domingo, diciembre 04, 2005

DE MITCH A EPSILON

Es cuatro de diciembre y el Huracán Epsilon alcanza vientos sostenidos de más de 136 Km. por hora en el Atlántico. La temporada de huracanes del 2005 ha sido –y no acaba- sin duda extraordinaria. Es la más intensa y activa que registra la historia con un total de 25 tormentas tropicales y catorce huracanes, de los que seis han alcanzado las categorías 3, 4 ó 5, las máximas en la escala de intensidad Saffir-Simpson. Esta es la mayor cantidad que se ha registrado en los 110 años desde que se llevan estadísticas y supera a los 21 sistemas de 1933, la más alta hasta ahora en la historia. Esta temporada no solo batió los récord de cantidad de huracanes, sino también de intensidad, con tres ciclones de categoría cinco: "Katrina", "Rita" y Wilma". Este último es el huracán que se ha intensificado más rápidamente en la historia pasando de tormenta tropical a un gigante de categoría cinco en apenas 24 horas. Ese huracán es también el de más baja presión registrada en su centro (882 milibares) en la historia.

La pregunta inmediata es si acaso estamos frente a un punto más que extraordinario, el del 2005, del ciclo, o si más bien, se están observando elementos de un nuevo ciclo, una nueva situación vinculada con el cambio climático inducido por la acción humana.

En Centro América, se recuerda todavía con mucho realismo el impacto del huracán Fifí que en 1974 dejó casi cien mil muertos y gravísimas pérdidas, en particular en Honduras; igual que sucedió con el Huracán Mitch en 1998. La condición de istmo -cuya columna vertebral es una enorme cadena de volcanes- y de puente entre continentes y océanos, no solo da una inmensa biodiversidad y una riqueza natural casi sin límites, sino también la condición de riesgo anual con la temporada de ciclones del atlántico, el movimiento de las placas tectónicas en ambas plataformas continentales y la sucesiva erupción de los volcanes que ya destruyeron casi todas las capitales nacionales de la región desde la colonia, y no acaba, como lo muestra la erupción del Volcán Ilamatepec, más conocido como Santa Ana, en El Salvador, el recién pasado 1 de octubre.

Al igual que respecto de la actividad volcánica y sísmica originada en los movimientos de las placas tectónicas, la reacción social e institucional vinculada con los fenómenos meteorológicos, sin embargo, ha sido mínima. Si bien la investigación científica se ha desarrollado ampliamente en las dos últimas décadas, su impacto sobre la acción preventiva y la creación permanente de nuevas situaciones de riesgo en función de la orientación que da el crecimiento económico y poblacional, ha sido muy cerca de nulo.

Desde los huracanes Mitch y George, que marcaron un hito por su gigantesco impacto multinacional en el año 1998, poco se ha avanzado en la organización institucional y los sistemas de prevención, pero menos aún en la reflexión política e ideológica en relación con el impacto humano y económico de los huracanes, los sismos y demás eventos. Solo en unos pocos países se ha profundizado la capacidad de respuesta; pero el proceso de rehabilitación y reconstrucción ha sido sometido a la lógica de la ganancia fácil, el despilfarro e incluso, el robo directo, de manera que el enorme apoyo internacional de donantes no ha tenido un mínimo impacto en el cambio de dirección y en todos los países de la región continúan creciendo contingentes inmensos de población en riesgo: de ser arrastrados por corrientes, sepultados por deslizamientos, quemados por flujos piroclásticos, ahogados en las próximas oleadas de un tsunami, o aplastados con la destrucción que aún pequeños sismos generan, dadas las muy insuficientes condiciones de habitabilidad y de calidad de vida de las mayorías empobrecidas.

Si bien, todavía no se han dado situaciones extremas de cientos de miles de muertos en un solo evento, como las del Tsunami, de diciembre 2004 en Indonesia y el océano Indico; o el terremoto de la antigua e histórica ciudad de Bam, en Irán en 2003; o la que aún se vive –con cientos de miles de personas alojadas en tiendas inapropiadas para el crudo invierno- en la extensa zona de montañas boscosas de la Cachemira en Pakistán, luego del terremoto del 8 de octubre pasado; los múltiples y continuados eventos no tan menores, en Centro América, suman gigantescos impactos humanos y las poblaciones enteras, ya en el límite del hambre, pasan a ser refugiados que dependen para su sobrevivencia mínima de la ayuda internacional.

Mientras tanto, en todos nuestros países, aunque se han producido cambios en léxico y algunos conceptos se han asumido como nuevo lenguaje, pero vaciándoles del contenido crítico y analítico con que forjaron –como gestión del riesgo-, la cruda experiencia de los impactos de Gamma, Stan y Beta en las semanas recientes, con decenas de miles de refugiados que se proyectan por los meses venideros del 2006 sin comida y sin recuperación de sus medios de vida, solo ha tenido respuesta de emergencia, sin que el futuro tenga dirección previsible de recuperación, menos aún reconstrucción segura.


Domingo, 04 de diciembre de 2005
-Preparado como Editorial de la Edición de Diciembre 2005 de la REVISTA AMBIENTICO-.