martes, noviembre 22, 2005

¿Desarrollo? depredador globalizado

El capitalismo (salvaje o no) ha mostrado en los últimos dos siglos su naturaleza depredadora en razón del imperio de la ganancia privada –tanto en economías de mercado como en las de planificación centralizada-, no obstante, los últimos quince años han mostrado una nueva etapa todavía más intensa en explotación desmedida de los recursos naturales y humanos, es decir de la fuerza de trabajo, en particular con el impulso monstruoso de esa mezcla de capitalismo salvaje y Estado autoritario centralizado que se impone a fuerza de tanques, bayonetas y consumismo en las eufemísticamente llamadas otrora naciones del ‘socialismo real’, pero también en otros países asiáticos, antiguas colonias europeas y subordinadas a esos centros imperiales.

China e India son dos ejemplos con historias y situaciones distintas en lo político y lo militar –aunque algunos ahora hablen del fenómeno ‘chindia’-, pero que juntas suman gran parte de la población mundial y como economías han asumido en los años recientes un impacto gigantesco en la vida planetaria. Las une también la orientación general de un modelo económico sin miramientos con la explotación extrema humana y del ambiente. Esto como base del enriquecimiento extremo de las empresas multinacionales que ahí invierten en asocio al gobierno chino, por ejemplo. No solo se continúa y exacerba el uso de un modelo energético basado en combustibles fósiles, sino también en una manufactura que reproduce el proceso industrial europeo o de EEUU, solo que se hace con menos controles, menos presión de grupos opositores y en forma mucho más acelerada. Por el inmenso volumen de producción y el altísimo grado de contaminación, despilfarro y destrucción de recursos que se está produciendo, ello implica que las gravísimas condiciones que han venido creándose con el modelo depredador y contaminante impulsado por los EEUU, junto al de otras grandes economías como las de Europa Oriental, también generadoras de alta polución, se estarían multiplicando en muy cortos períodos y llevando a un límite no solo la contaminación global sino también el uso extenuando de recursos minerales y hasta materiales de construcción elementales como arena y piedra. China ha superado ya a los EEUU en el volumen consumido de carbón y acero pero también se acerca ya en su volumen de consumo de petróleo y mantiene un crecimiento sostenido de dos dígitos y una tecnología aún más contaminante. Así una proyección de otros veinticinco años, a estos ritmos y volúmenes, hace palidecer la situación actual del calentamiento global, ya que se proyecta un consumo de petróleo que supera al total producido hoy en el planeta solo para China, y sobretodo, si a la vez se da un impacto similar en la destrucción de bosques, donde China también alcanza ya la mayor demanda de madera del planeta y es el mayor exportador de madera contrachapeada.

Si a las situaciones consumistas extremas, como las que plantea la economía de los EEUU y los principales países industriales de Europa, se unen estas realidades y perspectivas de la nación más populosa del mundo, junto a otras como la India, la aceleración de los impactos de tal destrucción ambiental se hará ver mucho más pronto de lo que se pensaba tan solo hace una década, cuando todavía la propia existencia del calentamiento global era negado por muchos.

Estos procesos destructivos del ambiente y justificados en la producción de mercancías de bajísimo precio gracias a la explotación extrema de la población asiática no solo tendrán efectos de carácter global general sino también aquellos más bien puntuales y se reproducirán en el tiempo y en el territorio. Específicamente se trata de los llamados ‘efectos sucesivos’, que con la destrucción ambiental o con un desastre pueden complicar las posibilidades de una recuperación a corto o largo plazo y dificultar la identificación de los orígenes que desatan los eventos destructivos; los que además tienen como característica básica la primacía de lo regional por sobre lo nacional sin duda alguna. La deforestación masiva para exportar madera o la extracción de metales, gases y petróleo para atender las demandas nuevas y viejas dejará a los países proveedores en condiciones desérticas, con altísimos grados de contaminación por residuos de la extracción –en la minería por ejemplo- y sin capacidad de reacción más que exportar su población. Pero además, en condiciones de vulnerabilidad social y ambiental propicias para la ocurrencia de grandes desastres. A la vez, el calentamiento global incrementará los impactos, en particular en zonas costeras o pequeños valles propensos a inundaciones, deslizamientos, avalanchas o ventiscas huracanadas.

Sin embargo, más allá de estas grandes transformaciones de impacto planetario, es esencial observar dos procesos paralelos: uno el impacto de procesos gigantescos en las economías y poblaciones pequeñas o minúsculas como las del área del istmo Centroamericano y la región Caribe; y dos, los procesos propios de los cambios al interior de estos pequeños países, que presentan los mismos males, aunque no necesariamente las mismas estadísticas en términos de crecimiento económico.

En el primer caso los efectos sucesivos en el territorio implican que sin recibir nada en absoluto de las ganancias los pequeños países sí reciben los costos producto del aumento de los precios de diversidad de productos, en particular minerales y combustibles dada la presión en el mercado por el inmenso y veloz crecimiento de la demanda en el nuevo mercado mundial global. Lo que implica reducción mayor del financiamiento de políticas sociales, preventivas y mitigadoras de desastres. Aquellos que además tienen reservas o son productores podrán recibir ganancias –o las multinacionales en ellos localizadas- pero acarrean con los residuos y contaminantes, aparte de los posibles accidentes de gran magnitud en razón de la premura y la dimensión de las explotaciones.

Esto último lleva al segundo punto, es decir la manera en que se generaliza el modelo de producción y consumo global en estos pequeños países. En este caso, la más acabada forma de lograr la implantación definitiva de un modelo devastador de capitalismo más que salvaje se encuentra en el mal llamado Tratado de Libre Comercio entre los Estados Unidos y los países de Centro América más República Dominica (TLC-EUCA-RD). La definición de empresa y condiciones en que podrán operar niega prácticamente en absoluto las posibilidades de control gubernamental o municipal sobre el uso y condiciones de explotación del territorio, perpetuando además las actuales condiciones de explotación de la población que obliga a la migración por hambre a millones de centroamericanos y dominicanos. Esas condiciones de inversión que privilegia el tratado por encima del comercio se ocultan en forma de definiciones ambiguas en anexos que no se discuten y de los que se disminuye su importancia real.

Concretamente se debe indicar que el denominado ‘trato nacional’ que busca asegurar a las partes, es decir a todos los empresarios que quieran participar en un negocio específico –de bienes o servicios, aun los financieros- puedan obtener el mejor de los tratos brindados a las empresas nacionales, incluso si este mejor trato a los nacionales pretendiera alcanzar metas de carácter social vinculadas con pobreza, vivienda o producción. Así no podrán darse políticas nacionales que privilegien con incentivos las empresas que generen específicas calidades de vida requeridas por una política social particular sin que puedan las mismas condiciones ser exigidas por las multinacionales que además tendrán el privilegio de no permitir condiciones de cumplimiento de tales metas. Al definir este tipo de trato, lo mismo que el de ‘nación más favorecida’, se estaría limitando y serían sujeto de litigio los subsidios en estrados internacionales -no los de los países afectados-, que mutuales, asociaciones, fondos mutuos, entidades estatales o cooperativas –que ahora se consideran ‘empresas’ por igual- obtienen para ejecutar proyectos productivos incluyendo los habitacionales o de desarrollo regional y servicios especiales como los de protección ambiental.

Pero además, se introduce con el TLC-EUCA la figura de ‘expropiación indirecta’ que se define como:“una situación en donde un acto o una serie de actos de una Parte tienen un efecto equivalente al de una expropiación directa sin la transferencia formal del titulo o del derecho de dominio”. Las regulaciones tipo ‘plan regulador’ o ‘plan de urbanismo’ como el ‘Plan GAM’ y cualquier otro control, como el relativo a la explotación de petróleo y minería de cualquier naturaleza, sin duda constituyen ese tipo de limitaciones. Los municipios están perdiendo con la aprobación de este modelo la potestad de regular sus jurisdicciones territoriales, a menos que estén dispuestos a indemnizar de inmediato y en valores transferibles. Esto sucederá así en toda la región centroamericana y de expandirse el modelo a los países caribeños o suramericanos, con instrumentos como el ALCA, pues también ahí se aplican, como ya sucede en México.

En nuestros países pequeños y caribeños, continúa ya por más de dos décadas la imposición de decisiones de pequeñas cúpulas tecnocráticas más que privilegiadas y la sumisión de las más diversas élites políticas y militares a las decisiones de los grandes centros mundiales de poder y finanzas, el llamado modelo de ‘apertura’ cuya culminación es el nuevo tratado. Todo ello facilita y oculta bajo el tema del comercio la imposición de condiciones de explotación del ambiente y el ser humano que se expresará finalmente en forma de desastre y que los mismos medios de comunicación que ahora lucran con la propaganda pro TLC atribuirán luego a manera de información a la furia de la naturaleza.