Mi madre y mis tres
hermanas mayores, Maruja, Marielos y Teresa, que tenían entre 2 y 5 años,
acompañaban a mi padre que era pintor ferroviario. En aquellos años la compañía ferrocarrilera
daba mantenimiento a las estaciones a lo largo de la ruta desde Turrialba a
Limón y la cuadrilla de pintores de don Víctor Manuel –que incluía a varios de
mis tíos y primos, todos muy jóvenes- se pasaba semanas o meses en cada estación mientras
terminaban de pintar todas las instalaciones y los carros del ferrocarril. Se alojan en viejos vagones estacionados en
los patios y acondicionados como viviendas, con subdivisiones y muebles
pequeños expresamente construidos para acomodarlos en el estrecho y alargado
coche.
Uno de los tres
pelotones de la Legión Caribe, llegó por el lado de la playa y avanzó a punta
de bala hacia las bodegas y andenes de la Estación de Limón, cerca del Parque
Vargas, pero el avance fue muy lento porque el edificio de la Aduana y otros
aledaños estaban fuertemente defendidos, así que el combate se extendió toda la
tarde y la noche.
Las balaceras se
empezaron a escuchar cada vez más cerca y se hizo demasiado tarde y peligroso
como para moverse con doña Dora y las chiquitas del sitio, así los muchachos de la cuadrilla siguieron las instrucciones de tirarse al piso bajo
las mesas y cubrirse con cartones o cualquier otra cosa, esperando que las
gruesas paredes resistieran cualquier bala perdida y para protegerse de los
vidrios quebrados.
El combate arreció
durante la noche y algunas balas atravesaban los vagones, quebrando las
ventanas y tirando vidrios que se estrellaban con las paredes, sobre las mesas
o directamente en los cartones con que se cubrían, mi padre a un lado y mi
madre al otro protegiendo a mis tres hermanitas con sus brazos, en un gran
abrazo de cinco y soñando con que amanecieran sanos.
Al amanecer de esa
terrible noche el combate fue terminando y era obvio que las escuadras revolucionarias
habían consolidado su posición, mi padre pudo levantarse para limpiar un poco
los destrozos y verificar que el resto de la cuadrilla estuviera bien, con cuidado
y a la expectativa de la llegada de los combatientes y lo que podría pasar
con ellos. Poco después en efecto, vio que algunos venían
revisando los vagones en busca de enemigos y les hizo señas para que no fueran a confundirlos con gobiernistas y
llamó a los miembros de la cuadrilla para que se quedaran en el vagón de la
familia y les advirtió que lo dejaran hablar a él y explicar por qué estaba
ahí, sin meterse en cosas políticas.
Pero claro, eran de una
familia tradicionalmente calderonista y por tanto el vagón tenía, entre los
adornos usuales, una gran foto enmarcada del Doctor Calderón Guardia. En el trajín, el susto y la desesperación por
lograr salir sanos, nadie lo recordaba ni se les había ocurrido lo que ello podría
significar, hasta que doña Dora corrió donde estaba la foto y la sacó
rápidamente del marco, mientras mi padre ya descendía a conversar con los que
comandaban la escuadra, pensando en qué pasaría si
subían a revisar y los identificaban con enemigos.
Nada pasó, se dio una
conversación cordial y los jefes de tropa
se preocuparon por la salud de todos, en particular por las niñitas y hasta, decía mi padre, se
disculparon por los daños, pero bueno, que entendieran que estaban en guerra.
Terminado el susto, mi
padre, todavía nervioso, le preguntó a mi madre: ¿Y qué hiciste la foto? La tiré por el escusado, fue la respuesta.
Pero de inmediato
recordaron que el viejo escusado del vagón –que ellos no utilizaban- era
simplemente un hueco que daba a la línea y por tanto la foto estaría ahí en el
piso, bajo el vagón, al lado de las botas de los miembros de la escuadra de la
Legión Caribe, quienes ya se alejaban conversando tranquilamente, pues los del gobierno se
habían ido en la madrugada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario