Es ya bastante
común leer o escuchar, en muy diversos medios, que lo que se requiere no son
diagnósticos (ni estudios, ni consultorías) sino más bien, propuestas; que no
hay que estar diciendo qué está mal, o qué es inadecuado; que no hay que estar
identificando los problemas porque eso es ser ‘parte del problema’, sino
que lo que hay que plantear es soluciones, opciones, formas alternativas de
lograr objetivos que beneficien a todos y ponerse a caminar para ser parte de
la solución y no del problema.
Eso se lee
muchas veces en los mensajes u opiniones y comentarios de las ‘redes sociales’
o de los diarios electrónicos, pero también entre los diputados y los anuncios
electorales. Es una común respuesta desde los defensores de oficio de los
gobiernos frente a cualquier señalamiento crítico en cualquier campo, ya sea en
relación con obras públicas, proyectos fallidos o en relación la propia
información oficial.
Se ha dicho
incluso que ya están hechos los diagnósticos, que son muy buenos y que no se requiere hacer más, sino más bien que lo
adecuado es aplicar sus recomendaciones, las que sin embargo, no se ejecutan y
nadie diagnóstica por qué eso sucede, pues se limitan a la trillada frase: ‘falta
voluntad política’. Pero más allá de si la política es un asunto de simple
voluntad, que por supuesto no lo es de ninguna manera, es asombroso el
simplismo de las frases altisonantes y a la vez bidimensionales, de escoger
blanco o negro, de “respóndame sí o no”, las que también se prefieren entre
muchos entrevistadores/periodistas que pretenden con ello ser muy ‘avispaos’ y
puntillosos.
Y la gente
aplaude muchas veces aunque no tenga idea de qué significa lo que le están
diciendo.
Es absolutamente
falso que ya estén hechos todos los diagnósticos que se requieren, de hecho lo
real es, muy al contrario, que hay muy pocos diagnósticos profundos, serios y
metodológicamente adecuados. Es común,
más bien, encontrarse documentos llenos de citas o copias de otros
diagnósticos y hasta copias de documentos hechos para otros países. Pero
además, hay muchos análisis hechos con instrumentos que requieren datos de una escala
que no existe en el país, o que exigen una precisión, o una complejidad que no
se encuentra en toda la región, no es un problema nacional. Es en realidad un problema más general, el de
inadecuación entre disponibilidad de materia prima informativa y las exigencias
de los instrumentos, lo que genera sesgos de todo tipo, ambigüedad y faltantes
de información esencial que no está disponible, es obsoleta o ni siquiera
corresponde con su membrete pues se construyen indicadores con temas de moda y
datos que no expresan lo que se esperaría, como aquellos que indican ‘riesgo’ y
cruzan pendientes con tipo de tierra o algo parecido, sin más; y luego claro,
se hace un mapa de ‘riesgo con zonas verdes, amarillas o rojas y nadie sabe qué
el membrete ‘riesgo’ no está ahí representado del todo.
En general el
manejo de los datos de base y el origen de la información inicial es poco
eficiente y poco seguro, y muchas veces se utiliza información sin identificar
quién y en qué circunstancias la construyó. Es común no tener información sobre
cómo se construyen los instrumentos que recogen la información –boletas,
formularios, etc.-, y cómo se hacen las muestras, o cómo se seleccionan y las
fuentes de información, así como de qué forma y con qué procedimientos y qué
técnicas se ordenan, sistematizan y construyen los datos acumulados, los
indicadores, las variables analíticas, etc.
Y claro, en muchas ocasiones, cuando se pregunta sobre ello, los
hallazgos son ciertamente lamentables, pues hay muy poca rigurosidad en el
proceso de producción de la información de base, sobre la cuál se construye
todo un edificio interpretativo y se diseñan portadas de diarios, claro.
Son
especialmente lamentables algunos resultados de consultorías, por ejemplo en
temas de ordenamiento territorial y ambiental, dónde se repiten datos de censos
antiguos y se hace caso omiso de la dinámica demográfica de las últimas décadas,
pero se pretende que con ellos se pueda proyectar lo que debería hacerse en los
próximos 25 años. Pero también lo son las interpretaciones de datos sueltos
inarticulados o de porcentajes obtenidos de muestras inadecuadas o pequeñísimas
y estadísticamente no utilizables, etc.
Un análisis
detallado de todos los problemas técnicos, metodológicos y de procedimiento en la base de muchos de
los diagnósticos ocuparía muchísimo espacio y los académicos lidian todo el
tiempo con este tipo de problema en la revisión de trabajos de graduación y
tesis, así como en el análisis de textos que se discuten en las distintas
unidades.
Pero el punto
central es que NO ES CIERTO que ya se tengan suficientes y muy buenos
diagnósticos para la gran diversidad de temas y procesos que se consideran
críticos en el desarrollo del país.
No obstante, un
problema esencial, adicional, que no se tiene en cuenta es: el que decir que ya
hay que pasar ‘del diagnóstico a la propuesta’ hace caso omiso también del
hecho de que el principal punto de cualquier propuesta es precisamente una
apropiada, correcta y certera determinación del problema. Plantear bien un
problema NO es ser parte del problema, sino un elemento ESENCIAL de la
posibilidad de encontrar soluciones. Establecer con claridad y certeza el
problema es parte de la solución. Al contrario, plantear inadecuadamente un
problema, inexorablemente llevará a propuestas de solución erróneas o
inadecuadas, que quizás atienden aspectos que no son la esencia del problema
pues ese ha sido inadecuadamente diagnosticado.
Pero más allá de
estas dos iniciales observaciones, lo más importante es que en temas relativos
a lo social y lo político, y por tanto en temas relativos a propuestas
políticas no se puede partir con simplezas como que todos quieren el bien de
todos, o que todos tienen que unirse en una sola dirección y que todos tienen
los mismos objetivos, que deben ser superiores a los intereses individuales o
de sectores. Partir de supuestos ‘buenos
deseos’ o declaraciones de buena voluntad (más allá de si son o no creíbles) es
el peor diagnóstico posible, es necesario partir de las condiciones concretas
de existencia social/política.
Negar esas
diferencias reales y tratar de hacer caso omiso de ellas a lo largo de la
historia humana, es precisamente un mal diagnóstico. Pretender que no existen
esos diferentes intereses y percepciones o valores y principios, así como
creencias es un error inicial gravísimo, igual el intentar que todos podemos
ponernos de acuerdo en ir en una sola dirección haciendo caso omiso, otra vez,
de la enorme diversidad y percepciones reales que nos condicionan (para no
mencionar los ‘intereses’ reales que están ahí conformando las percepciones de
cada sector social, o territorial, o étnico/cultural. De hecho, la negación de partida de las
diferencias esenciales hace que un mal diagnóstico inicial lleve la incapacidad
de obtener propuestas. Unas que en vez de olvidar, expresen con claridad cuáles
son esas diferencias y encuentren los puntos en que se pueden coincidir (aunque
sea en forma precaria y cuáles podrían ser acuerdos de largo plazo) y aquellos
en que no se puede, pero que no impiden trabajar en buscarles solución en la
diversidad, tanto como en los que sí se coincidan.
Las soluciones
simplistas de las frases agradables pueden satisfacer a quienes quieren
escuchar salidas optimistas, pero no llevan a ninguna solución
comprehensiva. Es necesario iniciar por
cuestionar los diagnósticos y las metodologías seguidas para realizarlos, o
plantear nuevos diagnósticos con metodologías rigurosas que lleven a propuestas
de solución multidimensionales, no simplemente a aquellas cuantitativas o
estáticas; pero tampoco sobredimensionadas en aspectos de moda como lo
ambiental, o lo tecnológico, como suele suceder en los últimos años con
nociones como ‘cambio climático’ que ahora se utiliza hasta para ‘explicar’
cualquier alcantarilla que se desborde.
No se debe
partir de ignorar la propia historia y los avances disímiles de las distintas
disciplinas científicas, no se puede pretender que los geólogos resuelvan los
problemas de la medicina, ni que los médicos resuelvan los problemas de
ingeniería estructural, ni que los sociólogos determinen como mejorar los
tiempos de nuestros atletas. Pero tampoco pretender que los temas políticos son
exclusivos de los politólogos, o que la gente común no tenga nada que decir de
ninguna cosa por no ser expertos en nada.
La metodología para la elaboración de diagnósticos certeros no puede
tirar por la borda los alcances de la ciencia, en particular aquellos de la
ciencia social, pero tampoco el hecho de que los habitantes en general, de
todos los niveles, sectores y territorios tienen su propia percepción que se
debe escuchar.
No se puede
asumir que todos tenemos la mejor disposición a buscar ‘lo mejor para todos’ dejando
de lado aspectos esenciales del proceso de cómo se genera una percepción
individual y colectiva de la propia realidad y de la forma en que se produce
esa percepción, pero más aún de las condiciones concretas y la
organización política específica en las
que se construyen esas percepciones.
Dicho lo anterior, y
con ello en cuenta, pensaremos en propuestas sin asumir que ya están los diagnósticos ni que todos queremos lo mejor para la patria y con la certeza que un buen diagnóstico
(incluso uno de esas diferencias) es el primer paso de la propuesta.