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La construcción de la ciudad y comunidad sustentable pasa por una
redefinición del sentido esencial del vivir en comunidad, de la noción de
vecindad y la organización tanto de espacios abiertos como de espacios habitables,
en función de construir una calidad de vida digna, saludable y segura para las
familias y los habitantes, contemplando las diferencias esenciales que incluyen
no solo género y edad, sino también ocupaciones y relaciones esenciales de la
cotidianeidad, como la relación residencia/trabajo o la relación
residencia/servicios básicos (educación, salud, recreación, gobierno, etc.).
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Vivir en comunidad/vecindad implica poner al ser
humano como eje y esencia de toda
acción, pero no en forma simplista como individuo, sino como el ser gregario
que es desde hace 40 mil años, como sociedad humana que es parte del conjunto
de la naturaleza y trasciende la vida del individuo porque se proyecta en el
tiempo como especie, a lo largo de generaciones, como humanidad, y por tanto
como parte del conjunto natural, del resto de la naturaleza: la geológica y la
biológica, sin la cual desaparece también irremediablemente.
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Esa vida comunitaria requiere, después de esos
40 mil años, que se construyan espacios habitables y espacios abiertos para el
directo disfrute de las comunidades en condiciones muy distintas de aquellos
primitivos albergues que se iniciaron en el neolítico, aunque lamentablemente,
amplios porcentajes de la humanidad, en todo el planeta, todavía se ven
forzados a vivir en albergues neolíticos y carecen de las condiciones mínimas
de salud, higiene, seguridad y comodidad, De hecho más de 1 de cada 10 habitantes en
Costa Rica vive en esas condiciones y carece de una vivienda digna mínima. Además de esos espacios habitables es
esencial identificar su entorno inmediato, los territorios de apoyo y los
grandes espacios no habitables, de hecho no utilizables en lo inmediato y que
tienen como función el sostener las posibilidades de vida, la supervivencia del
planeta y lo que existe más allá de este.
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Más allá de la población que todavía habita
albergues y condiciones de entorno típicas del neolítico, amplios sectores de
la población tampoco alcanzan niveles de Calidad de Vida digna/saludable/segura,
incluyendo la vivienda y los servicios mínimos, pero además la enorme inversión
estatal en esa dirección tiende a desperdiciarse construyendo albergues que
carecen de elementos esenciales, incluyendo muchos relativos a la seguridad por
lo que las familias denominadas ‘beneficiarias’
se mantienen en condiciones de alto riesgo desde el momento en que reciben sus
nuevos albergues o viviendas mínimas de proyectos estatales o privados con
fondos estatales. Todo lo cual, la
carencia y el desperdicio, implica complicar más las condiciones deficitarias
del entorno inmediato (como servicios educativos y de salud o seguridad
pública) y también aquellos relacionados con las infraestructuras sanitarias (desechos
sólidos y líquidos, etc.) o de transporte y abastecimiento, todos los cuales
implican escalas financieras y territoriales que superan con mucho la escala
pequeña de la comunidad y el poblado o barrio urbano.
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La comunidad por supuesto NO es homogénea, y
menos aún la escala local (distrital/municipal) sino que se estructura con una
gran heterogeneidad de grupos a su vez diversos, pero que se identifican por
factores como nivel de ingreso, etnia, nacionalidad, etc. Hay por tanto una
natural amplia diversidad/diferencias entre los vecinos en las comunidades,
pero también diversidad y diferencias entre barrios y entre comunidades. Todo lo cual se repite
en sucesivas escalas: hay segregación y diversidad entre zonas, regiones y
entre países. Ello implica que no basta con una percepción estadística general
pero tampoco en una propuesta resolutiva de escala comunitaria, pues es
necesaria la articulación funcional y eficiente de las acciones a lo largo de
toda la escala, de lo comunal a lo nacional.
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El análisis de las relaciones de cotidianeidad:
residencia/trabajo, residencia/servicios muestra esta múltiple diversidad
articulada por redes de comunicación, desplazamientos y transporte (de grupos,
personas y bienes) con distintas características, es decir no simplemente
cantidades en, por ejemplo, miles de vehículos o decenas de miles de personas.
La valoración simplista cuantitativa deja de lado la enorme diversidad, y si se
centra en lo humano (producción, habitación, recreación, etc.) deja de lado el
resto de la naturaleza que también se desplaza en sus propias y particulares
relaciones de cotidianeidad y supervivencia.
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A lo largo de la historia humana, y al menos –otra
vez- desde el neolítico estos temas se han tratado con variadas formas de Planificación
y Ordenamiento, tanto del territorio como de los grupos humanos, organizando
desde tipos de trabajo u ocupaciones en los grupos humanos, como tipos de uso
en los territorios en todas las escalas.
Ejemplos de eso, durante el último siglo se encuentran en documentos y
propuestas como: La Carta de Atenas, planteo del ‘zoning’ o las ‘new towns’
de la posguerra y las nociones de ‘ciudad
jardín’ que vinculadas con las corrientes de la arquitectura funcional e
internacional dominaron la forma de la ciudad durante todo el Siglo XX.
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Frente a ellos la versión crítica que se
encuentra en documento como la “carta de Machu Pichu” que enfatiza la dinámica
y la interacción en el territorio, la temática ambiental y de riesgos, en vez
de quedarse en una zonificación estática y que separa usos en áreas distintas,
sigue siendo todavía una versión crítica, sin llegar a concretarse en realidades
como propuestas dirigidas, aunque es obvia, en las acciones cotidianas con el
paso del tiempo aún en aquellas ciudades más planificadas. En Costa Rica, documentos como el manual del
Invu como guía viable de ordenamiento que incluye lo ambiental supera
instrumentos también vigentes y cargados de ignorancia, como la que impone un ‘Índice
de fragilidad ambiental’, que como ideal de zonificación estática hace caso
omiso de todo lo social/histórico (o sea de los seres humanos y las
comunidades).
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Bosque Urbano como noción pretende articular
precisamente lo ambiental y lo social en la escala de la ciudad, pero solo
tiene sentido si se parte de la escala de la comunidad, como esencia de la
calidad de vida humana, recuperación de la noción de ‘Green Cities’ en las
comunidades, barrios y poblados rurales:
la escala pequeña y la escala local del territorio. La arquitectura entonces se
articula con el diseño de un espacio habitable, urbano o rural, que también
articule las escalas que van de la comunidad a la región, atendiendo en cada
caso las demandas y requerimientos tanto productivos como de intercambio, no
solo los puramente habitacionales o recreativos.
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Pero el criterio esencial de la planificación
regional o de un plan nacional de ordenamiento territorial no es un esquema
abstracto o un instrumento ideológico, sino el construir comunidades con alta
calidad de vida, más allá de las diferencias y la diversidad. Lo mismo que para diseñar comunidades y las viviendas u otras construcciones que las componen.