miércoles, noviembre 03, 2010

ESCAZÚ EN MATA REDONDA

Escazú fue hasta hace pocas décadas un pueblo tradicional, con sus casas de adobe o bahareque, sus plazas e iglesias, sus boyeros y carretas, sus tradiciones, sus leyendas y por supuesto, sus cerros. Lo mismo había sido Santa Ana, al otro lado del Alto de las Palomas, más caliente, más bajo, más alejado, casi en las afueras y ya, en su frontera, estaba Villa Colón, el antiguo Bajo de Pacaca, límite sur-oeste del Valle Central, que por esas décadas era un pequeño poblado rural. Hacia el sur de Pacaca se empezaba a subir por un camino sinuoso hacia el paso de cordillera al pacífico, subiendo primero el Alto de Quitirrisí, donde aún se localiza el último puñado de descendientes de los pueblos originarios del valle.

Treinta años bastaron para que se diera un cambio radical con el traslado hacia esos lares de los sectores de alto (y altísimo) ingreso, proceso que en primera instancia fue liderado por el comercio de alto nivel, con sus grandes centros comerciales (que extrañamente empezaron a ser denominados ‘plazas’, cuando las únicas plazas que se ven son las de estacionamiento) y sus grandes centros de oficinas (llamados con originalidad ‘oficentros’). La autopista a Caldera, que sólo llegó durante más de treinta años hasta Ciudad Colón, facilitó el acceso y la urbanización nueva, pero a la vez distinta del resto de la ciudad de San José: edificios en altura, de cuatro a diez pisos, usualmente, para condominios comerciales y residenciales, grandes complejos que incluyen centenares de comercios en edificios de pasillos techados, hoteles y muchos pisos de estacionamiento, y la más variada oferta de diversión nocturna incluyendo restaurantes casi exclusivos –léase: muy caros-.

Los ‘condos’, que se vislumbran en las pequeñas colinas y venden un ‘estilo de vida’, el paisaje y el aire de sus verdes colindancias, se protegen con un hito semi-urbano típico de los guetos de ricos, copiados también por sectores de ingreso medio: tapias altas, alambradas de cuchilla, cercas electrificadas y portones con guardianes privados, por donde se ven salir costosos autos de lujosas marchas, raudos, rumbo a la autopista colindante.

Las viejas fincas de café y las pequeñas propiedades agropecuarias de auto-subsistencia, fueron erradicas y sus residentes segregados hacia afuera: las zonas más altas casi rurales propensas a deslizamientos y avalanchas, o los barrios de tugurios (algunos convertidos en ‘proyectos’ estatales de cajoncitos prefabricados y sin servicios), o las cuarterías en que se fueron convirtiendo algunas viejas casonas de los barrios del centro y las vemos quemarse cada tanto en las noticias del medio día.

Más recientemente, ese estilo escazuceño de urbanización ha venido creciendo sobre su límite este, hacia el centro capitalino, ha ido dejando ya el viejo cantón de las brujas y se come poco a poco el sur del distrito de Pavas y, como parte de un impulso institucional para densificar la ciudad (denominado también extrañamente ‘repoblar San José’, como si este no estuviera ya poblado), sigue hacia Mata Redonda.

Hasta hace pocos años, antes de la crisis mundial vinculada al sector inmobiliario y financiero, se anunciaban cerca de treinta nuevos edificios con más de diez pisos y algunos con más de veinte, que ya no sólo se salían de Escazú y subían por Pavas, sino que llegaban a La Sabana y cubrían sus alrededores, lo mismo que por el Paseo Colón y la avenida 10.

Ese empuje inicial se hizo más lento y menos agresivo (en la competencia comercial y las presiones hacia las instituciones), pero continúa y se mantiene todavía la construcción de varios edificios, ya no tantos, alrededor de ese parque, que por ser el más grande de la ciudad, forma parte esencial de la oferta inmobiliaria: el parque se vende con los condos tanto por lo visual-paisajista, como por el aire y el verdor.

Sin embargo, la zona de La Sabana no es similar a la campiña escazuceña, no se trata de reconvertir viejísimas fincas de café o minifundios improductivos, comprar y expulsar, segregar física y socialmente. La Sabana está ocupada por comercios, residencias (de diversos sectores de ingreso) y edificios institucionales, pero a la vez, sus calles son las mismas de hace 50 años, al igual que el resto de la infraestructura.

El nuevo impacto inmobiliario, la densificación, tiene como ventaja el disfrute de una infraestructura ya construida. Ahí están las cloacas, las cañerías, los tendidos eléctricos y telecomunicaciones. Lo mismo se podría decir de las calles alrededor del parque o a lo largo del Paseo Colón y demás avenidas, por donde se acerca la nueva urbanización hacia el casco central de la ciudad capital. Sin embargo, estas calles tienen ya diversos usos de enorme impacto, particularmente en las vías. De hecho todas sus esquinas son puntos críticos, ya prácticamente saturados:

1. En la esquina nor-este del parque nace/termina la autopista que lleva al aeropuerto internacional, toda la extensa ciudad del nor-este y la carretera interamericana norte. Es de hecho la entrada a San José desde las provincias de Alajuela y Guanacaste (toda la zona norte, de océano a océano) y el resto de la región centroamericana. Lo que incluye las principales zonas industriales que se ubican precisamente al lado de esa autopista, con sus cercanos barrios de alto ingreso, hoteles, grandes comercios y centros de convenciones.

2. En la esquina sur-oeste del parque también nace/termina la pista hacia Caldera, una extensión de la construida 30 años atrás, hasta Ciudad Colón. Esa es la conexión con el principal puerto de carga del pacífico, Puerto Caldera. Es la nueva carretera que comunica el pacífico central y sur; o sea, la carretera costanera que lleva hasta Panamá y que en breve se convertirá en la principal ruta de la carretera interamericana, el corredor comercial que va de México a Panamá, que sustituirá la vieja y peligrosa ruta montañosa de medidos del S XX.

3. El costado este de La Sabana recibe todo el tránsito que viene del/va hacia el casco central y que comunica con las grandes barriadas del oeste: Pavas y parte de La Uruca, con sus grandes guetos de pobres formados por decenas de miles de familias que dependen esencialmente del transporte público. Centenares de busetas, buses destartalados y viejísimos automóviles que funcionan como ‘taxis piratas’, y más recientemente el tren, mueven esa enorme masa de población que pasa varias veces al día por los dos lados, sur y norte, de La Sabana; sin contar, claro las barriadas residenciales que colindan al oeste y se extienden hasta topar con esos barrios de pobres, en el extremo dónde el Río Virilla y el Río Tiribí se juntan.

4. Un elemento esencial que ahora es necesario considerar es el nuevo estadio nacional, que surgió luego del inicio de este nuevo proceso, como una decisión puntual, del Poder Ejecutivo, que no tomó en cuenta su contexto urbano. Ese estadio (‘el monstruoso mamotreto’, al decir de don Beto), es ya un hito urbano esencial. Se aprecia desde diversos sectores de la ciudad y tendrá una capacidad para treinta y cinco mil espectadores, pero casi no tiene estacionamientos. Es de hecho algo totalmente nuevo, porque el viejo estadio tenía muchísimo menos capacidad y además dejó de funcionar hace alrededor de dos décadas. La nueva urbanización en altura deberá compartir esas calles existentes ya saturadas con las actividades masivas del nuevo estadio, que serán cotidianas y permanentes, pues de lo contrario no podría financiarse ni siquiera su mantenimiento.

Cada uno de los edificios proyectados puede tener más cien apartamentos que incluyen en su oferta dos estacionamientos. Una revisión rápida de los proyectos en construcción, muestra una oferta de apartamentos de 60 m2 hacia arriba (de aproximadamente un millón de colones -US$ 2.000- el metro cuadrado). Muchos de ellos ofrecen oficinas, además de los apartamentos residenciales. Los pisos bajos estarán destinados a comercio y diversión, además de oficinas, mientras que los superiores, a residencia. Esto significa que los pisos bajos tendrán una demanda de más de dos espacios de estacionamiento, pues se deberá satisfacer las necesidades de los oferentes del servicio (en cada oficina serán varios profesionales, que de seguro tendrá cada uno su auto), así como también las necesidades de los clientes o pacientes, como llaman los médicos a sus clientes. Todo ello sin tomar en cuenta la llegada consuetudinaria de los transportes de servicio y comercio que atenderán los nuevos cientos de ocupantes.

En consecuencia, las calles locales recibirán cientos de nuevos autos por cada edificio construido, su demanda de transportes de mercancías y servicios de mantenimiento, junto a las demandas de todo tipo de establecimientos complementarios. Además, las cloacas recibirán sus aguas servidas y su basura, pero también las viejas redes eléctricas y de telecomunicaciones deberán atender miles de nuevos clientes de televisión e internet.

Con la llegada de este tipo de urbanización, en altura, se mezclan dos tipos de ocupación: una tradicional, que mezcla diversos sectores de ingreso en una pequeña zona, comunidades con su iglesita y sus áreas comerciales de viejo cuyo; otra nueva, que tiende a segregar y a aislar a sus ocupantes del resto de la comunidad: su comunidad son los condóminos y sus fronteras las alambradas.

El uso diverso de La Sabana y sus alrededores, con muy variados tipos de ingreso y su urbanización tradicional, en extenso, baja densidad y un solo piso, cambia radicalmente al aumentar sustancialmente la densidad y el tipo de poblador. Acerca dos tipos de población, dos tipos de barrios, el de muy alto y el de bajo-medio ingreso, pero no los mezcla.

Los miles de familias que llegarían eventualmente a residir en esas decenas de edificios, ahora tan solo en proyecto, tendrán que compartir su espacio con las masas. Su vista no será nada más un parque arbolado de eucaliptos y el lago, sino también, las decenas de miles de asistentes al nuevo estadio. Deberán compartir su espacio con las decenas de miles de autos que ingresen a San José desde todo el norte del país y Centroamérica, así como, el transporte público requerido por cientos de miles de personas que viven en Pavas y La Uruca, que pasan por La Sabana dos o más veces al día.

En 2010, durante la última temporada lluviosa intensa, como las del 2005 y 2008, las calles de alrededor de La Sabana se inundaron muchas veces en su extremo oeste –como lo vimos en vivo a medio día mediante las cámaras de televisión en la zona-, y los niveles de las aguas cubrieron por completo todas las calles como torrentes que corrían arrastrando basuras y deteniendo el tránsito por completo por varias horas.

Todo el sistema de cloacas colapsó en muy diversas ocasiones a pesar de la intensa labor municipal en la limpieza semanal de la basura que se acumula. Pero de todos modos, casi todos los días en horas de alto uso, las esquinas colapsan frente al intenso tráfico, y eso que todavía no funciona por completo la nueva carretera a Caldera con su tránsito pesado desde y hacia el puerto, junto al que vendrá por esa vía desde la costanera –aún inconclusa-. En todo caso, es obvio el colapso de la circunvalación y las calles de La Sabana con el tránsito de miles de automóviles que vienen de Santa Ana y Escazú, de las nuevas residenciales de los grupos de mayor ingreso, prácticamente todas las mañanas.

El actual colapso ocasional –por las lluvias- o diario –por el transporte normal-, en el futuro deberá sufrir el choque de formas y estilos de urbanización, de uso distinto y masivo, sobre viejas infraestructuras ya saturadas. Esto es lo que habrá que mitigar cuanto antes, porque es evidente que no se hizo ninguna prevención, todo lo contrario, se impulsó la ruta del conflicto y el colapso. Habría que replantearse el plan regulador correspondiente y sopesar los cambios necesarios en las regulaciones y las inversiones indispensables para que, al menos, no se atasquen del todo las infraestructuras, se protejan los derechos de los actuales residentes y también, las enormes inversiones en marcha.

En el futuro próximo, los compradores de apartamentos de dos mil dólares el metro cuadrado que esperan alguna plusvalía, deberán vender las nuevas realidades, a menos que haya una inmensa inversión pública en nuevas cloacas, y en general, en nueva infraestructura para los usos que ahora se están planteando, la situación que será inmensamente más grave. De lo contrario, los vecinos de los condominios, que ahora se ofrecen en preventa en montos que van de cien mil dólares hacia arriba, deberán vender con pérdidas o podrán disfrutar de la basura en toneladas luego de cada llenazo o evento multitudinario del estadio nacional, durante los cuales, obviamente no podrán salir, pues los alrededores de La Sabana estarán totalmente saturados… como cuando vino el papa. Y si el estadio se ocupara en época lluviosa, también tendrán las calles inundadas, no sólo de autos, sino de cloacas.

Impulsar diversos tipos de urbanización o cambios no implica solamente disponer de financiamiento, construir y vender, sino de invertir en la infraestructura requerida y evitar los conflictos que podrían darse, impactando con ello no sólo en la vida cotidiana sino las finanzas. El costo excesivo en que se pueden vender apartamentos –con precios en La Sabana similares a los de Escazú y Santa Ana- no tendrá réditos, ni para los habitantes o residentes, ni para los inversionistas que pretenden obtener plusvalías con la venta que esperan hacer en algunos años.

En consecuencia, resulta esencial diseñar, financiar y construir las nuevas infraestructuras, especialmente las del transporte colectivo, que evite el colapso total y definitivo de las esquinas de La Sabana, aprovechando la actual crisis financiera internacional para regular u ordenar el proceso que, ya obviamente, va hacia un conflicto de dimensiones no conocidas en el país: el proceso de ocupación de Mata Redonda por parte de Escazú.

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MAR 03/11/10