y similares) o sitios de altísimo interés público (como estaciones de bomberos y centros de emergencias), así como sitios de especial peligrosidad (como instalaciones de gasolina o gas).

Pero por encima de todo deberán los arquitectos responder con su creatividad a la demanda de vivienda popular de bajísimo costo con diseños simples y fácil comprensión para uso masivo en municipios y su puesta a disposición para empresas locales pequeñas y en particular para uso de los auto/constructores. Ya no solo a los diseños urbanos y relativos a la planificación de ciudades y regiones.

Los procesos constructivos y de diseño arquitectónico y urbano/regional y ambiental son solo un elemento de una compleja mezcla de dinámicas sociales, culturales y productivas, pero están insertos de forma activa en ese conjunto integrado de acciones colectivas humanas y del resto de la naturaleza.


Conferencia en:
V CONGRESO ECOCIUDADES, Fac. de Arquitectura, U Gran Colombia, oct 2011

lunes, octubre 10, 2011

RESILIENCIA… ¿guat?

La palabra ‘resiliencia’ es un anglicismo que la gente común no conoce (en los barrios y comunidades nadie sabe qué significa esa palabra), pero que ya es aceptado en español como un ‘artículo nuevo’ en el “Avance de la vigésima tercera edición” del DRAE y tiene entonces oficialmente en español dos acepciones:

"1. f. Psicol. Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.
2. f. Mec. Capacidad de un material elástico para absorber y almacenar energía de deformación."

La primera acepción es usada desde hace más de una década por psicólogos con un sentido mucho más amplio a la vez que complejo y la segunda, que todavía se usa muy poco, pues ingenieros y arquitectos han estudiado la ‘elasticidad’ en los textos de ‘resistencia de materiales’ desde hace más de 50 años, como lo muestran textos clásicos rusos traducidos al español. A ellos nunca les hizo falta la recientemente nueva palabra del español, siguen usando 'elasticidad'.

Con otras acepciones se ha trasladado la ‘nueva palabra’ a otras temáticas, como la del ambiente, el cambio climático y los desastres, con mucha confusión, sobre/simplificación y suposiciones poco sustentadas, o del todo simplemente asumidas sin base empírica alguna.

La acepción ‘psicológica’ de la palabra implica gran complejidad pues eso de "asumir con flexibilidad situaciones límite" es muy difícil de precisar en momentos específicos. Más complicado aún es observar o incluso establecer cuáles son (características, temporalidad, dimensiones sociales o psico-sociales) las condiciones que implican el "sobreponerse" a esas condiciones extremas o límites.

Si eso es increíblemente difícil hasta de definir en situaciones individuales (que nunca lo son, pues cada individuo sólo vive en sus contexto social, comunitario y familiar inmediato), mucho más lo es cuando se trata de comunidades o pueblos y ciudades enteras. De hecho no hay textos teóricos dedicados a ello, sino referencias diversas en textos que no discuten en profundidad casos concretos que los sustenten.

No es entonces simplemente “reponerse de un impacto”. En el caso de materiales la elasticidad (y las curvas de elasticidad que las miden) implican que las condiciones previas del material se deformen pero que no causen rupturas o daños permanentes, de manera que, como un elástico, se estiren y vuelvan a su situación de reposo, normal, manteniendo todas sus características físicas intactas: el doblarse de una caña de bambú. La curva elástica muestra en ellos el punto y condiciones en que se rompe o lastima de manera que pierde su condición elástica, parcial o totalmente, y por lo tanto ya no responderá de igual manera ante el próximo esfuerzo y podría fallar, es decir quebrarse o romperse o fracturarse.

Pero en lo psicológico, en seres humanos (y animales también) eso es mucho más complejo, todo impacto tiene secuelas que no se reponen o tardan décadas en superarse y aunque el individuo no colapse totalmente, es decir no muera o quede por completo incapacitado, igual las consecuencias del impacto emocional son no solo muy difíciles de identificar sino que más aún de superar. Esto se multiplica por mucho cuando se trata de situaciones sociales y más aún si son masivas: los individuos reaccionan diferente unos de otros, tanto en lo cualitativo como cuantitativo y por lo tanto en solo una familia, la pérdida, por ejemplo, de su casa o de un miembro tiene consecuencias distintas en cada uno de los sobrevivientes o familiares que ni siquiera estaban ahí presentes: si en la inundación se muere tu hermano aunque vivas a cien kilómetros, el impacto puede tener dimensiones colosales y requerir un larguísimo tratamiento, o puede ser que logres superarlo y continuar con tu vida normal luego de un corto periodo de suelto, etc.

En situaciones de desastre, entonces, cuando hay impactos en comunidades enteras o ciudades enteras, el plantearse simplemente el ‘reponerse del impacto’ es una sobre simplificación de la realidad concreta, que es muchísimo más compleja, en particular en las dimensiones psicosociales. Materialmente se puede reconstruir el puente, o llevar las familias a nuevas casas luego de unas semanas o meses en albergues, PERO, las perdidas afectivas y emotivas, las pérdidas y los duelos referidos a la historia familiar o las raíces rotas (amistades, grupo social inmediato, expectativas de vida, cultura local, costumbres, grupos de referencia, etc.) por la relocalización son normalmente ignoradas: en muy pocas ocasiones se trabaja sobre ello y se intenta estudiar sus dimensiones y calidades.

En consecuencia, la idea de crear o acrecentar o desarrollar la ‘resiliencia’ con base en la idea de tener ‘flexibilidad frente a situaciones límite’ está todavía por desarrollarse. En la literatura sobre ‘desastres’ son escasísimos (si es que los hay)los casos concretos en que ello se estudia o se determina con algún mínimo rigor. Pero, todavía es menos estudiada y determinada la dimensión de ‘sobreponerse’ a situaciones límite en forma colectiva (aunque en la literatura psicológica se pueden encontrar referencias más bien de carácter individual o experimental.

Esta temática es una que está todavía por estudiarse y hay muy pocas personas con formación y experiencia en ciencias sociales, con conocimientos teóricos y trabajos empíricos, que la hayan abordado.

Lo más común es que se hable de ‘resiliencia’ simplemente planteándose algunas tareas o situaciones para que una comunidad vuelva a tener el puente que se lleva el río todos los años o similares, es decir referido a reconstrucción de condiciones materiales inmediatas; pero la capacidad de enfrentar con flexibilidad situaciones límites en términos colectivos en el campo de la vida comunitaria, familiar o masiva es un tema por investigar.

De ahí que sería mejor, cuando se habla de organizar a la comunidad para que responda a la situación de desastre (cuando la situación sucede) con eficiencia y evitando daños mayores, con preparativos y simulaciones o instrucciones para evitar impactos destructivos, no debería alegremente hablarse de ‘resiliencia’, pues como en muchos otros casos, eso solo permite a los llamados ‘consultores’ insistir en tener un lenguaje que nadie del ‘común’ (las personas normales y corrientes, los vecinos de la comunidad) entienden y hablar en enredado cuando de lo que están hablando es de algo sencillo, y ni siquiera están planteándose qué significa tener ‘flexibilidad en situaciones límite’ en términos sociales.

jueves, octubre 06, 2011

Pacífico Central: riesgo y ordenamiento territorial



1. El pacífico central de Costa Rica tiene características bien precisas en lo geográfico, se trata de una larga y angosta franja de llanuras aluviales que se entremezclan con complejos humedales y que reciben las aguas de extensos ríos de montaña. Los sinuosos ríos nacen en los columpios de la franja montañosa del sur del Valle Central, con picos por encima de los dos mil metros de altura, y está compuesta por numerosos y pequeños valles. Al sur de las filas Chires, Surubres, Tierras y Chonta el territorio se desliza con altas pendientes antes de llegar a la angosta franja costera. Los riachuelos de montaña se articulan con forma de árbol para constituir grandes caudales ya en el límite de la pendiente y la llanura aluvial, para expandirse a sus anchas en los intrincados humedales de bosques salados. Así, la llanura aluvial y el humedal constituyen el territorio natural en que se despliegan los caudalosos ríos de montaña durante toda la temporada lluviosa del pacífico hasta por ocho meses al año, con sus momentos de lluvias torrenciales en tres de esos meses.

2. Dada la condición del istmo centroamericano, como puente angosto entre grandes masas continentales y los dos océanos, los fenómenos y eventos hidro meteorológicos del Caribe inciden también sobre las condiciones del clima y afectan las temporadas lluviosas del pacífico de manera puntual, incrementando el patrón de lluvias por algunas semanas o hasta algunos días, lo mismo provocan otros grandes procesos más extensos, como El Niño o La Niña, modificando los patrones por períodos de varios años. La presencia de grandes huracanes en el Caribe normalmente implica el incremento sustancial de las lluvias en las laderas sur de los Cerros de La Cangreja y demás articulaciones montañosas hacia el sur-este, donde nacen los ríos que se convertirán en los cinco principales ríos que desembocan en el pacífico central costarricense: Tulín, Parrita, Paquita, Savegre y Barú.

3. En la llanura aluvial se entremezclan los humedales con franjas de playas y pequeñas bahías, pero esencialmente, se trata de una franja angosta de unos pocos kilómetros de ancho y que se extiende por docenas de kilómetros en dirección noroeste/sureste, desde la desembocadura del Río Tulín hasta el Río Térraba. Entre ambos se encuentran las desembocaduras de otros cuatro ríos de montaña que se encargan de alimentar sus respectivos humedales y llenar las llanuras en los picos de la época lluviosa del pacífico. En cada caso los ríos se extienden en su parte casi plana, horizontal, por la llanura de sedimentos y aluvión, cambiando o ampliando sus cauces según la ocasión: en tiempos de intensas y prolongadas lluvias, las llenas cubren kilómetros a los lados de sus cauces; en tiempos de abruptos y excesivos periodos lluviosos (usualmente vinculados con efectos indirectos de tormentas tropicales o huracanes) las crecientes en las altas montañas descienden en forma intempestiva y arrastran gigantescas cantidades de residuos y erosión en forma de avalanchas o grandes ‘cabezas de agua’, veloces y destructivas. No son simplemente llenas, sino correntadas que arrastran viviendas, plantaciones, carreteras o puentes y en muchas ocasiones cambian el cauce principal hasta cientos de metros a uno u otro lado.

4. La colonización temprana de la sub-región pacífico central se basó ampliamente en la organización de plantaciones y todavía mantiene resabios de sus épocas de mayor bonanza. Primero las bananeras y luego los palmares (y arrozales con algunos potreros subiendo el pie de montaña) estructuraron una organización vial extendida a lo largo de la franja costera y diseñada con patrones geométricos de gran escala. Caminos entre plantaciones y sistema de drenaje o riego cubrieron la llanura aluvial, que estaba protegida además por la presencia de los complejos sistemas biológicos que formaban los humedales que van mucho más allá de los variables deltas o bocas de los cinco principales ríos que descienden en dirección noreste-sureste.

5. La vía principal se extendió desde mediados del Siglo XX en forma paralela a la franja de costa, acercándose o alejándose según la extensión y penetración de los manglares (humedales) o peñones; pero siempre con los cinco ríos como obstáculos esenciales. Así, la plantación bananera y luego el palmar dependió de los puentes metálicos construidos a mediados de siglo XX por la empresa multinacional, pero más hacia el nor-oeste, el Río Tulín siguió siendo un obstáculo insalvable hasta décadas después con la construcción del puente nacional que permitió conectar Parrita con Garabito en forma expedita y segura. Igual, hacia el sur de Quepos, la ausencia de puentes y en particular el Río Savegre, fueron un obstáculo para completar la vía costanera hasta finales del siglo pasado y todavía en la segunda década de este siglo la interrumpe cada tanto.

6. La estructura vial y urbana, sigue mantenimiento el patrón trazado por la bananera, incluso la organización de los poblados –antiguos cuadrantes- con sus comercios (comisariatos) y servicios básicos siguen este patrón: el trazado por los centros de las antiguas fincas y mantienen muchos de ellos sus antiguos nombres. Muchas viviendas de la época bananera se mantienen todavía como predominantes en pequeños poblados (ejemplos de ellos son Pocares y Damas) a lo largo de la franja costera, tanto en el cantón de Parrita como en el cantón de Aguirre. No obstante, algunos están muy derruidos, luego de más de medio siglo, y otros fueron destruidos muy recientemente, con el terremoto de Parrita del 2004, cuando el Comisariato de la antigua ‘Finca Damas’ y muchas viviendas ‘bananeras’ finalmente quedaron inservibles.

7. Esta trama que se cruza en forma casi perpendicular: los ríos de montaña bajando hacia la franja costera y la vía principal –actualmente llamada ‘carretera costanera’- es la herencia de una estructura de plantación, que sin embargo, fue perdiendo sus amplios drenajes y sistemas de evacuación de aguas, a la vez que fue poblándose ampliamente en la medida que se desarrollaron nuevas actividades económicas al final de la época bananera y en particular en las últimas tres décadas. El impacto ha sido mayor con la explosión de la inversión inmobiliaria, el ‘boom’ y la llamada burbuja financiera en el área de ‘bienes raíces’ y turística en playas y poblados, en especial en Jacó y Quepos.

8. La nueva población que pudo acceder a la región con la construcción de los nuevos puentes desde la década de los 80s y las nuevas inversiones turísticas, crearon condiciones para la inmigración (trabajadores de la construcción, comercio y servicios) que fueron a poblar tanto las cabeceras de cantón o distrito, como los poblados a lo largo de la carretera costanera (muchos antiguos cuadrantes de fincas bananeras), los que se localizan relativamente cerca de la costa y dónde los ríos de montaña se extienden en sus llanuras de inundación natural.

9. Los pequeños poblados bananeros se diseñaron con pleno conocimiento de esta relación: “camino paralelo a la costa que cruza perpendicular con ríos de montaña”, y por lo tanto las casas (tanto las de altos empleados como las de trabajadores del campo), comisariatos/comercios, centros de salud y oficinas se construyeron con diseños adaptados para superar con sus pilotes de hasta dos metros de altura las crecientes y ‘llenas’ de estación e incluso las fuertes correntadas. La construcción y diseño también se adecuaron a otras características climáticas locales: se ventilaron ampliamente y techaron con altas pendientes y extensos aleros, con amplios corredores ‘volados’. Alejadas de la línea de costa algunos kilómetros no tenían problema alguno con la normal erosión marina y cambios habituales en la línea costera, así que perduraron por muchas décadas como sitios relativamente seguros, además de frescos y adaptados armónicamente a las condiciones costeras e hidrológicas de la zona.

10. La nueva población de finales del siglo XX, la que llega sin conocimiento tradicional del comportamiento natural de los ríos y sin el conocimiento para adecuar las construcciones a las llenas estacionales, cambia este panorama. Es esa la población que se acerca a las playas y traza sus callejuelas al lado y en paralelo de la playa para efectos de la economía turística, pero no construye con la sabiduría centenaria de los pescadores locales. Es ésta la que asienta sus viviendas (incluso las muy costosas y lujosas, pero también los proyectos estatales de vivienda y las nuevas oficinas de instituciones públicas) a ras del suelo con pesados materiales y techos casi planos. Esa población que impacta rápidamente y en forma generalizada toda la subregión, así como las edificaciones que construye y localiza en las áreas de inundación o en los propios cauces de los principales ríos, como en el caso de Paquita y Parrita –La Julieta-, serán las víctimas de las crecientes estacionales y los que llenarán los albergues y perderán sus bienes cada tantos años en los meses de octubre/noviembre.

11. La extensión de antiguos centros de población, cuadrantes de finca, y su crecimiento a lo largo de la nueva carretera (que en sí misma constituye un dique de hasta tres o cuatro metros de altura en su paso por la llanura de inundación) es una condición que implicará necesariamente los permanentes desastres. De hecho esta carretera/dique construida sin instalaciones de drenaje (como alcantarillas del volumen adecuado y distribuidas a lo largo de la vía) es de hecho un elemento que altera radicalmente el normal fluir de las aguas de montaña y rompe su drenaje natural, creando de paso amplias lagunas en zonas habitadas cada tantos años.

12. La construcción de nuevos puentes en los sitios exactos de los antiguos puentes y al lado mismo de los centros poblados, como en el caso de Parrita/La Julieta, es un hecho adicional que implica necesariamente un gravísimo riesgo que se concreta casi todos los años, pues son el único sitio de paso de todo el tránsito de la carretera costanera (alternativa de la Carretera Interamericana) y por dónde circula y circulará cada vez más el tránsito masivo de vehículos pesados que van de la frontera de Panamá a la de Nicaragua o al principal puerto del pacífico. Así, la carretera dique no es solo una vía local o regional, sino que será cada vez más la principal vía internacional, parte del corredor logístico y el corredor comercial de la zona multinacional denominada Puebla/Panamá.

13. En particular en la cabecera del cantón de Parrita, en su centro consolidado, todo ese tránsito pesado atraviesa el área más densamente poblada, el centro comercial e institucional de todo el municipio; el que a su vez, está localizado no solo en la llanura aluvial, sino que prácticamente en el propio cauce del Río Parrita. La decisión de construir el nuevo puente en el mismo sitio del puente viejo condena a la cabecera cantonal a sufrir el permanente paso de furgones de carga pesada por su eje comercial e institucional principal. El río y el puente no podrán cambiarse de sitio, así que habrá que hacerlo con la población y su centro neurálgico, o en su defecto, condenarlos a sufrir por siempre las grandes inundaciones anuales.

14. La construcción de instalaciones hidro-eléctricas en la cuenca alta del Río Parrita, incluyendo la represa principal en la zona de Pirrís, implicará un nuevo riesgo para la ciudad que crece en la cuenca baja, específicamente a un kilómetro de la desembocadura y prácticamente colindando con el humedal de su boca principal. La relación carretera (que es un dique de hecho) y la acumulación de viviendas requerirá de una redefinición que mitigue y reduzca sustancialmente estos conflictos en el uso del espacio y en la implicación de este cruce perpendicular entre los ríos y la costanera, lo que implica y llevaría en adelante (de no ser re-adecuada) no solo a las pérdidas usuales, anuales por las crecidas, sino a la interrupción de la Carretera Interamericana, eje esencial y corredor comercial principal, ya no solo de Costa Rica, sino de toda la Región de México a Colombia.

15. Las otras poblaciones no tienen un conflicto de la misma magnitud, excepto Paquita a pocos kilómetros de la entrada a la ciudad de Quepos y la zona turística del Parque Nacional de Manuel Antonio, pero sí hay mucha población dispersa y zonas de alta producción agrícola en toda la franja costera de la llanura aluvial a lo largo de la carretera costanera. Ello sin duda es la principal condición de riesgo, que se une a la condición de riesgo sísmico derivado de densificar poblaciones sobre llanuras aluviales de arenisca, muy cercanas al Océano Pacífico; una zona cruzada ampliamente por fallas locales y que se encuentra frente a la línea costera por la que corre la falla continental.

viernes, septiembre 02, 2011

Vivir con los desastres y de/construir su riesgo en Costa Rica

Es la temporada de huracanes, estos se anuncian junto a numerosas tormentas tropicales con fuertes ventiscas y lluvias torrenciales que afectarán toda la cuenca del Caribe, aunque normalmente esto afecta esencialmente las islas y sólo en pocas ocasiones la trayectoria, el tamaño o el momento en que suceden, llega a afectar directamente la parte sur/este del istmo, es decir Costa Rica y Panamá. Normalmente, se indica que nada más serán los efectos indirectos de la tormenta o el huracán los que afectarán nuestro país, pero no en la costa caribe, sino en las zonas montañosas del centro y las llanuras aluviales de la costa del Pacífico. Junto con los ocasionales sismos, este fenómeno natural es el principal elemento vinculado con la ocurrencia de desastres en Costa Rica ya que es en relación con las tormentas tropicales y las lluvias torrenciales a ellas vinculadas que se suscitan inundaciones, crecidas de ríos –con sus ‘cabezas de agua’-, llenas o deslizamientos y avalanchas.

En un país con una topografía muy irregular, con una extensa zona montañosa que rodea el valle central a más de dos mil metros de altura y que va de frontera a frontera partiendo el país en dos cuencas, con múltiples pequeños valles inter-montanos a lo largo de toda la costa del Pacífico y ríos de montaña que descienden raudos hacia las llanuras aluviales a pocas decenas de kilómetros, es lo normal, explicable que las poblaciones que habitan esos valles, desmontes o llanuras deban vivir con desastres.

Costa Rica entera tiene una geografía y una topografía propensa para que lluvias torrenciales tropicales en las montañas impliquen inundaciones y crecidas abruptas en las zonas bajas, desmontes o llenas en las llanuras, tanto en el Caribe como en el Pacífico; pero también en todas las laderas montañosas de los pequeños valles o en la cuenca principal que recorre el valle central y desciende hacia la costa del pacífico.

El istmo es angosto y por tanto, en un país cuya distancia de océano a océano es tan solo de unos pocos cientos de kilómetros, los grandes fenómenos atmosféricos o hidro-meteorológicos, las modificaciones en las corrientes, las mareas y las temperaturas de ambos océanos tienen impactos variados, articulados y complejos, con múltiples microclimas y comportamientos muy disímiles en las diversas microcuencas, penínsulas o cañadas. En todas esas hondonadas se asentaron poblaciones desde tiempos precolombinos, o lo hicieron en las faldas montañosas de la cordillera volcánica, donde se suman la composición de la tierra, la inmensa cantidad de fallas tectónicas locales y la altísima sismicidad vinculada con la actividad volcánica.

Es la temporada lluviosa del Pacífico, los grandes meteoros del caribe succionan las nubes y las hacen chocar con las laderas montañosas al sur del Valle Central, la fila Chonta y los cerros de la zona de los Santos, pero también, contra las cumbres volcánicas de la Cordillera Central cuyas quebradas y ríos descienden hacia el sur y constituyen parte esencial de la cuenca del Río Virilla, parte de la cuenca alta del Río Tárcoles, sobre la que se extendió en los últimos cien años la ciudad de San José y su Gran Área Metropolitana.

La confluencia temporal de la temporada lluviosa que carga de nubes las zonas costeras del Océano Pacífico con el período de verano/otoño boreal, que se ha considerado convencionalmente como la ‘temporada de huracanes’ del Océano Atlántico y el Mar Caribe, implica que grandes fenómenos como El Niño añadan complejidad a los procesos y por tanto lleve a que, por ejemplo, en la costa del pacífico haya sequias o inundaciones, pero también algunas ocasiones de muy altas marejadas que afectan toda la vida humana en la costa, desde la pesca hasta el turismo, desde los humedales hasta las poblaciones. La gran complejidad implica serias dificultades para los pronósticos y exigen, a la vez, mayores niveles de capacidad técnica y profesional para detallar los posibles sitios de impacto negativo; pero más allá de ello, es ampliamente conocido el comportamiento de los ríos y sus microcuencas a lo largo de ambas costas y desde las zonas altas hasta las llanuras.

La estructura productiva y el control relativo sobre ella, en términos de su impacto en la geografía, marca los grados y tipos de riesgos que se tendrán en el futuro, no como hechos aislados, sino como tendencias repetitivas a lo largo de las décadas. El trazo de las vías normalmente ha sido los viejos caminos coloniales o los propios de la forma de producción y hasta de los productos específicos que la ocuparon.

En el Valle Central, igual que en las zonas montañosas del sur y el oeste de ese valle: la zona de los santos (los municipios de Pérez, Dota, Cortés, Tarrazú, Acosta, Puriscal y Turrubares) así como el extremo oeste de Alajuela (los municipios de Palmares, Valverde, Grecia, San Ramón, Atenas) es claro que predominó la estructura basada en la plantación cafetalera que implica múltiples caminos enrevesados, siguiendo la topografía del terreno, que permitan acercar los trasportes (desde la época de las carretas) a los sitios de cosecha y recolección. Por seguir esos antiguos trazados que están determinados por la topografía, los caminos suben y bajan por las colinas de las plantaciones. En sus confluencias se construyeron los ‘recibidores de café’, que luego se fueron convirtiendo en caseríos y poblaciones, a medio camino entre los antiguos poblados –que datan de tiempos precolombinos-, donde se instalaron los beneficios, es decir la agroindustria del café.

En Guanacaste, la ganadería que se fomentó desde el inicio de la colonia estableció un tipo distinto de paisaje, en el que se perdió el antiguo bosque seco y se constituyeron grandes haciendas de pastizales sobre la cuenca del Río Tempisque, paisaje que se continuó con el desarrollo de otras plantaciones similares como los granos –arroz, sorgo- y el azúcar. Aquí no hay ni hubo caminos enrevesados, sido grandes extensiones sin caminos y solo largos trazos que comunicaban los poblados que llegaron a constituir las cabeceras cantonales, en todo caso extendiéndose a ambos lados y casi en paralelo con el Río Tempisque, desde su cuenca alta hasta el Golfo de Nicoya y más al sur. Esto solo lo complementa, en las últimas décadas, los caminos costeros que impulsó la inversión turística más reciente.

En el Caribe y Pacífico centro/sur, las bananeras, gigantescas plantaciones –para la escala de Costa Rica-, cubrieron toda la llanura aluvial. En la provincia de Limón casi toda su extensión con excepción de las áreas pantanosas de más al norte (Tortuguero y la zona fronteriza norte con sus humedales). En el Pacífico se extendieron desde su parte central hasta el extremo sur, fronterizo con Panamá. En todos los casos las plantaciones fueron diseñadas con extensas cuadrículas de caminos que comunicaban con los llamados cuadrantes –donde se concentraban la masa laboral y la agroindustria-, algunos de los cuales fueron a la vez puertos (como Golfito o Cortés). Así cubrían grandes planicies con escasas y bajas colinas, que fácilmente se inundaban y cuyos grandes y anchos ríos terminaban en amplios humedales, todo lo cual implicó una inmensa infraestructura de desagüe y drenaje, así como diques protectores, pero que no evitaban las periódicas llenas por lo que los diseños habitacionales, comerciales o industriales se adaptaron a una zona de inundación con edificios construidos sobre pilotes y amplios corredores abiertos y cubiertos por techos extendidos y de alto desnivel.

La arquitectura tradicional (tanto habitacional como comercial –los comisariatos- o agro-industrial) y el diseño vial dependieron de la organización productiva que el tipo de producto y su forma de plantación establecía, pero se adaptaba también a las condiciones geográficas y la forma de la cuenca, microcuenca, valles inter-montanos o zonas costeras.

En todos los casos, el poblamiento siempre contó con la existencia cotidiana de una época intensa de lluvias que cubriría cada año más de la mitad de los meses, y por tanto la lluvia cotidiana ha sido parte de la vida nacional, y en particular el valle central, el caribe y la costa sur-central del pacífico. No obstante prácticamente nada más las plantaciones bananeras generaron una estructura vial, productiva y habitacional-comercial, con su arquitectura y adecuación, que respondiera a estas condiciones normales desde siempre; tanto, que la población indígena precolombina también había identificado formas de sobrellevar su impacto en la cotidianeidad, como es notable en sus construcciones y poblados, con taludes o pilotes y alto desniveles en sus techumbres.

El poblamiento progresivo y luego acelerado se realiza en paralelo con la importación de modelos urbanísticos y arquitectónicos, que no fueron pensados para diez grados norte del Ecuador y mucho menos para un estrecho istmo entre dos océanos, o aún peor, un angosto istmo atravesado a lo largo por cadenas volcánicas cuyos picos suben por encima de los tres mil metros. Ese poblamiento, que cubrió micro-cuencas y cuencas sin tomarlas en cuenta, que subió las laderas a lo largo de las calzadas paralelas a las acequias sin ocuparse de que había tiempos de creciente o cabezas de agua. Esos poblados y pequeñas ciudades construidas a orilla de los ríos, las costas, los humedales sin tomar en cuenta que por varios meses la marea o el nivel de las aguas sube hasta al menos un metro -o uno y medio- en distintos momentos, o cambia de cauce o extiende su cauce o se taponea con los materiales erosionados de las laderas montañosas. Esas ciudades que se construyen sobre los cafetales sin tomar en cuenta que la enrevesada red de callejuelas no servían para sacar las aguas residuales ni la basura, pero que tampoco las acequias lo harían sin costo social altísimo en el mediano y largo plazo –algo que ya pasó: ese largo plazo-. En general, esa forma de crecimiento económico y poblacional con desdén de la geografía y el clima conlleva a una situación de permanente convivencia con desastres.

Todos esos procesos, diferentes pero similares en cada una de las regiones implican que la gran mayoría de la población viva con los desastres, pero que todavía no haya tomado conciencia suficiente como para iniciar su de-construcción y la reconstrucción de un hábitat que supere las viejas condiciones de adaptación climática, geográfica y topográfica… al menos.

La política nacional sobre gestión de riesgo es un tema por desarrollarse, pues aun cuando ha habido cambios legislativos y organizativos, se sigue centrando la atención en los desastres, como si no hubieran pasado dos décadas desde que se alcanzaron los primeros consensos y publicaciones sobre lo no-natural de los desastres y la necesidad de enfocarse en el riesgo, tanto en su reducción como en su deconstrucción, para establecer la estrategia de desarrollo con base en un objetivo de bajísimo riesgo.

Como se dice comúnmente ‘todo mundo sabe’ cuáles comunidades y poblados se inundan y cuándo, en qué meses específicos eso sucede, de manera que la acción preventiva o mitigadora tampoco se puede atribuir a la falta de información. Pero sí al abuso inadecuado de la información, a su uso alarmista, clientelista o politiquero, que tiene resultados inmediatos visibles en el corto plazo –cuando se aplica con algún grado de sensatez- pero que en todos los casos escapa a las exigencias de construir de-construyendo el riesgo previamente producido.

Planes reguladores costeros, planes cantonales, planes regionales, planes subregionales son requeridos para replantearse cómo de-construir el riesgo en áreas tan importantes como el AMSJ, por la alta concentración de la población nacional que la habita; pero su oficina de planificación (la OPAM, creada por la Ley 4240 décadas atrás) se cerró poco después de su constitución sin razón alguna y simplemente por oscuros intereses clientelistas o comerciales, es decir relacionados con la renta del suelo y la especulación inmobiliaria que permitiría el no tener regulación o entes reguladores y planificadores.

Como contraparte, que actúa en la misma orientación negativa, la falta de precisión y el alarmismo que se genera al hacer pronósticos, tanto con tsunamis, como sismos, huracanes y otros fenómenos naturales. Aparte de darles personalidad y características humanas (furia, bondad... ) se les achacan a estos fenómenos naturales, en particular en la prensa, todo tipo de impactos sin base científica, sin estudiar los procesos específicos o la interconexión de procesos más particulares, como los microclimas o los comportamientos típicos de costa, montaña o cuenca, aparte de los grandes fenómenos como las temporadas o ciclos anuales de tipo estacional (en verano/otoño boreal la temporada de huracanes del Océano Atlántico, por ejemplo), y menos aún los procesos más generales como El Niño, las mareas astronómicas o el cambio climático/calentamiento global. En general cuando se habla de esto último se expresa como la causa inmediata y prácticamente la única de que un evento ocurra, o más bien, de que un desastre tenga ocasión o sobrevenga.

La política nacional sobre gestión de riesgo está por construirse, para empezar, con determinar la incidencia en ella de elementos esenciales de la vida nacional y la estrategia a largo plazo de la ocupación del territorio: las inversiones nacionales en vivienda y comunicaciones, desde carreteras, caminos o puentes, hasta telecomunicaciones y producción de energía, sumado por supuesto a una política nacional sobre manejo del recurso hídrico y de residuos sólidos o líquidos. La importante inversión nacional en vivienda e infraestructura es esencial para orientar la política de tierras, de precios del suelo y rentas de localización, sin lo cual, no podrá existir nada que se llame gestión del riesgo.


Agosto del 2011.
-escrita a solicitud y para ser publicada en la Revista AMBIENTICO, UNA.

viernes, agosto 05, 2011

LA CIUDAD ATASCADA: residuos sólidos en el medio urbano

La aldea cafetalera del valle central costarricense fue esencialmente un lugar limpio. Los riachuelos y grandes ríos se mantenían normalmente equilibrados, pues durante décadas los desechos de la industria tabacalera o cafetalera no eran lo suficientemente grandes para dañar su biodiversidad. Por su parte, la ocupación urbana propiamente tal, era también relativamente pequeña y con solo unas pocas decenas de miles de habitantes, las principales cabeceras de provincia no llegaban a acumular muchos desechos, a pesar de que no hubiera sistemas técnicamente sofisticados de procesarlos.
La organización productiva de la finca cafetalera que rodeaba todas las ciudades principales durante el siglo que va de mediados del S XIX a mediados del S XX dependía de retener mano de obra para los tiempos de cosecha, por lo que los cafetaleros daban albergue, o permitían a las familias de los peones construir casitas en sus fincas. No unas pocas, sino docenas, o cientos de casitas distribuidas en pequeños grupos por diversas partes de las fincas, usualmente cerca de los ‘recibidores’, o de los ‘beneficios, en las principales entradas o caminos que atravesaran las fincas. Con estas casitas las miles de familias de trabajadores del café tenían también un pozo para el agua y un hueco para la basura, ahí en el cafetal. A la vez, mucho de los desechos de cocina se iban con el agua por caños sin fin (o que caían en el mismo hueco de basura) y permitía a las gallinas, perros y cerdos comer de esos desechos. Para recoger aguas negras utilizaban una letrina o ‘pozo negro’ en algún lugar del patio. La energía para cocinar la sacaban de la propia leña del café, o de la poda de árboles de sombra y se iluminaban con candelas o canfineras.
No había basura que recoger, ni aguas residuales, ni cañería que construir, ni postes para electricidad, pues no había urbanizaciones propiamente tales.
Con el cambio de organización productiva y el crecimiento poblacional normal en las principales cabeceras de provincia y cantón, con la aglomeración que se inicia en particular en la ciudad de San José y sus alrededores, el AMSJ; se hacen necesarias todas las nuevas infraestructuras. Las urbanizaciones no tienen espacio para desechos sólidos, ni aguas residuales. Se requieren sistemas de cloacas y recolección –y procesamiento- de desechos sólidos, lo mismo que redes de agua potable y energía.
No obstante, los cambios productivos, organizacionales y demográficos se dieron sin que se diseñaran o construyeran los sistemas de procesamiento requeridos para los residuos habitacionales, urbanos (de todas las instalaciones de servicios, comercio, oficinas y administración, aglomerados en los centros de ciudad) e industriales, o agroindustriales.
La producción de café se expandió y se diversificó e hizo mucho más compleja la administración y el comercio; pero no con ello los sistemas de recolección de aguas residuales, aguas negras o desechos sólidos de todo tipo y en grandes cantidades.
La cultura del plástico y el use/y/bote llegó en el último cuarto del S XX, sin que todavía en Costa Rica se organizara mínimamente una estructura capaz de organizar y procesar todos los residuos, sólidos y líquidos, que ello traería.
Así se llega al final del SXX con una ciudad que ya ocupa toda la extensión de doce municipios, y una región metropolitana (la llamada GAM) que incluye las más pobladas cuatro cabeceras provinciales, sede de las instituciones estatales y municipales que emplean decenas de miles de personas, que residen en los suburbios urbanizados… dónde antes estaban las fincas de café. Estas fincas productivas (cafetaleras, potreros lecheros, legumbres y verduras, etc.) se reducen y segregan hacia las montañas alrededor del Valle Central, mientras las decenas de miles de familias que trabajan en ellas se quedan sin sitio en qué vivir, sin su trabajo y también sin su casita, su letrina y su hueco para basura.
Estos miles de familias serán las que ocupen los barrios más pobres, las guarderías y precarios, que se transforman en proyectos estatales de vivienda mínima, con el paso de las décadas, pero todo ello sin contar con las estructuras municipales, ni metropolitanas, ni regionales para disponer, con un mínimo de higiene y calidad, de los desechos sólidos o líquidos. En consecuencia, los basurales se acumulan en lotes baldíos y laderas de alta pendiente, que normalmente llegan hasta las principales acequias que confluyen en los cuatro ríos principales que recorren el Valle Central, los que serán los colectores terminales de todos esos basurales. Ahí llegarán tanto la basura cotidiana como los desechos no convencionales, como aparatos electrodomésticos y muebles viejos.
El resultado es una ciudad de cientos de miles de habitantes, San José, con otras menores pero que como región metropolitana concentran cerca de dos millones de habitantes. En todas ellas se localizan decenas de miles de trabajadores de sectores de ingreso medio que ocupan las ‘urbas’, o residenciales, más los barrios de familias de ingreso bajo sumado a prácticamente todo el parque industrial y agroindustrial del país.
Las estructuras institucionales para la disposición de desechos líquidos para tratar una ciudad como la que existe a inicios del Siglo XXI no están ni siquiera diseñadas, de manera que todavía se utilizan tanques sépticos y tecnología (que era apropiada para las casitas de las fincas de café) en cientos de miles de viviendas y decenas de municipios, pero a la vez, aquellas urbanizaciones, residenciales y barrios construidos con redes de cloacas, no tienen como complemento las redes de colectores de escala intermedia ni mucho menos las instalaciones que permitan, separar los líquidos de los sólidos (plásticos y basura del use/y/bote) o de procesar las enormes cantidades de líquidos residuales, tanto las llamadas ‘aguas negras’ como las ‘jabonosas’ o incluso las pluviales. Aunque la legislación y normativa urbana, residencial y de construcción establece claramente los lineamientos y dimensiones de construcción de sistemas de cloacas y sistemas de tratamiento de las aguas negras y residuales, lo real es que la urbanización con un sistema de cloacas no tiene finalmente dónde depositar su carga, la que llegará finalmente a los ríos.
Siendo las acequias y los ríos los principales depósitos y colectores de desechos líquidos contaminados con toneladas de desechos sólidos (residenciales, industriales e institucionales), no es extraño que las cloacas o los sistemas de colectores de mayor escala se atasquen a lo largo de los meses secos, y como consecuencia, no tengan capacidad de funcionamiento para la época de lluvias. Un importante cantidad de kilómetros de cloacas urbanas están prácticamente atascadas en forma permanente y no se nota en la temporada seca porque no hay agua, pero el país entero lo recuerda al inicio de la temporada lluviosa con las escenas de televisión mostrando las alcantarillas como si fueran fuentes u ojos de agua que lanzan a las calles enormes chorros de agua solo poco después de unos minutos de lluvia de mayo o junio. La labor municipal en la limpieza o des-atasque de cloacas implica enormes gastos y gran parte del trabajo de mantenimiento se desperdicia, pues pocos días de la limpieza las cloacas, acequias o ríos, están otra vez atascados. Lo que sucede a todo lo largo de la ruta, desde las poblaciones de los cantones alrededor del AMSJ, Cartago, Heredia y Alajuela; hasta el punto final de la red, es decir de la cuenca del Río Tárcoles, allá en las playas del pacífico central y la entrada del Golfo de Nicoya.
Simplemente no se han diseñado a escala de la AMSJ y menos de la GAM, de hecho, siguen estando bajo responsabilidad municipal o del nivel nacional (Instituto de Acueductos y Alcantarillados), pero sin que se haya definido la solución técnica para atender dos millones de habitantes en algunas decenas de km2. Las aguas residuales simplemente se tiran a las acequias que bajan las laderas alrededor del Valle Central en todos sus extremos y corren hacia los principales ríos que atraviesan la ciudad de San José, para ir a dar luego al Río Tárcoles y algunos otros. Claro, con su carga de bolsas de basura y todo tipo de basura habitacional o residencial e industrial, o sea los residuos sólidos que contaminarán esos residuos líquidos.
No habiéndose diseñado los sistemas institucionales y técnicos adecuados para este tipo de escala de ciudad, mucho menos se ha contado con las previsiones financieras para alcanzarlo algún día.
Simplemente no se han diseñado a escala a ninguna escala los sistemas institucionales de recolección y procesamiento o disposición de residuos sólidos, ni en la GAM ni en las otras diferentes regiones del país. Y claro, si no se han diseñado ni los sistemas ni las soluciones técnicas, tampoco se han previsto los requerimientos financieros.
En el tema de residuos sólidos, se sigue confrontando todavía con una perspectiva que llega a nada más la escala municipal. Como resultados, se tienen propuestas de solución de escala municipal (tanto en recolección como en depósitos o tiraderos, pues son escasas las propuestas o instalaciones para el procesamiento y disposición técnicamente adecuada) que operan con diversos niveles de éxito/fracaso: desde aquellos que ni siquiera pueden recolectar la basura residencial, hasta aquellos que tienen algún tiradero o basurero (a veces llamado con otro nombre más técnico), hasta aquellos que tienen un nivel más alto de organización y pueden recibir basura de varios municipios, no sin tener serias dificultades para cumplir con los requisitos mínimos que este tipo de instalaciones industriales requieren, pero protegidos por decisiones políticas o político/electorales a escala municipal. Tal es el incumplimiento que la reacción de los vecinos afectados se ha llevado hasta la protesta pública y las demandas judiciales, a la vez que instituciones de salud han debido clausurar temporalmente algunas de estas instalaciones que atienden varios municipios del AMSJ, lo que significa un colapso para un territorio de decenas de miles de familias.
Como consecuencia la escena es la de un conglomerado de municipios que no han logrado resolver ni siquiera sus necesidades de diagnóstico de la situación, y siguen tirando sus residuos en botaderos altamente contaminantes, junto -o entremezclados- con otro grupo de municipios que han logrado algún grado de eficiencia en la recolección, pero no en la disposición y finalmente unos pocos que tienen niveles más cercanos a los niveles técnicos aceptables de disposición de residuos, no siempre adecuadamente localizados y casi siempre con serios problemas de localización respecto de las vías de acceso (puentes pequeños, falta de aceras, calles angostas y muy deterioras por el tránsito pesado para el cual no están diseñadas) y vínculo con sitios residenciales de alta densidad, lo que no se nota mucho por ser sitios de familias de bajo o bajísimo ingreso o en condiciones de semi-legalidad, lo que da poco margen para hacer notar la inadecuada localización del depósito de basura o relleno sanitario.
En una ciudad relativamente pequeña se tienen problemas que imitan los de grandes ciudades, simplemente porque no se actúa para resolver esos pequeños problemas y requerimientos de algunos cuantos cientos de miles. Técnicamente, la salida es relativamente sencilla, pero no ha sido un tema central en la acción política gubernamental.
Como contrapartida de las carencias institucionales, por supuesto están las carencias personales, familiares y sociales en cuanto a la forma de disponer de los residuos sólidos (y líquidos). Ya no está el patio trasero para tirar al hueco todo lo que sobra, desde las sillas viejas a la cascaras de verduras de todos los días, ya no está disponible la extensión requerida para hacer letrinas o tanques sépticos con drenajes, la aglomeración y densidad, los tamaños de los lotes, ya no lo permiten. Ya no están las gallinas, cerdos y perros que se coman los restos de comida, cáscaras y desperdicios del proceso de los alimentos de todos los días. Pero tampoco se ha diseñado un proceso mínimo de organización de la conducta individual, familiar y colectiva a escala de ciudad para que desde el inicio haya un proceso de disposición sano, saludable, higiénico y técnicamente con un mínimo de requisitos, no solo en lo que se refiere a los residuos residenciales, industriales o institucionales, sino a también a los residuos que resultan de la vida cotidiana en calles, parques o sitios públicos, incluyendo los actos masivos o actividades multitudinarias, como conciertos, espectáculos públicos, de diversión (como turnos o fiestas cantonales o de fin de año –Zapote, Palmares, Santa Cruz, etc.) o religiosos como cada domingo en los centenares de iglesias o edificios de culto. Entre estos últimos destaca, por supuesto la romería del agosto, que es la actividad colectiva que más cantidad de gente reúne en una semana al año, y en particular en dos días, pues hace que más de un cuarto de la población del país camine por una estrecha calle de algunas pocas decenas de kilómetros a lo largo de muchas horas.
La educación, capacitación y organización que se requiere para dar un salto de calidad y salir, por acciones personales, comunitarias o multitudinarias, que empieza en la familia y la educación pre-escolar, pero se debe continuar en forma de educación de salud permanente y sistemática por todos los medios masivos todavía está en sus albores. Por lo tanto, mientras no se actúe en ambas vías institucionales y sociales, nuestra ciudad capital, y todas las restantes ciudades del país seguirán atascadas.

(Escrito a solicitud de la Revista AMBIENTICO, UNA, julio 2011)