1. El
riesgo es inherente al habitar
Desde
las primeras construcciones propiamente humanas, aquellas que implicaron algún
grado de estabilidad y sedentarismo, los grupos sociales debieron utilizar
materiales locales y depender de las posibilidades ofrecidas en su ambiente,
pero a la vez buscar aquellos sitios que ofrecían condiciones mínimas para
prolongar su estadía.
Desde
comunidades muy antiguas como Catal Juyuk (que se levantó alrededor del 7000
AC), a las grandes civilizaciones que
construyeron la ciudad más antigua de
América, Caral (3500 AC) y portentos de la planificación urbana como Tiahuanaco
(ciudad/puerto ), la cercanía a lugares
con altos niveles de fertilidad o materiales para desarrollar instrumentos
-como valles, lagos y faldas de volcanes-, estuvieron vinculados a los riesgos
elementales de tal localización, y fue mediante la cuidadosa planificación de
la construcción y los diseños precisos que lograron prolongar su existencia y
sobrevivir como edificaciones mucho más allá de la capacidad social y cultural
de sobrevivir como sociedades.
Las
deficiencias relativas a la subsistencia social, por carencias en el
abastecimiento, o la sequía, o la reducción paulatina de la riqueza de los
materiales, o la degradación de los suelos, dieron al traste con el aporte
portentoso de los arquitectos y constructores, cuyas obras todavía sobreviven
como monumentos a su grandeza y a la vez a la falta de destreza para la
subsistencia social.
No
todas fueron ciudades de civilizaciones aplastadas por otras, (como en el caso
de Cuzco o Tenochtitlán), sino que más bien fueron procesos propios de su
dinámica social y ambiental o productiva, la que llevó al abandono del sitio
urbano y la desintegración de la sociedad que las creó.
En
algunos casos, la arquitectura cumplió, pero no así los planificadores sociales
y de la producción, ni los políticos/sacerdotes. Pero no siempre fue así, no
solo por el relativo aislamiento del diseñador del espacio habitacional y su
falta de comprensión del complejo contexto social, económico y político; sino
también porque en muchos casos fueron sus diseños o la construcción defectuosa
de estos los que fallaron y siguen fallando, creando así diversidad de riesgos
para los ocupantes de tales espacios habitables o urbanos.
Pero
aún antes, los grupos nómadas, con sencillos cobertizos transportables o
basados en lo disponible en los alrededores, debieron localizarse en sitios en
que pudieran obtener sus alimentos y cubrir sus mínimas necesidades. La selva,
las cuencas de ríos, las costas, las faldas de volcanes, etc., implicaron cada
una sus específicos tipos de riesgos, es decir posibilidad de pérdidas y daños
para la comunidad correspondiente.
Es
claro que la cercanía a volcanes ha sido una localización privilegiada por la
fertilidad y la disposición de materiales rocosos y minerales de gran utilidad
en la vida cotidiana; pero también las costas (de lagos y mares), o las cuencas
de ríos, de donde no solo se extraía alimentos sino que a la vez constituyeron
los principales medios de transporte (lo que permitió el intercambio, la
variabilidad y el aprendizaje de avances alcanzados en otros territorios) y por
supuesto trajeron el peligro de la destrucción total o parcial en momentos de
erupción, huracanes, marejadas, crecientes o inundaciones.
El
proceso de ocupación humano de la tierra ha implicado desde la localización en
zonas que propician y facilitan la obtención de los recursos básicos para la
subsistencia, a la extracción exhaustiva de recursos hasta su agotamiento o
destrucción, contaminación o perjuicio del entorno tanto por la propia
explotación extrema como por la disposición también depredadora de los
residuos, incluyendo los residuos del proceso de explotación y los remanentes
estériles luego de la extracción –como en la minería a cielo abierto-.
En
ambos casos se ha dado un proceso de construcción de riesgo, de posibilidad de
ocurrencia de daños y pérdidas, en función de la manera en que se realiza la
ocupación del territorio, tanto para efectos productivos como propiamente
residenciales o de servicios básicos, es decir los asentamientos, pero además
para efectos de la manera en que se construye sobre ese territorio, en otras
palabras la forma de diseñar y construir las estructuras, la ciudad,…la
arquitectura.
El
concepto de riesgo consiste en las posibilidades de ocurrencia de daños y
pérdidas, tanto humanas como materiales, en situaciones concretas de
concurrencia de características del territorio junto a su forma de ocupación o
transformación y construcción.
Partiendo
de esta concepción, el proceso de generación de riesgo está inmerso en todas
las formas de actividad humana en diversos grados, pero en particular en el
diseño y construcción de su hábitat. Así, el conocimiento y reducción hasta
límites aceptables del riesgo es lo que se considera una gestión apropiada.
Ello implica una rectificación de las prácticas destructivas, del diseño que lo
evade sin resolverlo y de la normativa que permita una determinación del
impacto ambiental (y su control) de la actividad humana, ya sea esta la
construcción de estructuras o ciudades, el desarrollo regional y lo productivo
en general.
A
lo largo de los siglos, la construcción de viviendas es uno de los ejes de la
economía y, a la vez, una de las más importantes demandas sociales y
financieras, tanto de los países, como de las comunidades y de las familias. No
obstante, todavía millones de familias construyen sus propias viviendas con
escaso o ningún apoyo financiero más allá de sus propios ahorros, y, por lo
tanto, difícilmente disponen de los conocimientos técnicos o el apoyo de
diseñadores y constructores profesiones, y menos aún, toman como un criterio de
importancia la gestión del riesgo frente a desastres.
Incluso
es común el hecho de que conozcan los riesgos y hayan sido víctimas de
situaciones de desastre pero asuman que no tienen otra salida que vivir en el
riesgo. Otras tantas familias resuelven su necesidad habitacional por vía de
programas gubernamentales o privados, formales, sin que se apliquen
adecuadamente las prevenciones elementales frente al impacto de los eventos
destructivos, de origen natural o humano, esto ya no en función de una decisión
propiamente familiar, sino por las carencias técnicas o institucionales que
tales programas presentan en muchos países; carencias que llevan incluso a
ignorar a propósito reglamentos o requisitos de localización, diseño y
construcción con la excusa de que se trata de situaciones de emergencia.
1.
De
Yucatán a Darién: el istmo, su geografía como condicionantes de la economía y lo urbano/regional.
Desde la época precolombina se ha documentado en Centroamérica
la ocurrencia sucesiva (y a veces simultánea) de eventos de origen
hidro-meteorológico o tectónico en muy diversas escalas y dimensiones. Pero también, son conocidos ampliamente desde
siglos atrás los múltiples y diversos impactos de ellos en las condiciones de
habitabilidad y producción, tanto en poblados dispersos como en las diversas
aglomeraciones, incluyendo las antiguas capitales coloniales, las zonas
bananeras en sus orígenes, los poblados costeros del Caribe y las costas del
Pacífico.
Tanto la literatura especializada, como la histórica, y la
ficción, describen con detalle la desaparición y traslado de las más
grandes ciudades y capitales coloniales centroamericanas, así como los cambios
radicales en zonas de producción y las gigantescas pérdidas por destrucciones apocalípticas en relación con
terremotos o inundaciones: Antigua Guatemala (1527, 1717 y 1773) y Managua en
Nicaragua (1931 y 1972), pero antes León Viejo (1609) su capital colonial; San
Salvador, El Salvador, (1576, 1659, 1854
y 1986), Tegucigalpa, Honduras, en 1998 y en Costa Rica, la vieja capital
colonial, la ciudad de Cartago en 1841 y 1910.
En todo el istmo centroamericano la población entera ha vivido a
lo largo de los siglos en condiciones de riesgo múltiple derivado de su
condición de contacto entre dos grandes masas continentales al norte y al sur,
lo que a la vez lo privilegia en su geografía y su biodiversidad típica del
trópico húmedo, y simultáneamente lo impacta periódicamente por estar
localizado sobre enormes fallas de escalas macro regionales, innumerables
fallas locales y una densa y continua cadena de volcanes que la recorren a todo
lo largo y han generado inestables llanuras aluviales junto a grandes y
abruptas cuencas caudalosas.
A ello se suma la presencia del océano Pacífico y el Mar Caribe
y la rutinaria temporada de huracanes caribeños que coincide con la temporada
lluviosa del Pacífico. Ello llena lagos y alimenta las avenidas y crecidas que,
año tras año, bajan súbitamente de las altas pendientes e inundan casi
plenamente las planicies costeras en ambos litorales.
Es en esas condiciones en que se han ido consolidando las viejas
ciudades coloniales y en todo el istmo se constituyeron estructuras
urbano regionales con alta preminencia de la ciudad capital.
La rural y lo urbano se han intercalado por la articulación de
una macrocefalia de la capital y su red de pequeñas o medianas ciudades a lo
largo de las carreteras internacionales –en
particular a lo largo de la costa del pacífico- desde México a Colombia
–interrumpida únicamente por la zona de Darién-.
La región se ha constituido y reconstituido a los vaivenes del
devenir económico y político no sin pocas invasiones e intervenciones militares
a lo largo de los siglos XIX y XX, de manera que un capitalismo dependiente o
periférico, basado en la oferta de materias primas y agro exportación fue dando
paso a la inversión en el sector financiero, terciario y de servicios a las
empresas multinacionales que se asentaron desde los años 60s con el impulso del
MERCOMUN.
En ese proceso la destrucción de bosques primarios y la acción
agrícola e industrial, altamente depredadora, fue primero en función de
la explotación bananera o ganadera, y luego en función de la minería o
explotación ilimitada de la madera; pero continuó con la apropiación de playas
y paisajes o con la segregación de masas campesinas y la destrucción violenta
de la cultura indígena precolombina y los pueblos indígenas considerados
inútiles a las necesidades medias de explotación capitalista en el modelo
impulsado por las multinacionales a lo largo del siglo XX.
En los años recientes se han ido consolidando procesos
acelerados y profundos de transformación de la estructura productiva,
que cambian radicalmente el uso tradicional del suelo en amplias áreas y se
están iniciando otros nuevos procesos, como los variados megaproyectos
turísticos y marinas, el canal seco, la recuperación de cuencas, la minería a
cielo abierto, las grandes represas, la exploración petrolera, los nuevos
grandes puertos o la ampliación del Canal de Panamá, los corredores logísticos
y corredores biológicos –ambos centroamericanos-, con sus nodos estratégicos
en diversos puntos del territorio nacional, en particular las ciudades
portuarias y las capitales nacionales.
Los nuevos tratados regionales y extra-regionales, que
buscan la consolidación del modelo de apertura y la apropiación cada vez más
intensa del territorio por las grandes empresas multinacionales, expresan
también una etapa de impulso de una organización productiva donde, cada vez más
la población de la región no es útil como fuerza de trabajo y se expulsa o se
ve obligada a migrar, para alcanzar niveles mínimos de supervivencia,
convirtiendo a algunas seudo economías en simples receptores de remesas.
Finalmente, por el lado del desarrollo institucional es obvia la
crisis y la escasa capacidad de gobernar por parte de los entes centralizados,
pero a la vez se han estado impulsando procesos para derogar la regulación
excesiva, innecesaria y paralizante, pero NO se ha desarrollado
paralelamente la capacidad local e institucional para orientar las
inversiones públicas y privadas de manera que eviten la creación de riesgos
nuevos, prolonguen los existentes o generen procesos depredadores de la
riqueza y la biodiversidad en todas las escalas del territorio, desde lo local
hasta lo regional.
2. Lo construido que contradice
la geografía
El
choque entre lo construido y las condicionantes del medio es una característica
común a las ciudades centroamericanas, al margen de cuáles hayan sido sus
orígenes; así, tanto las antiguas ciudades coloniales, como los nuevos
megaproyectos portuarios, tienen en común un diseño urbano que deja de lado
elementos esenciales condicionados por la geografía.
Tanto
las que están sobre zonas montañosas como las que su ubican en o cerca de las
costas tienden a desarrollar patrones de organización espacial que priorizan
principios económicos o patrones tradicionales que no toman en cuenta rasgos
elementales en términos a la adaptación al medio.
Desde
la red vial a las construcciones en altura, se enfrentan en vez de adaptarse
a procesos locales, como las condiciones de los suelos o la localización en
sitios de alto potencial de riesgo; pero a la vez, contribuyen con ese riesgo
agregando estructuras y poblaciones, con sus desechos, que elevan en vez de
mitigar el riesgo como resultado de la ausencia de decisiones que pongan
como prioridad la permanencia segura de sus habitantes.
La estructura productiva (industrial, comercial, de transporte,
habitacional) destruye y no reconstruye un hábitat humano adaptado a las
nuevas circunstancias y a la vez, olvida las lecciones del pasado: por ejemplo,
todo el aprendizaje de convivencia con el sismo de la vivienda indígena que fue
abandonado por la implantación de la ciudad y vivienda española –pesada y sin
resistencia incluso frente a terremotos menores-, lo que continúa hasta
nuestros días, aun cuando ya se dispone
de conocimientos técnicos suficientes para construir con seguridad.
La magnífica adaptación de la vivienda caribeña y tropical
victoriana, que utilizaba la construcción con pilotes (frente a la inundación),
al igual que la vivienda indígena precolombina de las costas, se ha ido
abandonando y remplazando con pesadas construcciones a ras del suelo, y claro,
por debajo del nivel normal de las llenas anuales en las ciudades de ambas
zonas costeras: pacífica y caribe.
Aunque las ciudades centroamericanas, incluidas sus capitales, son
relativamente pequeñas, con unos pocos millones de habitantes las más grandes,
su construcción y crecimiento ha carecido de los mínimos equilibrios y
desde sus trazos originales, de unos pocos cuadrantes, se extendieron sobre sus
territorios agrícolas aledaños siguiendo los caminos entre fincas, y sin
organizar en cada caso el diseño (habitacional o industrial e institucional)
con respecto a las características físicas del territorio (geográficas,
geológicas, hídricas, meteorológicas, tectónicas, etc.).
Así, se fueron llenando las vías hacia el mar o hacia los países vecinos, dado su carácter de
corredores estratégicos, logísticos o comerciales, y dada la base económica
original: la agro-exportación, ya que la preminencia de la economía
extractiva no solo se da en la producción agrícola o minera, sino también en la
organización de las ciudades.
En tales condiciones la idea de ‘sostenibilidad’ está muy lejos
de ser considerada y más bien, se dan procesos evidentemente depredadores del
medio que ponen en riesgo millones de pobladores y obligan a derrochar otros
tantos millones en reconstrucción todos los años.
II.
DIVERSOS
TIPOS DE CIUDADES:
3.
La
costa del pacífico vs el caribe
A- El
Caribe
Como se da en Belice, que
tiene su capital a 80 km tierra adentro, Belmopán, luego de que su antigua capital y principal
aglomeración, Ciudad Belice, fuera casi destruida por un huracán en 1961, los demás países centroamericanos, excepto El
Salvador, tienen importantes ciudades caribeñas.
Las principales ciudades
del Caribe centroamericano son Puerto Barrios en Guatemala, Puerto Cortés y La Ceiba en Honduras; Puerto
Cabezas y Bluefields en Nicaragua.
Todas ellas han sufrido
el impacto de variados huracanes a lo largo de toda su existencia y de hecho
han sido destruidas casi hasta sus bases en varias ocasiones por huracanes como
Fifí, Mitch, Katrina, Épsilon y tantos otros desde tiempos inmemoriales.
Bluefields (en Nicaragua) fue casi totalmente arrasada por el Huracán Juana en
1988, lo que afectó ampliamente a todo el país: “Bluefields es solo un punto
de referencia, ya no existe”, dijo un primer informe del responsable en la
región por parte del gobierno central.
Limón en Costa Rica y
Colón, o Porto Bello, en Panamá han estado a salvo de los vientos destructivos
y sin impactos directos gracias a su localización hacia el sureste, pero no se
libran de las intensas lluvias que bajan abruptamente de las cercanas cadenas
montañosas, y constituyen barreras respecto de sus ciudades capitales en los
valles inter-montanos (CR) y la costa del pacífico (Panamá).
El tamaño relativamente
pequeño de la costa caribe de la región, respecto de la magnitud de los fenómenos
hidro-meteorológicos caribeños y del Océano Atlántico, lleva a que durante seis
meses al año todo el litoral sea vea amenazado por tormentas tropicales y
huracanes, lo que tiene un enorme impacto en su actividad económica y social.
De hecho muchos huracanes tienen tal dimensión que terminan cubriendo e
impactando varios países y ciudades a lo largo de toda la costa, de Panamá a
Belice.
Si bien, no es normal
y más bien muy poco común la identificación de tsunamis en el caribe, la
amenaza sísmica SI es algo permanente y que está presente en la
historia urbana del caribe centroamericano, pero que ha afectado poco
precisamente por la escasa población y la muy puntual concentración de ésta
en las ciudades mencionadas, incluso con terremotos tan importantes como el de
Limón, Costa Rica, de 1991 que llegó a 7.7 en la escala Richter, pero provocó
muy pocos daños humanos.
En general las ciudades
caribeñas fueron esencialmente puntos de salida y llegada desde tierra adentro
y no asentamientos importantes para gobierno y la administración. Desde el
puerto de Colón, en el extremo caribeño del Canal de Panamá, a Puerto Barrios
en Guatemala, las ciudades/puerto fueron menos que secundarias, a pesar
de su importancia como puerto y punto de contacto con Europa y el este de EEUU
durante el auge cafetalero y bananero.
El caso de Nicaragua fue
el extremo, pues sus ciudades del caribe estuvieron casi totalmente aisladas
hasta finales del Siglo XX y todavía no tienen especial significación en la
economía nacional, menos aún en la configuración de la institucionalidad; todo
ello a pesar de la enorme contribución de la cultura caribeña a la diversidad
cultural del istmo en su conjunto.
De hecho, en Nicaragua, durante el auge de la explotación del oro en
California, se generó un proceso de paso utilizando el Río San Juan, pero esto
solo contribuyó al crecimiento de la importancia de la ciudad de Granada, al
extremo este del gran lago, muy cerca de la costa del pacífico y principal
ciudad del pacífico sur nicaragüense desde la colonia.
B-
El Pacífico
La costa pacífica, fue, por el contrario, la más poblada, explorada y construida desde la colonia, iniciando por supuesto con Panamá Viejo, desde dónde se lanzaron las aventuras de reconocimiento de toda la costa sur de Centroamérica en busca del llamado ‘estrecho dudoso’, encontrando, como se sabe, el Cocibolga, el gran Lago de Nicaragua, y llegando luego el caribe en lo que hoy es zona limítrofe entre Nicaragua y Honduras: el cabo de Gracias a Dios, sin que lograran realizar aquella fantasía de un paso entre los océanos.
El istmo se localiza en
medio de dos grandes placas tectónicas, con una cadena montañosa central que se
levanta sobre la zona de subducción de la Placa Cocos bajo la Placa Caribe, localizada
precisamente frente a la costa del Pacífico de Centro América. Así el istmo,
está por supuesto sometido a la constante ocurrencia de sismos; más aún cuando
la cordillera centroamericana está compuesta por una serie de volcanes activos
en cadena, muy cerca de la costa pacífica, que cada tanto se encargan de
generar enjambres sísmicos y otros impactos destructivos, como flujos piro
clásticos y nubes de ceniza que pueden cubrir ya no solo varias ciudades, sino
también varios países.
Las ciudades costeras del
pacífico están localizadas exactamente frente a la zona de subducción en la plataforma continental, de
Guatemala a Costa Rica, dónde la zona se levanta por la llamada Cresta del
Coco, pero al sureste de la cual se extiende la Placa de Nazas y La Zona de
Fractura de Panamá (ZFP), que es un sistema de fallas con dirección norte-sur,
de gran actividad sísmica, que atraviesa el istmo, y son estas fallas
precisamente las que produjeron terremotos como el de Puerto Armuelles (Panamá)
en el 2003.
Si bien, la zona costera
propiamente tal no tiene otra ciudad capital más que la de Panamá, en el resto
del istmo se encuentran importantes puertos comerciales, como Puntarenas en
Costa Rica, Corinto en Nicaragua (muy cerca de la antigua capital León), y en
el Golfo de Fonseca el principal puerto hondureño: San Lorenzo junto con
el salvadoreño de Cutuco, localizado al lado de la ciudad de La Unión, que es
la más grande ciudad de la costa salvadoreña, aunque todavía el principal
puerto salvadoreño sigue siendo Acajutla, que sufrió ya un sismo de magnitud 6,
en el 2009, causándole importantes daños.
Puerto
Quetzal es el más importante del pacífico guatemalteco, está conectado con la
ciudad de Guatemala por una moderna autopista, pero sigue siendo una ciudad/puerto
relativamente pequeña. Es decir, el puerto es importante pero no tanto la
ciudad. Como en los del caribe, este puerto es solo parte del corredor hacia
las zonas altas tierra adentro.
Si bien las ciudades
capitales centroamericanas, con sus principales manchas urbanas, no son
portuarias, excepto en Panamá, sino que se encuentran tierra adentro, es
también cierto que estas ciudades capitales estarían aisladas del mundo sino
fuera por esos corredores comerciales y logísticos basados o a lo largo de las
carreteras que los comunican con sus puertos caribeños y del pacífico, donde se
ubican variedad de ciudades intermedias, que aunque de poca población, si
tienen altísima importancia logística e institucional, pues en ellas se
concentran los muelles y las refinadoras petroleras, así como los principales
puntos aduanales de exportación de fruta y, en las últimas décadas, las
principales áreas de expansión turística que dependen de estas ciudades
costeras para su abastecimiento. También
ahí se ubican varios de los principales aeropuertos.
Son estas ciudades
costeras y ciudades puertos del pacífico las que están no solo frente a la
amplia zona de subducción (de la placa Coco bajo la Placa Caribe), sino
expuestas a la llegada de tsunamis, no solo por la alta sismicidad en la
zona de subducción y sus múltiples fallas locales, sino por la altísima
sismicidad océano adentro en el pacífico, desde, por ejemplo, las
cadenas volcánicas de las islas hawaianas o japonesas.
Sin embargo, los diseños
de estas ciudades, incluso de las instalaciones más recientes, distan mucho
de tomar previsiones básicas y algunos puertos todavía en construcción no
las toman de acuerdo con estándares básicos. Por otro lado, precisamente muchos
de estos mega-proyectos portuarios (tanto en el pacífico como el caribe) y las
ciudad/puerto que surgen o dónde se ubican, no toman las medidas protectoras
mínimas adecuadas para proteger no solo condiciones de los humedales o lagos y
zonas de pantanos aledañas a la playa, sino tampoco la población local que se
dedica, por ejemplo, a la pesca y captura de crustáceos en los manglares y
bosques salados, como es el caso específico del nuevo puerto que se construye
en La Unión, El Salvador, donde el municipio tiene muchos nuevos costos y las
empresas del puerto no pagan prácticamente nada de impuestos o se han negado a
cumplir con su parte.
En general las ciudades
portuarias de la región, tanto en el Caribe como en el Pacífico, se localizan
en terrenos influidos por la dinámica costera (erosión, corrientes, marejadas,
etc.) y de desembocadura de grandes ríos, con partes muy planas y con extensos esteros
y humedales de riquísima biodiversidad.
En
estas ciudades hay muchas barriadas de comunidades de pescadores y productores
de otros artículos de origen marino o del manglar (conchas, etc.). Pero hay
también producción agrícola tradicional, incluyendo maíz y caña en zonas que no
son adecuadas. Las viejas tierras deforestadas de sus bosques salados fueron utilizadas
para plantaciones (como algodonales –El Salvador, Nicaragua- o bananales –Costa
Rica, Honduras o Guatemala-) y se contaminaron por años con insecticidas y
otros productos químicos.
Durante
las últimas décadas en muchas de estas ciudades costeras centroamericanas, sino
en todas, se impulsaron proyectos turísticos que están en marcha, pero no se
han desarrollado por completo en todo lado (en buena medida por la crisis
financiera y la ruptura de la burbuja inmobiliaria), aunque si hay presión por
las tierras que podrían utilizarse en tales proyectos, lo que ha impactado en
los precios del suelo y afectado seriamente a los residentes y pobladores locales
en trabajos tradicionales, como producto de lo cual se ha incrementado un
proceso de segregación social y territorial desde la costa.
4. Ciudades de altura en
valles inter-montanos:
En zonas poco inundables, a
diferencia de las llanuras aluviales, se ubican buena parte de las más
importantes ciudades centroamericanas, en valles inter-montanos y territorios
muy quebrados con múltiples columpios y de más fácil control de la dinámica de
los ríos, pero a la vez de gran calidad y fertilidad y con capacidad de
soportar temporadas secas sin altos peligros de incendio; tierras que son
apropiadas para la agricultura, con áreas más bien de uso forestal en peligro
por sobrexplotación y dificultades por erosión en laderas.
Hay tierras de partes
planas en la base de los numerosos valles, pero altas, con facilidad para
drenar, integradas a los procesos estandarizados de explotación agrícola de
escala micro empresarial y de mediana empresa, pero no tienen grandes
inversiones, excepto las tradicionales sembradíos de café, maíz o caña, así
como otros granos básicos y todavía están en bajos niveles de uso de
tecnología.
La infraestructura básica facilita
el alcance progresivo de metas de producción y mejoramiento de la condición de
zona de desarrollo agrícola en consolidación, pero ha sido destruida
parcialmente, en múltiples ocasiones, por crecientes que dañan puentes
seriamente y dejan barriadas de la periferia en aislamiento por horas o días.
Las ciudades capitales,
desde San José a Guatemala, se asentaron en zonas de alto riesgo pues son
atravesadas por ríos o barrancos, y sobre todo sobre áreas de altísimo riesgo
sísmico. No obstante se presentan diversas situaciones, según el tipo de
barriada para confrontar eventos peligrosos:
a. Las
familias menos vulnerables y con más capacidad de resistencia colectiva y
facilidad de acceso a los mecanismos institucionales, tienden a sufrir muchos
menos pérdidas, dado su alto nivel económico y su capacidad privada para
construir con las mejores técnicas y el más capacitado apoyo profesional.
b. Las
barriadas pobres normalmente están localizadas en los peores sitios, dónde las
tierras son más baratas, o se localizan en la ribera de alta pendiente de los
ríos urbanos, sin costo alguno; pero ahí se concentran también las peores condiciones
sanitarias, de acceso a servicios y de riesgo de desastres.
Estas ciudades de tierra
adentro tienen dos características básicas: la condición de capitales
nacionales y los procesos de conurbación de ellas sobre las ciudades aledañas.
También concentran los procesos de
industrialización de la segunda parte del SXX, con sus maquiladoras y ‘zonas
francas’, que trajeron no solo un nuevo tema de riesgo industrial, sino la
aglomeración de población en barriadas en sus inmediaciones.
5.
Capitales
centroamericanas: su reubicación y reconstrucción urbana.
Las
capitales centroamericanas, aparte de otras ciudades, han sido destruidas casi
totalmente y han sido re-localizadas varias veces en varios países, pero no
solo en tiempos coloniales. Los impactos
de terremotos es lo más importante que han sufrido las capitales de pie de
montaña y cerca de volcanes desde el siglo XIX.
Lamentablemente, las relocalizaciones no han sido suficientes
como para librarlas de nuevos desastres y el proceso de reconstrucción
no ha tenido en cuenta criterios elementales, incluyendo en algunos casos aspectos
básicos como construir con diseño antisísmico después de haber sido destruida
por un terremoto, así que décadas después es destruida de nuevo, como es el
caso de Managua en 1931 y 1972, o San Salvador, etc.
El
tema de las relocalizaciones sí es algo que se quedó en la colonia,
pero no solo por desastres relacionados con el sismo, sino también por
explosiones volcánicas severas. Pero, en la mayoría de las ciudades capitales
la reconstrucción ha sido sobre los mismos escombros y en pocas
ocasiones se ha resguardado una parte de la ciudad, restringiendo la
construcción y extendiéndola hacia otras zonas aledañas, como forma de
prevención, como es el caso de Managua también luego del terremoto de 1972.
Un
caso de particular atención y que no se replicó fue el impulso del uso de
reglamentos para la construcción anti-sísmica y el cambio en el uso de
materiales en el caso de Costa Rica, luego del terremoto de Cartago de 1910.
A
partir de ahí se impulsaron algunas medidas básicas, pero sobre todo se impulsó
el abandono inmediato de la construcción con materiales tradicionales
(de la casa típica colonial española) como adobe o bahareque, al margen
de que con ambos materiales se pudiera obtener buenos diseños anti-sísmicos.
El
hecho es que la construcción de las ciudades, y en particular la expansión
urbana masiva a partir de los años 1950s se realizó primero en madera y luego
con materiales prefabricados o bloques de concreto con estructuras reforzadas
(concreto reforzado). Ello dio como resultado un nuevo paisaje urbano compuesto
de casas de madera, livianas y resistentes al sismo en particular en el valle
central de CR.
Aunque también se construyó con madera desde los
años 1930s en los pueblos bananeros, con esos magníficos diseños de máxima
adaptación al medio; casas con techos de media agua de hierro galvanizado
(‘zinc’) y corredor frontal con jardines trasero y delantero, llenaron el
paisaje urbano y semi-rural de los alrededores de la ciudad de San José y su Área
Metropolitana. La predominancia de la
madera, sin embargo, llevó a otra importante vulnerabilidad: el incendio.
Esta
experiencia no se repitió en otras capitales centroamericanas, aunque también
habían sido afectadas por fuertes sismos y, no obstante, en casi todas ellas se
carecía de un código anti-sísmico moderno hasta, inclusive, finales del Siglo
XX.
En
términos de relocalización, Managua es un ejemplo de lo que puede
hacerse bien y lo que puede echarse a perder. En efecto, luego del terremoto de
diciembre de 1972 expertos de diversas partes del mundo llegaron a contribuir
con la reubicación, relocalización o rediseño de la ciudad, al final de
lo cual se hizo un nuevo trazado en el mismo sitio, pero hacia el sur, fuera de
la zona delimitada como de más alto riesgo (dado el trazado de las fallas
tectónicas) más alejado de la costa del Lago Xolotlán o Lago de Managua.
Los
nuevos diseños urbanos previeron una extensión en forma de semi-círculos
concéntricos alejándose hacia el sur de la costa del lago y conectando las dos
principales vías internacionales, la vieja carretera sur –interamericana- y la
carretera norte –hacia Honduras-, así como la carretera hacia la zona del Lago
Cocibolga, el gran lago, y la zona fronteriza del pacífico sur con Costa Rica. Ello implicaba la construcción de una nueva
ciudad multi-nodal, con diversidad de puntos de intersección de vías, dónde se
ubicarían centros cívicos, con edificios públicos diversos y desconcentrados.
El
plan dejaba la zona de ‘las ruinas’ -de la antigua ciudad de Managua- deshabitadas
y sus alrededores más inmediatos convertidos en parques y zonas de recreo. No obstante, este diseño funcional y seguro
se fue abandonando poco a poco al permitirse la reutilización del centro
(en las ruinas), y al reconstruir el propio gobierno (en los últimos 30 años)
gran cantidad de obras institucionales en tierras que habían sido declaradas de
altísimo riesgo.
San
Salvador y Ciudad de Guatemala también han sufrido impactos por terremotos pero
en ningún caso, después de la colonia, se intentó trasladar la capital hacia
otras zonas, sino que se mantuvo habitada la misma área de mayor impacto y se
continuó con la expansión de baja altura por toda la periferia, dando a luz
estas amplísimas extensiones de más de cien mil hectáreas con muy bajas
densidades.
Tegucigalpa
no ha sido destruida por sismos, aunque sí por las inundaciones relacionadas
con el Huracán Mitch –y antes por el Fifí en 1974-, pero es altamente
vulnerable y un fuerte sismo (7 Richter, por ejemplo) podría causar gravísimos
daños a sus habitantes, muchos de los cuales literalmente cuelgan de los
cerros, y en particular El Picacho (al norte de la ciudad de 1240 mts), ya que
la capital está sobre tres fallas tectónicas importantes (El Reparto, El Bambú
y El Berrinche) más otras 15 que han sido detectadas.
La
reconstrucción post-Mitch no ha tomado en cuenta esta grave situación y
la ciudad ha seguido creciendo con escasos, si hay alguno, tipo de previsión
tanto frente al sismo como a la inundación. De hecho, mantiene bajísimos
niveles de control de su construcción y el uso de energía, por lo que también,
como las otras ciudades centroamericanas, es altamente vulnerable al
incendio.
Los
criterios de sostenibilidad básicos, relativos al diseño vial y residencial
(ciudades jardín, etc.) no forman parte de este crecimiento, que ha seguido más
bien los patrones típicos de los antiguos caminos de fincas, que se
trazaron según las necesidades de los productos (café, caña, ganado, etc.) y
por tanto constituyen laberintos que surgen, como ramas de árboles, de las vías
regionales internacionales, las que mantienen todavía en buena parte el antiguo
trazado colonial, sobre el cual se localizan las nuevas urbanizaciones
junto a los grandes centros comerciales o parques industriales.
6.
Ciudad-región,
la conurbación y crecimiento de baja densidad
Las ciudades extendidas tienden a cubrir amplias zonas, valles
enteros, y unir antiguas ciudades, decimonónicas o coloniales, en una sola
mancha urbana semi-discontinua, pero a la vez enmarañada, con sistemas de
circulación no diseñados, es
decir, nada más establecidos desde la época en que se construyeron las antiguas
carreteras o caminos que conectaban esas viejas ciudades, pero que ahora se van
convirtiendo en barriadas dormitorio, o los suburbios de los centros
institucionales y comerciales del SXX.
La conurbación no es completa, sino partida, pero se
organiza según los momentos de auge y decadencia económica, los conflictos
militares o las décadas de guerra, con sus migraciones masivas de ciudad a
campo o viceversa en cada uno de los países. Todo ello sin un plan maestro
sub-regional o regional que trace las grandes dimensiones y ejes, a la vez que
determine en sus diversas escalas, las condiciones y reglas para la
construcción que recibirá a las nuevas generaciones o las poblaciones de
reciente o próximo arribo.
En efecto, las migraciones regionales al interior de cada
país han sido un elemento esencial de la constitución de las ciudades y nunca
se han previsto como parte consustancial de la conformación de las ciudades,
tanto las cabeceras regionales como las capitales. Así, por ejemplo, en las décadas de guerra en
varias ciudades capitales se presentaron migraciones hacia regiones y ciudades
rurales, y al final de los conflictos, se dieron retornos que en algunos casos
fueron ciertamente masivos (como en Managua) sin que hubiera previsión alguna que
permitiera abastecer de las necesidades mínimas a los nuevos habitantes.
También las migraciones internacionales han tenido inmensos
impactos en las ciudades, tanto las capitales, como las nuevas manchas urbanas
masivas, pero también en las cabeceras departamentales o provinciales. En algunos casos, el impacto se da densificando
barriadas o poblados enteros, en otros todo lo contrario, dejando zonas
casi fantasmas deshabitadas por la emigración hacia ciudades mayores o puertos
y zonas costeras en auge en busca de trabajo, y claro, este mismo efecto tiene
la consabida migración internacional.
Esta crecimiento conurbado se da sobre antiguas, amplísimas,
zonas de cultivo, como el café, en zonas de montaña, y creando condiciones de
desestabilización de los terrenos, al subir las calles paralelas a los ríos o
riachuelos de montaña, que crecen abruptamente en épocas de lluvia con la
desaparición de la antigua capa vegetal, el bosque virgen o la plantación, que
tenía algún sistema de control de aguas lluviosas, ahora perdidos.
Como consecuencia es común que se presenten deslizamientos y
barrios enteros arrasados por las correntadas, que bajas por los riachuelos
convertidos en torrentes y arrastran las viviendas y los pobladores,
destruyendo todo tipo de infraestructuras y causando altísimas pérdidas
económicas y humanas.
En las zonas costeras, sobre las antiguas plantaciones bananeras
o fincas algodoneras y ganaderas, también se extienden las manchas urbanas,
aunque en mucho menor escala que en las capitales del interior, a lo largo de
las carreteras costeras o litorales y en los principales puertos, y claro, son
sujetas de impactos anuales con la temporada lluviosa del pacífico de casi ocho
meses, y principalmente en los dos meses de más intensa lluvia anual: octubre y
noviembre.
Aparte de la ausencia de diseño urbano en términos de las
estructuras viales y las orientaciones del crecimiento, hay una serie de
razones adiciones para cuestionar la posibilidad de sostenibilidad en el
crecimiento continuado de las ciudades centroamericanas, en particular las
ciudades capitales:
a. En
primer lugar el tema del control relativo y manejo de las aguas residuales,
pues en prácticamente ninguna de las ciudades capitales o principales puertos
existe una solución equivalente para el volumen de residuos líquidos o sólidos.
Con excepción de algunos puertos que han
iniciado en años recientes, prácticamente en las últimas dos décadas, el
diseño y construcción de emisarios submarinos, la realidad es que en la
mayoría de los casos las aguas residuales se lanzan sin tratamiento a los
riachuelos y que se convierten en verdaderos colectores abiertos que llegan hasta las costas, que como en el caso
de la Bahía de Panamá y el Golfo de Nicoya –CR-, están altamente contaminados.
b. El
segundo aspecto es la destrucción de cobertura vegetal natural o de las
antiguas plantaciones agrícolas, en las periferias de las ciudades, en
particular en las zonas más conurbadas. El crecimiento en baja densidad y poca
altura ha ido destruyendo miles de hectáreas, muchas de las cuales son la
esencia de las áreas de acopio de aguas subterráneas, que luego sirven
para desarrollar los acueductos de servicio a la población de la propia
ciudad.
Con
excepción de la Gran Área Metropolitana de San José, no hay en toda la región
otra ciudad que presente una clara zonificación de protección a sus acuíferos
en forma de anillo verde periférico, y que sirva además de zona de
contención entre la zona urbanizable y la zona de reserva boscosa o parques
nacionales. Lo más común es un crecimiento
de escasas, sino nulas, limitaciones, que como en el caso de Tegucigalpa, sube
por los cerros aledaños y los urbaniza casi por completo, o como en el caso de
Guatemala baja hasta los barrancos profundos que atraviesan la zona
metropolitana y también los saturan de habitaciones y cobertizos hechizos a
manera de viviendas mínimas con altas densidades y muy limitados ingresos.
Estos
dos elementos determinan un grave problema
y obstáculo en la sostenibilidad relativa de las ciudades de la
región, y además son disparadores del riesgo y la vulnerabilidad asociada con
sismo e inundaciones.
7.
Ciudades
urbanas ilegales bajo riesgo en CA:
En las ciudades centroamericanas la vivienda urbana con sus dos grandes tendencias (unifamiliar o en conjuntos) se ha construido con escaso o ningún nivel de diseño; tenemos ciudades ilegales e informales, lo que contribuye a su vulnerabilidad.
Una característica central de la ciudad centroamericana, tanto en la costa como en la montaña, son los barrios de muy escaso ingreso, barrios espontáneos u ocupaciones ilegales (chabolas, tugurios, barrios nuevos) están caracterizados por el uso de materiales de desecho o improvisados, pero especialmente por ser combustibles –madera seca, plásticos, cartón- y a la vez por su construcción laberíntica, estrechos pasillos y rutas sin salidas lo que implica:
1. dificultad para atender incendios
2. propensos a accidentes
por estrechos del tránsito
3. alta contaminación por
confusión de pasillos y desagües
4. casi imposibilidad de
habilitar con agua potable
5. peligrosidad
en la accesibilidad de cableado eléctrico (aparte de materiales inadecuados
como cable telefónico)
6. dificultad para desalojo
de desechos sólidos
7. alta
peligrosidad por uso de combustibles para cocinar o alumbrarse (gas, leña,
candelas, canfín, gasolina, etc.)
8. escasa
ventilación y extremo hacinamiento, que implica alta vulnerabilidad en epidemias
como dengue, cólera y similares
En barrios urbanos de sectores de ingreso mayor repiten algunas características por utilizar materiales combustibles y la inexistencia de hidrantes, o acceso a servicios contra incendios; pero a la vez la búsqueda de ‘seguridad’ frente a probables robos crea trampas cerradas con barras y múltiples candados imposibles de abrir en caso de incendio o terremoto y que prácticamente impiden el rescate de bienes muebles
La localización inadecuada NO es exclusiva de los sectores de menor ingreso, sino que al contrario la búsqueda de ganancias fáciles por parte de urbanizadoras y la tolerancia de los municipios y departamentos de control de obras –según el país- ha permitido la construcción de urbanizaciones, condominios horizontales y edificios en altura para viviendas en zonas de alta pendientes con tierras frágiles, sin estudios de suelo o diseños adecuados a las condiciones de suelo y probabilidad de sismo o deslizamiento.
La construcción en cauces de ríos, a orillas de lagos y frente a las costas o en humedales y llanuras aluviales o de inundación, así como en áreas de usual impacto de huracanes es algo normal y usual en prácticamente todos los países, siendo escasos aquellos protegidos con diques o bordas; y más escasos aún los diseños de viviendas en pilotes, con alturas y materiales apropiados para humedales o zonas de inundación o ‘llenas’ por mareas extraordinarias en ciclos de varios años.
La construcción y el diseño de viviendas apropiadas para resistir impactos horizontales por vientos huracanados o ciclónicos, ha llevado en algunas sociedades a crear estructuras pesadas y resistentes a tales vientos, pero que se mostraron frágiles frente al impacto del sismo –como muchas casas japonesas típicas-. En forma similar la vivienda construida con patrones importados de climas distintos y diferente recurrencia del sismo se muestra inadecuada para resistir terremotos comunes o lluvias de ceniza en nuestras ciudades, como en el caso de San José –CR- en los años sesentas.
1 comentario:
Muy interesante el desarrollo del tema de la construcción de la ciudad, su vulnerabilidad frente a la sostenibilidad ambiental. Sin lugar a dudas el tema del ordenamiento territorial y la planificación espacial, así como el diseño, son vitales para la reducción del riesgo de desastres y la creación de ciudades habitables. La meta de construir ciudades resilientes lleva necesariamente por un replanteamiento del uso y manejo del espacio con todos sus elementos constitutivos. Pienso que una de las herramientas metodológicas más importantes para lograrlo es la Educación tanto formal como no formal para sensibilizar sobre todos estos temas.
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