lunes, mayo 09, 2011

CANGREJAL


Cangrejal es el nombre autóctono, el original que le pusieron los fundadores y como le siguieron llamando, muchos años después, al último caserío que surgió en las ocupaciones de ‘tierras’ al norte de Chacarita, Puntarenas, a finales de los años 1960s.

Era ciertamente un cangrejal increíble.

La ocupación se hizo luego de que las dragas que construían el canal de Fertica rellenaron varios kilómetros de estero al norte del canal, el que a lo ancho oscilaba de varias decenas a cientos de mts. Al inicio eran montañas de arena que fueron acumulándose en la medida que avanzaba la construcción y los posteriores dragados del canal. Con el tiempo y la consolidación del arenal algunos vecinos llegaron y expandieron la arena con palas y establecieron ahí sus ranchos para estar más cerca de su fuente de trabajo: eran carboneros.

Los carboneros, como don Higinio Moraga, quien era de los fundadores, de los primeros que atravesaron el canal a nado, hicieron su rancho en el extremo nor/oeste del arenal. Como en otros sitios similares, había familias formadas por mujeres con sus hijos, que trabajaban en Chacarita o el centro de Puntarenas y salían todos los días a pie y al principio también atravesaban el canal a nado, como doña Leila, una de las fundadoras, pero también las había que trabajaban en las carboneras familiares.

Don Higinio fue por muchos años el principal dirigente del sitio, reconocido por su honradez, humildad y seriedad. Respetadísimo conocedor de la zona, fue quien organizó con otros vecinos, amigos y parientes, los comités y tuvo la fortaleza para enfrentarse muchas veces a los guardias de Fertica o la policía que llegaba para sacarlos. Con los fundadores sufrió palo y persecución, pero lograron establecerse y consolidar su ocupación.

Como los otros carboneros vivía (trabajaba, dormía, comía…) con las mareas, pues el mangle lo cortaban cuando la marea estaba más baja pero para sacarlo necesitan una altura mínima en los canales para salir con sus panguitas cargadas hasta el tope. Así que su horario laboral dependía de las mareas, sus horas de descanso y sueño iban cambiando de acuerdo con los cambios de las mareas, con la luna, con el año.

Salían con marea media y se adentraban en los delgados canales que ellos mismos iban haciendo para cortar y ecolectar troncos de mangle, que escogían cuidadosamente para no destruir su fuente de ingresos. Luego de la corta, cuando las aguas bajaban, lo traían en marea más alta para hacer los túmulos que cubrían de arena y quemaban por días, luego vendían el carbón en Chacarita o el centro de Puntarenas.

Al inicio atravesaban a nado o en diminutas pangas el nuevo canal de Fertica, en su extremo oeste, para salir hacia Chacarita. Eran unas pocas familias con sus ranchitos hechizos de mangle y palma, algunos, con muchos radios de baterías que se escuchan a lo lejos por sus programas de música mejicana o radionovelas. Poco a poco llegaron parientes o amigos y fueron preparando nuevas áreas para construir más ranchos, sobre pilotes de mangle o en frágiles rellenos y construyeron los trillos de arena acumulada con piedras y mangle, sobre lo cual colocan tablas.

Era un paisaje un tanto desolado. Con marea alta sólo se veían los ranchos aislados con sus pangas amarradas y los caminitos casi cubiertos por el agua, a veces totalmente, en las mareas más altas. Al bajar la marea se reconocían los caminos sinuosos, hechos y rehechos cada día con barro y ramas, formando montículos alargados y con grandes curvas que iban de un rancho a otro, o salían hasta sitios más altos y los trillos que los llevaban hasta el barrio más consolidado al este: Fray Casiano. Los ranchos se localizaban de preferencia en partes dónde la marea subía suficiente para poder llegar hasta ellos con las pangas, pero no tan lejos de zonas más altas –y secas- para hacer ahí las arboneras, que deberían quemarse por días para dar el producto que utilizaban para cocinar centenares de familias del puerto.

Al atardecer y en marea media o baja surgían de sus huecos decenas –sino cientos- de miles de cangrejos de gran diversidad de especies y colores, que hacían sus bolitas de arena o pequeños montones a la entrada de sus huecos –de hasta diez centímetros de diámetro, los más grandes-. En la semioscuridad del atardecer, el suelo parecía moverse con el incesante caminar, salir y bajar, o empujar de sus bolas de barro, de los miles de cangrejos de las más variadas formas y tamaños.

Era un verdadero CANGREJAL en el que vivían las familias ubicadas en los ranchos dispersos y, naturalmente, cuando se les preguntaba dónde vivían, espontáneamente empezaron a decir que “en el cangrejal” y luego simplemente en “Cangrejal”.

Con los meses y años, llegaron más familias, algunos fines de semana en grupos organizados, con participación de funcionarios y militantes del PVP de Puntarenas, y fueron densificando ese extremo oeste del relleno de arenas. Como tenían diversos oficios, empleos u ocupaciones, empezaron a buscar salida hacia el este pues trabajan fuera de la zona, o atravesaban en pangas creándose así (como en otras tantas partes del país) un pequeño servicio local de pangas para atravesar el canal, con el peligro siempre: los lanchones de Fertica, que casi cubrían todo el ancho del canal y avanzaban rápido cargados con toneladas de fertilizantes.

Los años pasaron, las familias crecieron y el viejo caserío fue densificándose y rellenándose con arenas y materiales traídos en vagonetas, a veces prestadas por la municipalidad, a veces con escombros sobrantes de construcciones de la zona como los nuevos hoteles y residencias que fueron surgiendo a lo largo de la costa.

Al barrio Cangrejal, los miembros del PVP le pusieron un nombre extraño, y nadie entendía por qué, excepto los militantes informados de la guerra en el extremo oriente. Era un nombre exótico, desconectado de la vida e historia local, ajeno al paisaje y la realidad porteña, traído desde decenas de miles de kilómetros y otras culturas: Camboya…

Las primeras veces que anduve por la zona conversando con vecinos, a inicios de 1974 muchos no tenían idea de por qué algunos fuereños llamaban así a ese sitio, ni tampoco sabían qué cosa era ‘canvolla’, el nombre que aparecía muchos años después en algunos autobuses. Para los fundadores siguió siendo su Cangrejal. Todavía así le llamaban a mediados de los años 1990s, cuando era ya un barrio consolidado con casas formales, buses, electricidad, cañería, antenas de televisión y puentes para atravesar, de norte a sur, el canal, cuando ya casi no se veían cangrejos por ningún lado.

(MAR-9/5/11)