Ni los desastres, ni los riesgos, ni la vulnerabilidad, ni
las amenazas son naturales, como no lo son la pobreza o la debilidad del
municipio, la incapacidad técnica de las instituciones vinculadas a los
desastres o las deficiencias en la construcción de puentes, represas, plantas
nucleares o plataformas petroleras: todos son obras humanas y solo existen en
función de la organización social específica en que se estudien. Los fenómenos
naturales como los ciclos de lluvias, la variabilidad climática y los cambios
en las líneas costeras, así como los movimientos de placas y en general la
realidad viva del universo no son humanos, pero solo pueden comprenderse con
categorías construidas por la ciencia social –como amenaza o vulnerabilidad,
riesgo o desastre- en tanto se definan en función de las condiciones propias de
existencia de los grupos humanos, su localización, capacidad tecnológica y
relativa capacidad de supervivencia o protección.
Cuarenta años atrás los temas relativos a los desastres eran
relativamente exclusivo de los profesionales vinculados con ciencias llamadas
‘naturales’ y desde esa época esos profesionales venían hablando de los
huracanes o las erupciones volcánicas o las avalanchas como ‘desastres’. Siglos
atrás, quizás desde el neolítico, los grupos humanos intentaron darle alguna
explicación a los fenómenos naturales y
los idealizaron convirtiéndoles en dioses: por ello para evitar
erupciones que destruyeran sus cultivos sacrificaban a sus niños o lanzaban a
los cráteres a las niñas, para aplacar la furia del dios-volcán. Igual hacían
sacrificios a sus dioses para buscar mejores cosechas. Ese pensamiento mítico
todavía es común entre periodistas que nos relatan como el volcán tal o el
huracán cual ‘desató inmisericorde su furia y destruyó sin compasión alguna’ la
comunidad X, aquí en Costa Rica podremos recordar al presidente de la CNE
rogando a su dios por protección frente a un inexistente tsunami que solo por
su propia ignorancia asumió que nos ‘golpearía’.
La comprensión humana de los fenómenos naturales y sus
acciones al respecto tienen una larga historia de mito, siendo las pseudo
explicaciones usualmente teológicas, voluntarias, fantásticas, teleológicas o
simplemente humanizando los procesos de la naturaleza o concediéndoles una
serie de características o actitudes propiamente humanas o sociales: furia,
amenaza, etc., cuando no dándoles un carácter divino pero con un concepto de
dios que castiga, azota, destruye, envía plagas, etc.
Los fenómenos naturales y en general la vida natural no
responden, obviamente, a la dinámica humana o social, pero toda interpretación
de su actividad es exclusivamente humana, social, incluyendo los estudios
científicos que los conceptualizan como tales: huracanes, volcanes o sismos
definidos como de tipos tal o cual son –y es bastante obvio, es extraño tener
que explicarlo- conceptualizaciones abstractas propias de la mente humana, se
trata de indicadores y categorías construidas por grupos sociales
históricamente, cultural y hasta étnicamente determinados –y condicionados-. Un
volcán es un dios o un diablo o una amenaza en determinadas interpretaciones de
determinados grupos humanos en determinadas épocas.
En la ciencia social, que empieza a atender estos temas a
partir de la segunda mitad del siglo XX y se impulsa en nuestro idioma y
nuestro continente a partir de la década de los 80s, se ha ido construyendo una
serie de categorías que buscan corregir y precisar las interpretaciones hechas
por profesionales que nunca estudiaron ciencias sociales, quienes fueron los
que inicialmente desarrollaron categorías e interpretaciones desde su propia
perspectiva como profesionales en temas como geología, ingeniería, medicina,
meteorología y otros muy directamente ligados a la atención de emergencias o la
explicación científica del fenómeno o evento geofísico o hidro/meteorológico. Así, en las esos años, los científicos
sociales se encontraron que gran parte de los modelos interpretativos (igual
que en otros campos de las ciencias sociales) eran aplicaciones mecánicas y
simplistas del modelo médico, o de lo que en ingeniería se llamó ‘resistencia de
materiales’.
Tales interpretaciones o modelos interpretativos, muy
estáticos al inicio y más dinámicos luego, se confundieron con intentos de
aplicación de otras maneras de interpretar o intervenir sobre procesos
sociales, como la administración de empresas (con modelos de gerencia o
instrumentos analíticos de organizaciones) y con instrumentos de simulación
(derivados tiempo atrás de los ‘juegos de guerra’) o su forma más utilizada: la
construcción de ‘escenarios de riesgo’ que se desarrolló en finanzas y estudios
militares o ambos a la vez. De hecho fueron bancos multinacionales los que
financiaron el desarrollo de investigaciones para utilizar la simulación y
construcción de ‘escenarios’ referentes a procesos dinámicos sociales, políticos, militares o
de construcción de mega-estructuras (para por ejemplo, simular las cargas a que
colapsarían o su resistencia a diversidad de vientos más allá de ciertas
alturas o el tipo de cimentación requerida en puentes y rascacielos, etc.).
Así la irrupción de científicos sociales latinoamericanos,
con una carga teórico/metodológica crítica de la ciencia social funcionalista o
mecanicista, de los instrumentos que no superaban la condición de ‘categorías
empíricas’ descriptivas –pero que nunca llegaban a ‘analíticas’, y de la
aplicación fácil de analogías entre el comportamiento de lo social y el
comportamiento biológico, de materiales o del clima, implicó un proceso lento
de debate (en múltiples foros internacionales, o en las aulas) para superar ya
no solo las interpretaciones primitivas o neolíticas que confundían al volcán
con el dios, sino también a las interpretaciones mecanicistas y analógicas que
pretendían ser ciencia y desarrolladas por biólogos o geólogos o médicos que
como científicos y sin haber leído media página de sociología o antropología,
se sentían autorizados para teorizar sobre procesos sociales complejos.
Se volvió a plantear en muchos foros la discusión
decimonónica sobre la calidad de
ciencias sociales o ciencias naturales en términos de ‘ciencias exactas’ o
hablar paja, con los médicos aplicando sus modelos de prevención y atención o
diagnóstico a las complejísimas situaciones sociales que emergen en las
condiciones de emergencias, especialmente en ocasiones dónde los afectos son
comunidades enteras o miles de gentes de diversidad de grupos o pueblos. Y claro, se volvió a repetir lo ya ampliamente discutido en antropología,
sociología y economía desde principios del siglo XX y esencial en la perspectiva de los
científicos sociales latinoamericanas de las últimas tres décadas de ese siglo,
en particular con el surgimiento de diversidad de escuelas de pensamiento desde
la segunda pos-guerra.
En Latinoamérica un amplio proceso se ha desarrollado desde
las primeras publicaciones (algunas traducciones de autores como Ben Wisner y
colegas[i])
sobre el tema de la prevención de desastres o la idea de ‘riesgo’ vinculada a
ocurrencia de los desastres, y una amplia bibliografía desde la perspectiva
producida por grupos multidisciplinarios, incluyendo los científicos
sociales. No obstante, todavía siguen
surgiendo en las últimas décadas nuevas aplicaciones mecanicistas (y malas
traducciones del inglés) de procesos propios de las estructuras materiales y la
resistencia de materiales, como el uso generalizado de la categoría de ‘resilience’[ii].
Afortunadamente, la bibliografía y las interpretaciones
sobre esas complejas situaciones que surgen en casos de emergencias o más aún,
las que solamente son potenciales como los procesos de construcción social del
riesgo, han ido permeando en el mundo más amplio de la población vinculada no solo a la academia, sino también entre
funcionarios, ya no solo de las ‘defensas civiles’ o CNEs equivalentes, sino
también entre planificadores y capacitadores de ONGs especializadas en
intervención o en documentos oficiales como los recientemente producidos por
CEPREDENAC y las organizaciones de Naciones Unidas, un ejemplo es la reciente
declaración de presidentes centroamericanos en su cumbre de Panamá y el
documento presentado en ella sobre una ‘política centroamericana’, que se
desarrolló como documento técnico en los preparativos y la reunión realizada en
Guatemala en 2009 en ocasión de ‘Mitch+10’.
Así, ya el tema de desastre o de riesgo de desastres y la
interpretación sobre amenazas , vulnerabilidad y riesgo no son considerados más
asuntos relativos, simplemente, a la irrupción de los fenómenos naturales, sino
al vínculo de estos con las actividades humanas, los grupos y las personas. Un
volcán no es por sí mismo una amenaza, ni tampoco las erupciones o los sismos
que genere su normal actividad cotidiana, como no lo es un tsunami o los
huracanes de todos los años. Igual no es una amenaza una fábrica de químicos o
una planta nuclear o un camión cisterna cargado de combustibles. Ninguno son en
sí mismos una amenaza, ni las actividades de la tierra ni las instalaciones
construidas y las actividades ahí
desarrolladas. En todos los casos es la
relación con las actividades humanas y la posibilidad de que se den daños o
pérdidas para los grupos humanos lo que implica la construcción de las
categorías de amenaza o desastre.
La amenaza es una categoría abstracta que deriva de una
acción humana, idiomáticamente el verbo ‘amenazar’ significa: “dar a entender con actos o palabras que se quiere hacer algún mal a
alguien” –DRAE- y amenaza es ejecutar ese acto: anuncio de la provocación de un
mal grave. Así que lo que se pueden dar
son amenazas vinculadas con actividades estrictamente humanas o vinculadas con
procesos que no son estrictamente humanos, es decir, que se vinculan con
fenómenos, procesos o actividades de la naturaleza sin intervención
humana.
Así, una erupción en un territorio
deshabitado y que no cause daños o pérdidas no es una amenaza, y mucho menos el
volcán de que surge, la amenaza se empieza a conceptualizar, o sea, la categoría tiene sentido en la
medida que se trazan zonas y se definen áreas dónde se podrían dar tan o cual
tipo de daños: dentro de la zona en que podrían darse flujos piro/clásticos la
presencia humana o las actividades e instalaciones de los humanos pueden estar
amenazadas en caso de erupción: si no hay seres humanos ni instalaciones
humanas pues el flujo será una más de innumerables actividades que permitieron
desde miles de años atrás, o millones, la constitución del volcán mismo. Y lo
mismo con los otros eventos, fenómenos o procesos naturales. De hecho es
hermoso ver un huracán desde una foto satelital mientras se desplaza por el
Océano Atlántico, igual que ver un arcoíris o una tormenta eléctrica decenas de
kilómetros mar adentro desde la playa, y
ninguno de ellos es amenaza alguna mientras no hayan grupos o instalaciones
humanas presenten o si están, pues que no estén diseñadas con capacidad para
resistir y no sufrir daño con esas actividades.
Si un ser humano se consume en el mar por
más de algunos minutos muere. La asfixia por inmersión ocupa un lugar muy alto
en la estadística de los accidentes graves, pero el mar en sí mismo o la
piscina o un cubo de agua o la pila de lavar no son amenazas. Basta con no
meter la cabeza por mucho tiempo o hacerlo con el equipo necesario y la persona
no se ahoga.
Es la acción humana la que hace que
procesos naturales puedan conceptualizarse como amenaza, y también es la acción
humana la que, al provocar daños o pérdidas, provoca lo que se conceptualiza
como desastre; así, la posibilidad de que esto último suceda se conceptualiza
como riesgo de desastre. ¿Y la vulnerabilidad?, bueno se dice de aquella
condición en que grupos humanos o sus bienes no tienen capacidad de evitar o
prevenir la ocurrencia de tales daños; de hecho la definición básica de ser
vulnerable es: “que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente” y
en la literatura relativa a desastres se ha considerado en términos de la
imposibilidad o escasa capacidad de evitar los daños o las pérdidas. Una pistola NO es amenaza sino está
en la mano de un ser humano que la dispare.
En todos los casos se está frente a las
acciones humanas y conceptualizaciones, definiciones o determinaciones sociales
que se dan por sí mismas o en relación con procesos de la naturaleza, que a su
vez suceden por sí mismos sin intervención humana y en ese caso no son ni
amenaza, ni desastre ni riesgo. Esto
quizás porque, como humanos nos seguimos y las sociedades siguen considerando
la vida humana como el elemento central de toda la existencia de la naturaleza,
y tanto los estatutos religiosos como las constituciones políticas la definen
como ‘inviolable’, ya sea por reconocernos a nosotros mismos como seres
supremos de la naturaleza o por considerarnos, en términos religiosos, creados
a imagen y semejanza de dios.
[i] Wisner tiene una amplísima
trayectoria en el tema, desde los años 70s , incluyendo su tesis de Ph.D.
relativa a la manera en que las familias enfrentan sequias y sus décadas de
trabajo en África y otros continentes y es un fundador de RADIX - Radical Interpretations of
Disasters and Radical Solutions- (http://www.radixonline.org/index.htm) y también de la Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina
–La RED- (http://www.desenredando.org/).
[ii] Resilience
is the property of a material to absorb energy when it is deformed elastically and then,
upon unloading to have this energy recovered. In other words, it is the maximum
energy per unit volume that can be elastically stored. It is represented by the
area under the curve in the elastic region in the Stress-Strain diagram. (Wikipedia). Lastimosamente, en vez
de utilizar la palabra usual en español: ‘elasticidad’, se ha inventado
una nueva palabra: ‘resiliencia’, que como es obvio es nada más ponerle la a
final a la palabra inglesa (pero que ya ha sido aceptada por la RAE, como “capacidad
de adaptación a un agente o estado perturbador” ). No obstante, cualquier
palabra que se utilice es muy obvio que JAMÁS una comunidad, un país o una
ciudad se comportarán como una varilla de hierro o un ladrillo o una caña de
bambú. NO es lo mismo, los grupos humanos no retornan JAMÁS a su situación
previa, no se enderezan como una palmera, requieren de un proceso de
reconstrucción que parte de las nuevas condiciones pos impacto e incluso de las
nuevas condiciones de riesgo de desastre que se constituyen con cada impacto.