miércoles, agosto 04, 2010

Las amenazas nunca son naturales, nunca.

Ni los desastres, ni los riesgos, ni la vulnerabilidad, ni las amenazas son naturales, como no lo son la pobreza o la debilidad del municipio, la incapacidad técnica de las instituciones vinculadas a los desastres o las deficiencias en la construcción de puentes, represas, plantas nucleares o plataformas petroleras: todos son obras humanas y solo existen en función de la organización social específica en que se estudien. Los fenómenos naturales como los ciclos de lluvias, la variabilidad climática y los cambios en las líneas costeras, así como los movimientos de placas y en general la realidad viva del universo no son humanos, pero solo pueden comprenderse con categorías construidas por la ciencia social –como amenaza o vulnerabilidad, riesgo o desastre- en tanto se definan en función de las condiciones propias de existencia de los grupos humanos, su localización, capacidad tecnológica y relativa capacidad de supervivencia o protección.

Cuarenta años atrás los temas relativos a los desastres eran prácticamente exclusivos de los profesionales vinculados con ciencias llamadas ‘naturales’ y desde esa época esos profesionales venían hablando de los huracanes o las erupciones volcánicas o las avalanchas como ‘desastres’. Siglos atrás, quizás desde el neolítico, los grupos humanos intentaron darle alguna explicación a los fenómenos naturales y los idealizaron convirtiéndoles en dioses: por ello para evitar erupciones que destruyeran sus cultivos sacrificaban a sus niños o lanzaban a los cráteres a las niñas, para aplacar la furia del dios-volcán. Igual, hacían sacrificios a sus dioses para buscar mejores cosechas. Ese pensamiento mítico todavía es común entre periodistas que nos relatan como el volcán tal o el huracán cual ‘desató inmisericorde su furia y destruyó sin compasión alguna la comunidad X', aquí en Costa Rica podremos recordar al presidente de la CNE rogando a su dios por protección frente a un inexistente tsunami que solo por su propia ignorancia asumió que nos ‘azotaría’.

La comprensión humana de los fenómenos naturales y sus acciones al respecto tienen una larga historia de mito, siendo las pseudo explicaciones usualmente teológicas, voluntarias, fantásticas, teleológicas o simplemente humanizando los procesos de la naturaleza, o concediéndoles una serie de características o actitudes propiamente humanas o sociales: furia, amenaza, etc., cuando no dándoles un carácter divino pero con un concepto de dios que castiga, golpea, destruye, envía plagas, etc.

Los fenómenos naturales y en general la vida natural no responden, obviamente, a la dinámica humana o social, pero toda interpretación de su actividad es exclusivamente humana, social, incluyendo los estudios científicos que los conceptualizan como tales: huracanes, volcanes o sismos definidos como de tipos tal o cual son –y es bastante obvio, es extraño tener que explicarlo- conceptualizaciones abstractas propias de la mente humana. Se trata de indicadores y categorías construidas por grupos sociales histórica, cultural y hasta étnicamente determinados –y condicionados-. Un volcán es un dios, o un diablo, o una amenaza en determinadas interpretaciones de determinados grupos humanos en determinadas épocas.

En la ciencia social, que empieza a atender estos temas a partir de la segunda mitad del siglo XX y se impulsa en nuestro idioma y nuestro continente a partir de la década de los 80s, se ha ido construyendo una serie de categorías que buscan corregir y precisar las interpretaciones hechas por profesionales que nunca estudiaron ciencias sociales, quienes fueron los que inicialmente desarrollaron categorías e interpretaciones desde su propia perspectiva como profesionales en temas como geología, ingeniería, medicina, meteorología y otros muy directamente ligados a la atención de emergencias o la explicación científica del fenómeno o evento geofísico o hidro/meteorológico. Así, en esos años, los científicos sociales se encontraron que gran parte de los modelos interpretativos (igual que en otros campos de las ciencias sociales) eran aplicaciones mecánicas y simplistas del modelo médico o de lo que en ingeniería se llamó ‘resistencia de materiales’, entre otros muy diversos.

Tales interpretaciones o modelos interpretativos, muy estáticos al inicio y más dinámicos luego, se confundieron con intentos de aplicación de otras maneras de interpretar o intervenir sobre procesos sociales, como la administración de empresas (con modelos de gerencia o instrumentos analíticos de organizaciones) y con instrumentos de simulación (derivados tiempo atrás de los ‘juegos de guerra’) o su forma más utilizada: la construcción de ‘escenarios de riesgo’ que se desarrolló en finanzas y estudios militares, o ambos a la vez. De hecho fueron bancos multinacionales los que financiaron el desarrollo de investigaciones para utilizar la simulación y construcción de ‘escenarios’ referentes a procesos dinámicos sociales, políticos, militares o de construcción de mega-estructuras (para por ejemplo, simular las cargas a que colapsarían o su resistencia a diversidad de vientos más allá de ciertas alturas o el tipo de cimentación requerida en puentes y rascacielos, etc.).

Así la irrupción de científicos sociales latinoamericanos, con una carga teórico/metodológica crítica de la ciencia social funcionalista o mecanicista, de los instrumentos que no superaban la condición de ‘categorías empíricas’ descriptivas –pero que nunca llegaban a ‘analíticas’, y de la aplicación fácil de analogías entre el comportamiento de lo social y el comportamiento biológico, de materiales o del clima, implicó un proceso lento de debate (en múltiples foros internacionales, o en las aulas) para superar ya no solo las interpretaciones primitivas o neolíticas que confundían al volcán con el dios, sino también a las interpretaciones mecanicistas y analógicas que pretendían ser ciencia y desarrolladas por biólogos o geólogos o médicos que como científicos(y sin haber leído media página de sociología o antropología) se sentían autorizados para teorizar sobre procesos sociales complejos -¡y lo siguen creyendo hoy!-.

Se volvió a plantear en muchos foros la discusión decimonónica sobre la calidad de ciencias sociales o ciencias naturales en términos de ‘ciencias exactas’ o 'hablar paja', con los médicos aplicando sus modelos de prevención y atención o diagnóstico a las complejísimas situaciones sociales que surgen en las condiciones de emergencias, especialmente en ocasiones dónde las víctimas son comunidades enteras o miles de gentes de diversidad de grupos, ciudades o pueblos.

Y claro, se volvió a repetir lo ya ampliamente discutido en antropología, sociología y economía desde principios del siglo XX y esencial en la perspectiva de los científicos sociales latinoamericanas de las últimas tres décadas de ese siglo, en particular con el surgimiento de diversidad de escuelas de pensamiento desde la segunda pos-guerra: discutir de teoría y método con profesionales que se consideran 'los científicos',pero que ignoran por completo más de 200 años de avances en ciencias sociales.

En Latinoamérica un amplio proceso se ha desarrollado desde las primeras publicaciones (algunas traducciones de autores como Ben Wisner -1- y colegas) sobre el tema de la prevención de desastres o la idea de ‘riesgo’ vinculada a ocurrencia de los desastres, y una amplia bibliografía desde la perspectiva producida por grupos multidisciplinarios, incluyendo los científicos sociales. No obstante, todavía siguen surgiendo en las últimas décadas nuevas aplicaciones mecanicistas (y malas traducciones del inglés) de procesos propios de las estructuras materiales y la resistencia de materiales, como el uso generalizado de la categoría de ‘resilience’ -2-, entre otras.

Afortunadamente, la bibliografía y las interpretaciones sobre esas complejas situaciones que surgen en casos de emergencias o más aún, las que solamente son potenciales como los procesos de construcción social del riesgo, han ido permeando en el mundo más amplio de la población vinculada no solo a la academia, sino también entre funcionarios, ya no solo de las ‘defensas civiles’ o CNEs equivalentes, pero mejor aún entre planificadores y capacitadores de ONGs especializadas en intervención. Ejemplo de ello son documentos oficiales como los recientemente producidos por CEPREDENAC y las organizaciones de Naciones Unidas, en particular la declaración de presidentes centroamericanos en su cumbre de Panamá de hace pocos meses y el documento presentado en ella sobre una ‘política centroamericana’, que se desarrolló como documento técnico en los preparativos y la reunión realizada en Guatemala en 2009 en ocasión del evento ‘Mitch+10’.

El tema de desastre o de riesgo de desastres y la interpretación sobre amenazas, vulnerabilidad y riesgo no son considerados simplemente asuntos relativos a la irrupción de los fenómenos naturales, sino al vínculo de estos con las actividades humanas, los grupos y las personas. Un volcán no es por sí mismo una amenaza, ni tampoco las erupciones o los sismos que genere su normal actividad cotidiana, como no lo es un tsunami o los huracanes de todos los años. Igual no es una amenaza una fábrica de químicos o una planta nuclear o un camión cisterna cargado de combustibles. Ni uno ni otro son en sí mismos una amenaza, ni las actividades de la tierra ni las instalaciones construidas y las actividades ahí desarrolladas. En todos los casos es la relación con las actividades humanas, y la posibilidad de que se den daños o pérdidas para los grupos humanos, lo que implica la construcción de las categorías de amenaza o desastre.

La amenaza es una categoría abstracta que deriva de una acción humana. Idiomáticamente el verbo ‘amenazar’ significa: “dar a entender con actos o palabras que se quiere hacer algún mal a alguien” –DRAE- y amenaza es ejecutar ese acto: anuncio de la provocación de un mal grave. Así que lo que se pueden dar son amenazas vinculadas con actividades estrictamente humanas o vinculadas con procesos que no son estrictamente humanos, es decir, que se vinculan con fenómenos, procesos o actividades de la naturaleza sin intervención humana pero que adquieren el carácter de amenaza desde la perspectiva humana.

Así, una erupción en un territorio deshabitado y que no cause daños o pérdidas a los humanos no es una amenaza, y mucho menos el volcán de que surge, la amenaza se empieza a conceptualizar, o sea, la categoría tiene sentido en la medida que se trazan zonas y se definen áreas dónde se podría dar tal o cual tipo de daños: dentro de la zona en que podrían darse flujos piro/clásticos la presencia humana o las actividades e instalaciones de los humanos pueden estar amenazadas en caso de erupción.

Si no hay seres humanos ni instalaciones humanas el flujo y la lava serán una más de innumerables actividades que permitieron desde miles de años atrás, o millones, la constitución del volcán mismo. Y lo mismo con los otros eventos, fenómenos o procesos naturales. De hecho es hermoso ver un huracán desde una foto satelital mientras se desplaza por el Océano Atlántico, igual que ver un arcoíris o una tormenta eléctrica decenas de kilómetros mar adentro desde la playa, y ninguno de ellos es amenaza alguna mientras no hayan grupos o instalaciones humanas presenten, o si están, pues que no estén diseñadas con capacidad para resistir y no sufrir daño con esas actividades.

Si un ser humano se consume en el mar por más de algunos minutos muere. La asfixia por inmersión ocupa un lugar muy alto en la estadística de los accidentes graves, pero el mar en sí mismo o la piscina o un cubo de agua o la pila de lavar no son amenazas. Basta con no meter la cabeza por mucho tiempo o hacerlo con el equipo necesario y la persona no se ahoga.

Una pistola NO es amenaza si no está en la mano de un ser humano que la dispare.

Es la acción humana la que hace que procesos naturales puedan conceptualizarse como amenaza, y también es la acción humana la que, al provocar daños o pérdidas, origina lo que se conceptualiza como desastre; así, la posibilidad de que esto último suceda se conceptualiza como riesgo de desastre. ¿Y la vulnerabilidad?, bueno se dice de aquella condición en que grupos humanos o sus bienes no tienen capacidad de evitar o prevenir la ocurrencia de tales daños; de hecho la definición básica de ser vulnerable es: “que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente” y en la literatura relativa a desastres se ha considerado en términos de la imposibilidad o escasa capacidad de evitar los daños o las pérdidas.

En todos los casos se está frente a las acciones humanas y conceptualizaciones, definiciones o determinaciones sociales que se dan por sí mismas o en relación con procesos de la naturaleza, que a su vez suceden por sí mismos sin intervención humana y en ese caso no son ni amenaza, ni desastre ni riesgo. Esto quizás porque, como humanos nos seguimos considerando primera prioridad ('in dubio pro homine') y las sociedades siguen considerando la vida humana como el elemento central de toda la existencia de la naturaleza, y tanto los estatutos religiosos como las constituciones políticas la definen como ‘inviolable’, ya sea por reconocernos a nosotros mismos como seres supremos de la naturaleza o por considerarnos, en términos religiosos, creados a imagen y semejanza de dios.


----------------------------
1. Wisner tiene una amplísima trayectoria en el tema, desde los años 70s , incluyendo su tesis de Ph.D. relativa a la manera en que las familias enfrentan sequias y sus décadas de trabajo en África y otros continentes y es un fundador de RADIX - Radical Interpretations of Disasters and Radical Solutions- (http://www.radixonline.org/index.htm) y también de la Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina –La RED- (http://www.desenredando.org/).

2. Resilience is the property of a material to absorb energy when it is deformed elastically and then, upon unloading to have this energy recovered. In other words, it is the maximum energy per unit volume that can be elastically stored. It is represented by the area under the curve in the elastic region in the Stress-Strain diagram. (Wikipedia).

Lastimosamente, en vez de utilizar la palabra usual en español: ‘elasticidad', se ha recurrido a inventar una nueva palabra: ‘resiliencia’, que como es obvio es nada más ponerle la 'a' final a la palabra inglesa, vaya creatividad ¡!

No obstante, cualquier palabra que se utilice es muy obvio que JAMÁS una comunidad, un país o una ciudad se comportarán como una varilla de hierro o un ladrillo o una caña de bambú. NO es lo mismo, los grupos humanos no retornan JAMÁS a su situación previa, no se enderezan como una palmera, requieren de un proceso de reconstrucción que parte de las nuevas condiciones pos impacto e incluso de las nuevas condiciones de riesgo de desastre que se constituyen con cada impacto.